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Página 14

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La soledad de don Laureano Kees

 

“La vida fue muy injusta conmigo”

 

“Ver partir un tren y despedir un hijo que se va muy lejos. Agitar el pañuelo en el atardecer viendo como otro hijo se marcha con su esposa buscando un futuro mejor en la Capital Federal. Sepultar el amor junto con mi esposa en un amanecer de invierno, triste y lluvioso. Quedar solo en una casa inmensa. Deambular buscando la compañía y las voces de los seres queridos que ya no están. Sentir que lo hemos dado todo y que a nadie parece importarle. Son realidades que me ha dejado la vida en estos ochenta años. Y me parece terriblemente injusto” –cuenta don Laureano Kees Periódico Cultural Hilando recuerdos..

 

“Nací en una de las colonias, no importa cual. A esta altura de mi vida todo da igual. Me di cuenta que uno siempre está de paso; en todos lados está de paso. Hasta en la vida misma. Uno nunca puede estar tranquilo ni seguro de nada; en cualquier momento un avatar, un hecho impensado, le puede arrebatar todo y dejarlo como vino al mundo: vacío, solo y desolado” –reflexiona don Laureano.

“Cuando era chico tenía muchos proyectos. Soñado con vivir en la Capital Federal, hacer una pequeña fortuna, llevar una vida tranquila, con una linda esposa, varios hijos… Y aquí me ve. Los años han pasado. De aquel niño no queda absolutamente nada. me fui a la Capital Federal, es cierto; pero también es cierto, que no conseguí lo que soñaba. Lo único que hice en todos estos años fue trabajar y trabajar y trabajar. Siempre viviendo en una casa alquilado. Sufriendo porque la plata nunca alcanzaba; llorando en secreto porque no podía darles lo que deseaba a mis hijos y a mujer.

Después, bueno, la cosa continuó marchando. Los días transcurrían, todos iguales, idénticamente iguales: trabajaba durante todo el día para llevar la comida a casa. No tenía tiempo para nada más. Los hijos nacían, crecían y se iban. Y yo sin apenas conocerlos.

“Y así, también, se me fue mi esposa; mi querida y amada esposa. Ahí recién me di cuenta de lo estúpido que había sido al vivir de esa manera. Pero qué iba a hacer sino me quedaba otra. Si no trabajaba no había comida sobre la mesa. En ese momento terrible de mi existencia me di cuenta que lo había perdido todo y que no había disfrutado de nada: ni de mi esposa, ni de mis hijos. Siempre preocupado por darles lo mejor, me olvidé de entregarles mi amor, mi alma”.

Su voz se apaga. Reina el silencio. Un silencio profundo y doloroso. Don Laureano se queda pensando, reflexionando. Está aquí, sentado frente a mí, en la redacción de Periódico Cultural Hilando recuerdos acompañado de uno de sus hijos y dos nietos.

“Sí –vuelve a hablar con voz queda y frágil-, lo entregué todo y a la vez no entregué nada; porque no me entregué a mi mismo. Les dí cosas materiales pero no les dí mi amor” –sostiene en un susurro que se parece mucho al llanto. Y concluye:- Por eso me quedé tan solo, desconsoladamente solo. Creo que me lo merezco por haber sido tan ciego”.

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Desde el alma IV

Si mis manos pudieran

Por Federico García Lorca


Yo pronuncio tu nombre
en las noches oscuras,
cuando vienen los astros
a beber en la luna
y duermen los ramajes
de las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
de pasión y de música.
Loco reloj que canta
muertas horas antiguas.

Yo pronuncio tu nombre,
en esta noche oscura,
y tu nombre me suena
más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
y más doliente que la mansa lluvia.

¿Te querré como entonces
alguna vez? ¿Qué culpa
tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma,
¿qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡¡Si mis dedos pudieran
deshojar a la luna!!

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