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hilando recuerdos

La cuna vacía

La cuna vacía

 

El dolor de perder a un nieto

 

La cuna vacía

Por Juana Rottenberger

 

Mi primer nieto se llamó Gastón y murió a los pocos días de haber nacido.

Durante largo tiempo, me debatí entre la necesidad de hablar de este tema y el impulso de silenciarlo.

Por un lado, me preguntaba: ¿qué derecho tengo a entristecer a quienes no han atravesado esta experiencia? Al mismo tiempo, temía que ese dolor no expresado pudiera filtrarse imprevistamente en cualquiera de mis reflexiones. Finalmente opté por compartirlo. Quizás, quienes hayan vivido una situación similar, se sientan acompañados por estos pensamientos.

Es muy difícil poner en palabras lo que sucede en toda la familia cuando un recién nacido muere. Personalmente, por años, me persiguió la imagen de mi nuera yéndose del sanatorio para regresar a su casa sin su panza y sin su hijo, enroscada en su dolor y envuelta en una pañoleta de lana negra, como salida de un cuadro negro de Goya. A Gastón lo llevaron a la Chacarita. La vida continuaba, pero para mí, pasar cerca del Cementerio era conectarme con la tristeza aun del trajín cotidiano.

Fue durante aquellos días tristes cuando registré por primera vez el difícil papel que nos toca a los abuelos frente a una pérdida de esta magnitud.

Lo primero que surge es la impotencia. Después de tanto tiempo de ilusiones y proyectos puestos en el bebé, nos enfrentamos a una gran imposibilidad: no podemos ofrecerles nada a nuestros hijos a cambio de su sufrimiento. Será por eso que los abuelos, si es que están cerca, suelen esforzarse por contener su propio dolor y sostener a los hijos así como a otros familiares y amigos muy queridos que llegan con preguntas y buenas intensiones que no siempre resultan oportunas.

Los abuelos se autoerigen en una barrera para que nada ni nadie perturbe a sus hijos en esos momentos en los que el cuerpo y el alma duelen.

Entre tanto ¿qué ocurre en el ánimo de ellos? ¿Será lo mismo en la abuela que en el abuelo? ¿O los sexos diferentes marcan también diferentes reacciones? En general, se es abuelo a una edad mediana y junto con los años llegan las crisis existenciales propias de la edad, los planteos y replanteos de la pareja, el balance de lo acontecido, lo que ya no se puede y lo que sí se puede aún hacer, el reconocimiento de las propias limitaciones y potencialidades.

En ese contexto, la proximidad de la abuelitud trae renovadas esperanzas. Revitaliza. Pero si la expectativa se frustra, los abuelos necesitarán tiempo y madurez para elaborar ese duelo. La muerte del bebé aglutina o separa. Y toda la familia queda atravesada por el dolor de un proyecto que, esta vez, no pudo ser.

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