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hilando recuerdos

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Dolorosos recuerdos de mi infancia

 

La abuela senil

 

Ya entrada en años, abuela Catalina pasaba los días confabulando sobre sus recuerdos. Cualquier momento era propicio para repetir las mismas historias con la misma intensidad de la primera vez. Estaba prohibido hacerlo notar o preguntar sobre su causa, pero con mi astucia e ingenio logré averiguar algo. Escondido tras una puerta llegué a escuchar que mi abuela estaba “senil”. El vocablo me pareció extraño y sonaba a enfermedad. Lástima que mi triste diccionario lo definía como “relativo a los ancianos”. De todas formas, no parecía ser una enfermedad terrible o mortal porque no le daban algún tratamiento y cuando tenía una “crisis de recuerdos”, decidían ignorarla hasta que desaparecía.

 

Me encantaba escuchar sus relatos por la intensidad de sus palabras y el brillo en sus ojos, como si estuviera viviendo de nuevo cada pedazo de vida. Era como esos discos de vinilo que giraban a setenta y cinco revoluciones por minuto. Esos discos que guardaban música profunda y vívida con cantos llenos de sentimiento y pasión. Pero que con el deterioro de los años, daban un brinco a la aguja y repetían incesantemente el mismo fragmento.

Recuerdo el relato que hablaba sobre su tío Joseph. Lo describía como un buen hombre, serio y trabajador. Era alto y muy corpulento. Decía que solía ir a visitarla al menos una vez por semana. Había sido un hombre que sufrió las penurias de varias muertes de seres queridos, lo que lo había transformado en una persona extremadamente seria y callada.

-Vos sos como mi tío Joseph, que casi no hablaba. ¿Te acordás María? -decía dirigiéndose a mi madre- Llegaba como cada viernes y saludaba dando los buenos días moviendo la cabeza. Yo le acercaba una silla para que se sentara y le ofrecía mate y Kreppel. Y ahí estábamos los dos sentados toda la mañana, sin decir nada. Yo volteaba a verlo de vez en cuando a ver si conversaba de algo, aunque fuera consigo mismo o al menos se movía, pero no. No sólo no se movía sino que era imposible saber se mantenía un diálogo interno. Sus ojos permanecían mirando al vacío. ¿Te acordás María? –insistía a mi madre–. Hasta que un día me harté y le dije: Pero Joseph, ¿por qué tan callado? ¡Al menos hable de los seres queridos que enterró! ¡Recuérdelos de alguna manera y sáquese esa angustia del alma. Y él sin voltear a verme contestó: ‘¡Pobrecitos, mi esposa y mis dos hijitos, todos muertos y yo sigo aquí penando sobre la tierra! Y no volvió a decir ni una bendita palabra…. Se llevó consigo todo su dolor. Como un hombre. –sentenciaba abuela mirando a mi madre trabajar en la casa.

Mientras yo miraba a abuela que parecía inmutable ante el paso de los días, meses o años, siempre igual. No envejecía, no modificaba sus historias. A veces llegaba a pensar que era eterna y que formaba parte de nuestro mobiliario.

 

 

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Desde el alma I

Adiós mamá

Por  Ana Teresa Faria

 

Tus ojos se cerraron,
señal de tu partida;
tus labios se sellaron
para no hablarme más.
Y hoy que ya te extraño
y apenas te has marchado,
me lleno de quebranto
por ya no verte más.

Mamá, tu me iluminabas
como un sol en las mañanas.
Tu eco aún retumba
en nuestro corazón.
Más hoy en la mañana,
al ver que tú no estabas,
la luz ya no brillaba
ni el sol me dio calor.

Yo sé que algún día
volveremos a encontrarnos,
y sé que ese día
tarde o temprano llegará;
pero… ¿y mientras tanto
que quieres que yo haga
si ya mucho te extraño
y tú no volverás?

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