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hilando recuerdos

Página 16

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Leyendas alemanas

Berthold

 

El hijo del guardabosque de Tuttlingen, en la Selva Negra, volvía a una hora avanzada de la noche de una juerga en la que se había vaciado más botellas de lo razonable. El joven que se llamaba Berthold, atravesaba canturreando los prados inundados por los rayos de luna y los agradables bosques de abetos más oscuros.

De repente se detuvo bruscamente. Algo sobrenatural parecía clavarlo en el suelo. A pocos metros del camino se extendía una laguna llena de flores, cuyas orillas suavemente inclinadas se perdían entre las cañas. A dos pasos de la orilla, una joven encantadora, sumergida en el agua hasta la cintura, peinaba su larga cabellera.

Pero la impresión de Berthold fue mayor todavía cuando la joven, en vez de huir, le respondió con dulzura, sin mostrar el menor temor.

El joven volvió a ver a la muchacha al día siguiente y pronto nació entre los dos una profunda pasión.

Entonces la muchacha de las aguas hizo saber a su enamorado que se llamaba Evelina, que era de la raza de las ondinas y que para casarse con ella debería hacer una extraña promesa: la de no ir nunca con ella sobre el agua.

Berthold hizo la promesa y se consumó el matrimonio. Era una alegría verlos, y de la mañana a la noche, igual que de la noche a la mañana, las dos criaturas se amaban con tanto abandono y tanta naturalidad que los vecinos sentían deseos de imitarlos.

La llegada del invierno no cambió esta feliz armonía.

Una mañana Berthold dijo a su mujer:

-Luego saldrás conmigo; te he preparado una sorpresa.

Cuando llegaron a la laguna en la que Evelina se había aparecido por primera vez, el joven sacó de un paquete dos pares de patines y exclamó:

-¡Qué alegría esposa mía, te voy a enseñar a patinar!

Pero Evelina se puso pálida como la nieve.

-¡Tu promesa! ¡Olvidas tu promesa!- exclamó con una voz lamentable.

Berthold se echó a reír y levantando a su mujer en volandas, la depositó sobre el hielo.

Pero ¡ay! el hielo se rompió y, mientras Berthold se agarraba desesperado a los bloques de hielo, Evelina se sumergió y desapareció para siempre.

Han pasado dos años.

El tiempo ha secado las lágrimas del guardabosque.

Sus amigos le han hecho comprender que es demasiado joven para quedarse viudo.

Se ha vuelto a casar con una graciosa muchacha que no pide otra cosa que hacer feliz a un joven y apuesto muchacho.

Mientras los violines resuenan todavía a lo lejos, los dos recién casados han penetrado en la cámara nupcial.

De golpe, una sombra se yergue en medio de ellos y los separa. Es Evelina.
Al día siguiente, y al otro, y al otro... la misma escena se repite. Evelina aparece siempre para reclamar sus derechos.

La recién casada ha regresado a casa de su madre y Berthold está encerrado en una casa de salud, donde habla sin cesar de la bella ondina que vive en el fondo de la laguna.

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