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La casa de mis abuelos y sus recuerdos

Colaboración de

Ana Laura Desch

Volví a la casa de mis abuelos después de cinco años de que fallecieron. Ingresé en ella y la encontré vacía y solitaria. Llena de polvo, olor a humedad y recuerdos. Cada habitación, cada cajón de los muebles, cada pedacito de ese lugar me pertenecía: era mío desde el día que nací y los abuelos me llevaron por primera vez a esa vivienda enorme donde fui tan feliz. Y con lágrimas en los ojos, me pregunté: ¿Cómo puede ser que esté tan sola y abandonada? ¿Dónde están mis tíos? ¿Por qué nadie de la familia vive en ella?

 

Los recuerdos seguían estando allí, tal como los dejé cuando partí para estudiar. Llenos de polvo, moho, y un poco deteriorados por el paso de los años; pero continúan allí. Intactos al olvido. Al menos para mí. En la mesa de la cocina, en cada mueble, cada pequeño detalle de los antiguos cuadros color sepia que rememoran tiempos idos de mis abuelos que ya no están para recordarme los detalles que el fotógrafo inmortalizó… mi mirada encontraba nostalgia. Y escenas… Infinidad de escenas felices… Aunque algunas no tanto, debo reconocerlo. Porque vivir no es tarea sencilla.

Mis abuelos no están. Aunque la casa esté igual, mis abuelos no están. Ambos fallecieron. No pudieron esperar mi regreso. Tardé mucho en volver. Lo sé. Pero qué iba a hacer… Quería vivir mi vida. Cómo todos. Cómo mis abuelos también lo hicieron. Siempre mirando al frente, sin recordar el pasado hasta que es demasiado tarde para decirle a alguien cuánto lo amamos.

En el cajón de la alacena de la cocina están todavía todos mis juguetes, Cuánta melancolía. Cuanta tristeza. Mis útiles escolares: mis cuadernos, mis lápices, mordidos, con la punta quebrada… añejo y solos. Tan solos como yo.

¿Para qué regresé? No lo sé. ¿Qué esperaba encontrar? Tampoco lo sé. Tal vez tenía necesidad de volver a visitar la casa de mis abuelos y reencontrarme con mi pasado, con mi identidad.

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