Lecturas que leían los abuelos en la niñez
El zorzalito
Salió del nido una tarde de verano, dio un revuelo con sus alas todavía un poco inseguras, se sentó en la copa de un árbol, emitió un sonido que hizo callar a todo el monte, y después entonó un gorjeo y luego un trino que salió lleno y limpio como el viento de la tarde entre las hojas.
La calandria, para oírlo mejor, voló en silencio hasta su rama.
El zorzalito, entusiasmado, había iniciado una magnífica sinfonía.
El zumbido de la brisa, las quejas de las hojas, la orquesta rumorosa del amanecer, el aliento de la noche estrellada, el grito de los árboles bajo el sacudón de la tormenta, todas las hondas impresiones que había recogido en su nido, pasaron a su garganta y se convirtieron en el silencio crepuscular, convertidos en sonidos tan hermosos que la calandria creyó que ella misma nunca había entendido el monte hasta aquel momento.
Calló el zorzalito y se hizo un silencio armonioso en el monte.
Y entonces un gorrión superficial que no entendía de música, exclamó bruscamente:
-¡Que feo queda! Cuando hincha la garganta para cantar parece un sapo.
La calandria, el jilguero, el tordo, y la mayoría de los pájaros del monte, que entendían de música, arrobados en su admiración no dijeron nada.
Decepcionado, el zorzalito levantó vuelo y se perdió a lo lejos, convencido de haber hecho un papelón.
Desde entonces ya no cantó, amargado por aquella primera y repentina desilusión.
Moraleja: Los que entiendan, que alaben a los que valen, no sea que vengan los necios y se apoderen del mundo.
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