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Vivir en un geriátrico
El beso de las buenas noches
Cada tarde, cuando Ana inicia su turno de enfermera de noche en el geriátrico, recorre los pasillos del asilo deteniéndose en cada puerta para charlar y observar. A menudo María y Juan están sentados con sus álbumes de recortes sobre el regazo, recordando el pasado a través de las fotografías. María le enseña con orgullo las fotos de los años pasados. Juan es alto, rubio y de ojos celestes; María, hermosa, risueña y dulce. Dos bellos abuelos de 78 y 83. Dos enamorados sonriendo a la vida. Dos ejemplos dignos de rescatar y mostrar a la sociedad para que todos sepamos que también existe otra realidad.
En esas tardes de ensueño, en que ambos miran sus fotografías, están encantadores los dos juntos, con la luz de la ventana reflejándose en sus cabellos blancos, sus rostros arrugados por el tiempo sonriendo al recordar aquellos años, atrapados y guardados para siempre en sus álbumes.
Ana, la enfermera del geriátrico, extasiada de la imagen, continúa su tarea. Viendo como María y Juan a veces pasean tomados de la mano recorriendo el corredor. Manteniendo una conversación, entre sonrisas, cuchicheos y reflexiones expresadas con seriedad, en un debate que los lleva a intercambiar opiniones respecto al amor y la lealtad de la pareja y sobre qué va a ocurrir si muere uno de los dos.
Todos en el geriátrico saben que Juan es el fuerte y que María depende de él. Y se preguntan: “¿Qué haría María si Juan es el primero en morir?” Pero no llegan a ninguna conclusión. El destino es quien tiene la repuesta.
La hora de acostarse es un ritual. Cuando la enfermera Ana le lleva la medicina de la noche, María está sentada en el sillón, en camisón y pantuflas, esperando su llegada. Entonces se toma la pastilla ante la mirada de Juan. A continuación, Juan le ayuda con sumo cuidado a trasladarse del sillón a la cama y arropa su delicado cuerpo.
Al presenciar la afectuosa acción, Ana muchas veces piensa: “Santo Dios… ¿Por qué este geriátrico no tiene camas para las parejas casadas? Han dormido toda la vida juntos, pero en este asilo deben hacerlo en camas separadas. Se les priva noche tras noche del bienestar de toda una vida”.
“Qué estúpida es esta regla”, continúa pensando la enfermera mientras ve como Juan extiende el brazo para apagar la luz de la cabecera de la cama de María. Y como luego se inclina despacio y la besa con ternura. Como le acaricia la frente, la mejilla y cómo los dos sonríen.
Todas las noches, cuando la enfermera se retira de la habitación escucha a Juan decir: “Buenas noches, María” y a María responder: “Buenas noches, Juan”, desde sus camas separadas por el espacio de una habitación.
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Desde el alma
La primera vez
Colaboración de
Rigoberto Paul
La primera vez que te vi
mis ojos se iluminaron.
La última vez que te vi
mis ojos rompieron en llanto.
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