Los recuerdos de la infancia
A veces tengo la sensación de que los recuerdos de la infancia quedan marcados en la memoria como las huellas de la historia en las paredes de las rocas, en sus distintos estratos. Sobre todo en las paredes de las viviendas que habitamos y en las que fuimos profundamente felices. Allí permanecen grabados los sentimientos y las sensaciones que nos hicieron crecer y desarrollar el espíritu.
Por eso volver la mirada al pasado es como realizar un trabajo de antropología, es desenterrar partes de nuestro ser que la fuerza cotidiana con sus hechos inmediatos esconde en el baúl de la memoria. Es abrir ese baúl y reencontrarnos con nosotros mismos. Con nuestros viejos sueños, nuestros antiguos ideales... nuestro pueblo de calles de tierra revestido de progreso y esperanza. Es comprender que la vida transcurrió y que en alguna parte, oculta e íntima, todavía conservamos ese niño que alguna vez fuimos. Ese pequeño que en alemán hablaba de cambiar las cosas y de luchar por valores que valieran la pena.
Y es cerrar los ojos y encontrarse frente a la casa donde nacimos, aún con su fachada de adobe, color barro seco de tanto robarle al sol su calor. Recordar el aroma de pan que surge del horno de barro; los tomates de la huerta y los frutales de la quinta...
Es revivir aquellos caminos por donde nuestros pasos de niño corrían alocados jugando con los amigos y las paradas que hacíamos en el “almacén que tenía de todo”, desde la bolita más hermosa hasta la figurita más buscada. Es saber que el tiempo no cambió nuestra esencia. Que en la casa todavía sobrevive la canción de cuna; las tardes de juegos luego de hacer los deberes... y que en alguna parte secreta de la vivienda permanecen escritos nuestro nombre junto al de nuestro primer amor.
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Maria Natividad Arroyo Wesner -