Página 13
La soledad de los ancianos que viven olvidados de sus hijos
Monotonía
Abuela desayunó. Rezó su rosario, murmurando las plegarias en susurros suaves y dulces. Con paso lento y cansino –tenía noventa años- caminó hacia la ventana. Corrió la cortina y miró hacia la calle. Estaba desierta. El sol apenas asomaba en el horizonte. La luz era un crisol de colores eclosionando en la lejanía del campo.
Volvió a su silla. Abrió la Biblia, escrita en letra gótica, y leyó, concentrada y con profunda fe. Transcurrieron los segundos, los minutos… Conversaba con Dios, solía decir cuando leía la Biblia. Estaba tan concentrada en ese menester que no veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor.
A las diez levantó la vista de las Sagradas Escrituras. Miró el reloj. “Hora de tomar mate”, pensó fiel a su costumbre de todas las mañanas. Tenía sus ritos que mantenía desde años tan remotos que ni ella recordaba cuando los puso en vigencia.
Preparó el mate sin apenas hacer ruido. Ella y la casa eran silencio. Un silencio opresivo e indescifrable. La gente –que habla y se mete a opinar donde no debe- decía que vivía en el pasado, que estaba loca. Poco le importaba a abuela lo que pensaran los demás. Ella vivía como le enseñaron sus ancestros. Vestida de negro; rezando; conservando costumbres y tradiciones milenarias… Mientras afuera los tiempos cambiaron y la modernidad trajo nuevas vestimentas, costumbres y modas y nuevos inventos de los cuales desconocía la mayoría, un poco por pereza y otro poco por desinterés.
Se sentó a tomar mate, cavilando recuerdos. Reflexionando. Sí, pensó, reflexionar y pensar y recordar era todo lo que hacía desde hacía muchos pero muchos años. Desde que su esposo murió, desde que sus hijos se casaron y se fueron de casa, desde que la vida y la sociedad cambió, desde que, lentamente, fue envejeciendo sin darse cuenta de que ya no tenía sueños ni tampoco anhelos por cumplir. Se sentía satisfecha. Deseó ser esposa y madre. Como manda Dios. Y cumplió. Lo demás son trivialidades, solía decir cuando sus hijos, alguna vez la instaron, hace muchos años, a buscar un nuevo motivo para seguir viviendo.
Con el compás de las horas preparó el almuerzo. Durmió una siesta. Repitió el ritual de todos los días.
Llegó la noche. Cenó. Rezó. Y se fue a dormir. Como todos los días, como siempre. Sin saber que ese había sido el último.
______________________________________________________________________
Desde el alma II
Ya no he de verte…
Por José Ángel Buesa
Ya no he de verte más en esta vida,
-y no hay otra. Ya estás bajo ese lodo
donde todo se olvida,
donde se acaba todo.
Ahora no importa el llanto
que humedeció tu almohada,
pues tu sonrisa de querernos tanto
tampoco importa nada.
Y esa sonrisa es un dolor pequeño,
una nostalgia leve,
como ir cerrando puertas en un sueño
o andar por un calle cuando llueve.
Por eso tus rosales
ya se nutren de olvido,
porque en las lentas tardes otoñales
seguirán floreciendo aunque te has ido.
Y es que todo termina
como un viento del sur en el verano,
con esa indiferencia de la espina
que nunca supo que hirió tu mano.
Y yo sin ti, -panal de amarga cera,
Vela sin viento, naipe sin fortuna;
y Dios arriba, abajo, adentro, afuera,
aquí y en todas partes y en ninguna.
Porque la muerte es un camino triste
que nos conduce al punto de partida,
y Dios probablemente sólo existe
en el lado de acá de nuestra vida.
0 comentarios