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hilando recuerdos

Página 13

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Confesiones del abuelo

La hija del dueño del almacén de ramos generales

Por Desiderio Walter

“La primera vez que vi su hermoso cabello dorado como el sol” –me revela el abuelo en secreto-, “fue como sentir una suave brisa de verano que acariciaba mi rostro y llenaba mi alma de paz y tranquilidad. En medio de las personas de la colonia, se destacaba con su característico encanto y sus ojos claros que miraban el mundo a través de los cristales de sus pequeños anteojos. Había llegado de Buenos Aires. Era la hija del dueño de la casa de Ramos Generales. Y eso significaba estar enamorado de alguien que para mi resultaba inalcanzable. Sin embargo, no podía dejar de estar embelezado y pletórico de amor. Pensaba y soñaba con ella, las veinticuatro horas del día. No tenía en cuenta que yo era un simple peón rural sin estudios y sin carrera profesional y ella una muchacha rica, con modales educados, hablar lindo y dulce y una cabeza llena de conocimientos que yo desconocía”.

“Fue amor a primera vista, sí, de esos que te duran para siempre aunque no sean correspondidos” –me sigue contando el abuelo-. “Me enamoré de su forma tan particular de sonreír y de las miles de muecas que hacía con su rostro. Me enamoré de su piel blanca y suave, de su ropa casual y alegre, de su forma de bailar polkas un poco torpe y de la manera en que sutilmente probaba las dulzuras que le llevaba el hombre que estaba con ella”.

“Admito –reconoce, sin embargo, el abuelo, que no pudo olvidar ese lejano amor de juventud- “que durante todo el tiempo que estuve sentado frente a su mesa, en el baile del club, no pude dejar de mirarla. Me atrapó, me hechizó, me volvió una persona que sólo podía vivir para ella, para sus risas, para sus pocas palabras, para su talento natural de encantar, para estar pendiente única y exclusivamente de sus movimientos.

“Ella no se percató de mi existencia” –revela el abuela con tristeza- “salvo por unos escasos cuarenta segundos en los que tímidamente caminó hacia mí y terminó de alegrar mi noche con esos ojos enormes, con ese andar travieso y esos cachetes grandes como me gustan. Después de eso, tuve que irme del baile y de la colonia, al igual que ella regresó a su vida de mujer rica. Pero jamás olvidé a esa niña hermosa, al angelito más hermoso que he visto, a la mujer que esa noche se robó mi corazón; me lo cambió por sonrisas y miradas de esas que pueden enternecer hasta al más duro de los seres humanos.

“Estoy seguro que ella jamás me recordó pero yo cuando me casé y tuve un bebé, la recordé a ella, y vi en mi hijo su aura maravillosa, y ese no se qué en todo su cuerpo, esa capacidad de robarle a cualquiera su corazón”.

 

Desde el alma VI

                                                                    Poema del secreto

                                                                                                                             Por José Ángel Buesa

Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día y otro día...
y no puedo olvidar.

Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente, sobre un tema vulgar,
puedo decir tu nombre con voz indiferente...
y no puedo olvidar.

Puedo estar a tu lado como si no estuviera,
y encontrarte cien veces, así como al azar...
puedo verte con otro, sin suspirar siquiera,
y no puedo olvidar.

Ya vez: Tu no sospechas este secreto amargo,
más amargo y profundo que el secreto del mar...
porque puedo dejarte de amar, y sin embargo...
no te puedo olvidar!

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