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Anécdotas inéditas que sucedieron en las colonias I
El inspector de tránsito
Colaboración de Anselmo Detzel
En una de las colonias alemanas del Volga de la Argentina, un inspector de tránsito llegado de la ciudad, que gozaba haciendo alarde de su autoridad, detuvo a un joven conductor que iba a gran velocidad por la calle principal.
El joven empezó a protestar:
-Pero inspector, déjeme que le explique: Yo...
-¡Silencio! Lo voy a detener hasta que me pueda comunicar con mi jefe o en todo caso con el delegado municipal –y diciendo esto llamó a un agente de policía.
El muchacho insistía:
-Pero inspector, escúcheme, tengo prisa...
El inspector replicó:
-Cállese ahora mismo... ¡A la cárcel!
Varias horas después, el guardia del destacamento policial donde estaba demorado el joven y el inspector de tránsito fueron a ver al detenido y le dijeron riendo, en un acto de abuso de autoridad:
-Ha tenido usted suerte, jovencito. Mi jefe asiste a la boda de su hija, cuando regrese estará de buen humor y seguro que lo perdona.
-No este tan seguro -replicó el joven-. Yo soy el novio.
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Anécdotas inéditas que sucedieron en las colonias II
Avivadas de los propietarios de comercios de ramos generales
Colaboración de Andrés Gottfried
Don Agustín trabajaba de sol a sol en el puesto de una estancia que se encontraba a unas veinte leguas de las colonias, donde apenas si ganaba lo suficiente para vivir. Así y todo se decidió, luego de mucho pensarlo, a comprar a plazos una cuna que le resultó indispensable cuando su mujer le dio el primer hijo.
Y un buen día, transcurrido ya bastante tiempo de haber abonado la primera cuota, y satisfecho del paso que iba a dar, desmontó frente al negocio de Ramos Generales de la colonia, que vendía de todo, en un cambalache de objetos que entre los que se podía ver, entre muchos otros, escobas, alambre, peines, ropa y hasta cosechadoras.
Lo atendió el mismo dueño del negocio, que deseando mostrarse amable le dijo, mientras le devolvía el documento firmado por Don Agustín al sellar el compromiso:
-Muy bien, amigo. Ya sabe que quedamos completamente a sus órdenes. Y… a propósito, su hijito… ¿cómo anda?
-¡Espléndidamente! –contestó Don Agustín-. Se casa el sábado.
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Hoy, desde la distancia de mis sesenta años, comprendo que…
El mejor recuerdo que tengo son mis abuelos
Colaboración de Enrique Wagner
Me contaban historias, me enseñaban cosas, me consolaban cuando mis papas me regañaban, me preparaban ricos platos tradicionales...
Hoy, mirando desde la distancia de mis sesenta años, sé que los abuelos pueden llegar a ser muy listos o muy pesados y repetitivos. Mi abuela era una de esas personas que querían que los demás aprendiéramos a hacer un surco para sembrar papas, que plantemos verduras: que sepamos leer y escribir. Y siempre repetía lo mismo. Día tras día. A uno le parecía algo pesada; pero hoy sé que ella lo decía porque quería que nosotros, los más pequeños de la casa, saliéramos adelante.
Los nietos queríamos aprender de ellos todo lo que se pudiera: sus rezos cuando uno se portaba mal, la cura del empacho... Y por eso, hoy, a mis sesenta años, es a mis abuelos, a quien más recuerdo.
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