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hilando recuerdos

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Dicen que antes éramos muy pobres pero…

 

¿De qué pobreza me hablan?

 

"De una almendra siete pedazos", decía mi abuela. "Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita", repite un viejo adagio. Cuántas enseñanzas de la vida nos invitan a arreglarnos con lo que tenemos, lejos de las ambiciones desmedidas, lejos del delito. Dios puso a cada uno de nosotros en el lugar que ocupamos. Por eso jamás reniego de mi pasado. Al contrario. Lo único triste es que mis padres ya no están…

 

Son las cuatro de la tarde. Aunque el día es un tanto frío, el sol viene anunciando la primavera. Termino de escuchar a Julio Sosa recitando los versos del "negro" Celedonio Flores: "Por qué canto así", con el fondo musical de "La comparsita". Ahí, cuando dice: "En la triste pieza de mis buenos viejos cantó la pobreza su canción de invierno", me ganaron los recuerdos.

Sólo quitándole lo de triste, todo lo demás me toca muy hondo. ¡Qué linda, qué feliz, qué digna fue nuestra pobreza! Todavía hoy, muy lejos de mi niñez y de mi adolescencia, escucho a mis amigos recordando golosinas, revistas, juguetes, programas de TV y lugares de diversión que para ellos eran cosa de todos los días, pero que yo conocí de oído o disfruté muy esporádicamente. Pero fui feliz, muy feliz.

Lo poco que tuvimos lo sentimos como lo mejor, sin lamentos y sin envidiar a quienes tenían más que nosotros. Desde muy niño supe del inmenso sacrificio que hicieron mis padres para poder darnos de comer.

En abril de 1954 salimos del enclaustro de una pieza y una cocina de una casa de adobe construida en las afueras de la colonia para disfrutar de una vivienda edificada con ladrillos, y pagada con el trabajo y el sudor de toda la familia, en una pequeña chacra arrendada con no menos esfuerzo y coraje.

Allí aprendí a madrugar sin rezongos, con alegría. A luchar cada minuto de cada día, estudiando, criando animales, buscando en el sudor el fruto de la tierra trabajada con amor, a pala y rastrillo. A disfrutar el canto libre de los pájaros, el color y el aroma de las flores, el sabor de una fruta o una verdura recién cosechada de la planta que vi crecer desde la semilla (¿conocen el sabor de un tomate madurado en "su" sitio natural?). Allí pude ver nacer el ternero o el cordero y a la coneja preparando su nido ante la parición inminente. Pude ayudar al pollito a romper el cascarón que lo trae a la vida, a ordeñar en las frías y lluviosas mañanas de invierno antes de ir a la escuela secundaria que quedaba a 20 kilómetros.

¡Y qué confort que teníamos! ¿Aire acondicionado? ¡Claro que sí! En verano, la sombra de algún árbol durante el día o la bendición de una fresca brisa por las noches. En invierno, el farol a kerosén, el "sol de noche" (porque no había luz eléctrica) y la vieja y querida cocina a leña. ¿Pileta de natación? Por supuesto que sí. El arroyo que pasaba a dos leguas juntaba a los pibes de toda la región a la hora de la siesta sin el riesgo de aguas contaminadas. ¿Vigilancia privada? Casi no hacía falta, pero tuvimos uno sin uniforme que no cobraba nada más que casa y comida, estaba de servicio las veinticuatro horas y jamás reclamó nada ni faltó a sus tareas. ¿Saben cómo llegó a casa? Una tarde andaba yo "boyereando" por el camino que pasaba cerca del campo, cuando un desalmado lo bajó de una camioneta a palazos y lo echó lejos de él. De inmediato le inventé un nombre y lo llamé a mi lado: "Tom, Tom, vení, tomá Tom, Tom". Desde ese día, hasta que la vejez se lo llevó, nos regaló muchos años de amor, de compañía, de fidelidad, de todo lo que puede regalar un perro a "su" familia. ¿Shopping y tarjeta de crédito? Obvio que tuvimos también, pero antes en el campo tenía un nombre más criollo, más nuestro, se llamaba "Almacén de ramos generales" y el crédito no era de plástico, era de palabra, sin firmas, sin garantías, sin cambios de domicilio en las sombras dejando el tendal.

Debo agregar que en casa sólo se comían verduras y frutas a las que ahora llaman orgánicas y que por ello son más caras. También huevos caseros y patos, pollos, conejos y corderos criados "a campo". Que mientras nosotros pescábamos a caña nomás tarariras, mojarritas, bagres y anguilas, mamá preparaba la ensalada y la sartén para freír los pescados.

"De una almendra siete pedazos", decía mi abuela. "Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita", repite un viejo adagio. Cuántas enseñanzas de la vida nos invitan a arreglarnos con lo que tenemos, lejos de las ambiciones desmedidas, lejos del delito. Dios puso a cada uno de nosotros en el lugar que ocupamos. Por eso jamás reniego de mi pasado. Al contrario. Lo único triste es que mis padres ya no están…

 

 

(¿De qué pobreza me hablan? fue redactado a partir de una sinopsis realizada a un bello  texto de Carlos Marsal)

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