Desde el alma
Abuelo
Fue una tarde de agosto
a la hora de la siesta,
en que se quedó dormido
como todos los días.
Sin embargo,
no despertó como todos los días:
lo acunó la noche,
lo envolvió la oscuridad.
Amortajaron de blanco su cuerpo
dentro de un lustroso ataúd;
que rodearon de cuatro velas
y varias coronas de flores.
Hoy descansa olvidado
en una tumba solitaria,
donde ya nadie llora
el eterno adiós que merece.
Julio César Melchior
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