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hilando recuerdos

 

Las manos del abuelo

 Manos curtidas, saturadas de cicatrices, que parecen jeroglíficos inmortalizados durante la juventud, cuando en largas jornadas, de sol a sol, al laborar la tierra, el rudo trabajo las tiñó de polvo y sudor y el arado las lastimó desgarrando la piel, marcando heridas sobre la carne, con letras de sacrificio y sílabas de sueños.

            Trabajo y ternura. Entrega y desinterés. Las manos del anciano, temblorosas y ajadas, son dos aves viejecitas que descansan sobre el regazo extrañando el vuelo de la libertad, cual dos torcazas acurrucadas en la tibieza de su nido evocando el cielo de antaño, cuando, trémulas de ansiedad, acariciaron la mejilla de una novia, una esposa, o temeroso de hacerle daño arrullaron a un hijo recién nacido. Dos torcazas viejecitas, que en su nido, sobre las piernas, descansando en la raída tela de un gastado pantalón, acompañan al anciano que, sentado en el portal de una casa cualquiera, con los ojos húmedos de lágrimas, espera un imposible, rememorando los años idos y los seres que se fueron y jamás volverán.

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