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hilando recuerdos

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Lluvia artificial

 

El regador

 

 

Las tardes de las colonias, en la década del setenta, se deslizaban lentas. Sólo el arrullo de las palomas estremecía el silencio. Después de la siesta salíamos a jugar. El rito lo completaba una naranja o una manzana. Pero el momento de mayor emoción llegaba con el regador. El motor del tractor se escuchaba desde lejos como un inconfundible rumor opacado por el ruido del agua y su presión. Inmediatamente corríamos a sentarnos en el borde de la vereda, calculando si el chorro nos alcanzaría o pasaría apenas salpicando.

Todo dependía de la presión que el chofer le impusiera. Si con suerte venía uno con ganas de divertirse, aumentaba la presión; entonces, el chorro crecía hasta cubrir la mitad de las veredas obligándonos a escapar y pegar la espalda contra la pared entre risas nerviosas. Claro que alguno de los varones aceptaba gustoso el reto y se dejaba envolver por el enorme chorro, mientras las chicas gritaban con una mezcla de horror, admiración y algo de envidia. Tras el paso del tractor, el barrio quedaba perfumado por el inconfundible aroma de tierra mojada.

Melancólicos recuerdos que todavía sobreviven como sobrevive, pese al avance tecnológico y al crecimiento de las colonias, el regador. Las décadas han trascurrido, he dejado de ser un niño, pero en mi alma aún perdura aquella sonrisa pícara de querer  cometer una travesura cada vez que veo pasar el regador.

 

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El mate

 

Mi amigo de todas las mañanas

 

Hay amigos que nos acompañan de por vida; yo tengo dos incondicionales. Uno son los libros y el otro es el mate. Diré que, como todo buen matero, me gusta madrugar y no retardar la espera de alguien que siendo de apariencia insignificante cumple un rol en mi vida más que importante. Despierto y ya saboreo ese mate calentito, espumoso que me espera. No creo que tenga mayor deleite que ese.

Es una ceremonia, me baño, busco el diario y a renglón seguido mis pasos se dirigen a la cocina a calentar el agua (ni muy caliente ni muy tibia). Esto va unido a pensamientos positivos y con proyectos.

Si es verano, voy al patio a gozar del verde y, si es invierno, me quedo en la cocina.

Mate, recuerdos, Kreppel, y siempre con el agua a una misma temperatura. Leo el diario y según las décadas van pasando frente a mis ojos acontecimientos mundiales: guerras, gobiernos, descubrimientos... Mientras al ritmo de lo que sucede en el mundo, sigo creciendo, desarrollando mi carrera, con la compañía inestimable de mi matecito.

¡Ah! y con unas hojitas de naranja, como lo cebaba mamá, cuando todavía vivía.

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