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hilando recuerdos

Edición Nº33 (Mayo de 2009)

Página 1 - Tapa

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¿Por qué estamos como estamos en los pueblos alemanes?

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La sociedad ha cambiado mucho. El ser humano ha cambiado mucho. El hombre ha modificado no solamente su forma de vida, sino que también modificó su manera de comportarse con el prójimo. (17/1/96 - En la imagen un hecho histórico para Pueblo Santa María: la apertura de la prolongación de la calle Corrientes, la unión del Barrio 9 de Julio con la Avenida 11 de Mayo, después de más de cien años de desencuentros: un hito para la comunidad y en especial para el Delegado Municipal de aquel entonces, Juan Carlos Roht).

¿Dónde están los derechos humanos de los habitantes que trabajamos y queremos vivir en paz?

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Anécdota basada en este interrogante. Una pregunta que contestó, de manera brillante, el genial Discépolo, en la letra de su famosísimo tango “Cambalache”, cuando escribió “hoy es lo mismo el que labura / noche y día como un buey, / que el que vive de los otros, / que el que mata, que el que cura / o está fuera de la ley”.

Llorar lo perdido

Página 13

 

Componerle poemas al olvido, ver pasar las horas y encontrar las manos vacías. Saber que la persona que amamos está lejos. Que ama a otro hombre. Y comprender que hemos perdido los días esperando, soñando un regreso que quizás nunca se produzca…

 

Fotografías de Pueblo Santa Trinidad, San José y Santa María

Páginas 6, 12 y 18

 

Recuerdo de viejos y bellos tiempos, en el que los trabajadores del Molino Harinero de Pueblo San José, estibaban bolsas de harina obtenida del trigo que se molía en el lugar, que era orgullo de la comunidad (Gentileza de Lidia Minig).

 

Pueblo Santa María. Fiesta de la Virgen de Fátima. Participaron: Elisa Schneider, Rosa Schneider de Graff, Rosa Graff, Irma Zulema Graff, Marta Graff, Norma Graff, Olga Graff, Zulema Kelher, Rosa Reeb, Irma Zulema Reeb y José Omar Reeb (Gentileza de Rosa Reeb).

Página 2 y 3

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Tradiciones argentinas que asimilaron los alemanes del Volga

Tercera parte

La esquila y la yerra

La esquila y la yerra eran días de fiesta para los alemanes del Volga. Cada una de estás actividades rurales se desarrollaban en un marco familiar, donde parientes y amigos colaboraban en la realización de las tareas, que siempre concluían con un gran asado y, también, casi siempre, con un baile. Para que las generaciones presentes, tan alejadas de la realidad del campo, conozcan qué es la esquila y la yerra, Periódico Cultural Hilando recuerdos presenta una investigación que, recurriendo a escritores e investigadores de tiempos pasados, que se ocuparon de describirlos en el momento de su máximo apogeo, da cuenta de los dos temas, narrándolos en detalle y con conocimiento.

La esquila (1883)

Por Ventura R. Lynch

Esta operación que se lleva a cabo a fines de setiembre o principios de octubre, nos ofrece escenas de gran interés.

Ella consiste en despojar las majadas de la lana que necesariamente se ha de enviar a los mercados europeos para la confección de las telas que todavía nos vemos en la necesidad de importar.

Aquí las mujeres desempeñan el principal rol, para quienes parece un trabajo mucho más apropiado.

Veinte, treinta, hasta cuarenta y cincuenta, armadas de grandes tijeras y entre las que no faltan un sinnúmero de voluntarias, se sitúan a corta distancia del corral y allí dan principio a sus faenas en medio de los gritos, chistes y carcajadas que despierta la ocasión.

Dos o cuatro hombres se encargan de alcanzarles las ovejas. Para esta operación no se emplea el lazo; se las toma simplemente de las patas y suspendidas en el aire se entregan al esquilador.

Mientras unos van cortando, otros forman los vellones y algunos peones se encargan de conducirlos a la carreta o al galpón, según la voluntad del poseedor.

Las esquilas duran, generalmente, lo que la yerra: cinco, ocho, diez y hasta quince y veinte días.

 

La yerra (1883)

Llámase así al acto o a la acción de la marcación que se hace cada uno o dos años, de la hacienda orejana que tienen las estancias.

Ésta se lleva a cabo de mediados a fines de otoño, es decir, durante los meses de abril, mayo y junio, cuando la benignidad de nuestro clima aún no ha desplegado los rigores del invierno.

Esta operación implica uno de los más grandes acontecimientos de la vida del gaucho.

Conocido el establecimiento que está de yerra, todo el vecindario se agita y se estremece preparándose para el día señalado. La noticia cunde con la celeridad del rayo, y no será extraño que al principio haya más de un centenar de paisanos que vinieron de lejanos pagos.

Cuanta pilcha lujosa compone el apero del gaucho, sale a tomar el aire con esta circunstancia. Ponchos de vicuña, chapeados de pura plata, calzoncillos con flecos, botas de potro bordadas en el empeine, lazos trenzados de veinticuatro, en fin, todo aquello de más rico, de más caro y más apreciado que existe en el paisano, entra a desempeñar su rol en aquellos días de algazara.

La yerra comienza por echar la hacienda al corral; se mata una o dos vaquillonas que han de servir la carne con cuero, las marcas están candentes en la hoguera; todo el mundo ríe y charla que es un primor.

Se designan los enlazadores y pialadores con que se ha de abrir el torneo y un vamos muchachos, lanzado por el dueño de la estancia, es la señal de que ha empezado la justa.

El corral se ve de pronto invadido por un enjambre de gente. El estanciero, su capataz, en fin, cualquiera, hace su armada, dirige la vista sobre el animal que ha de ser la primera víctima, arremete contra ella, la hacienda se arremolina, levantando la primer nube de polvo de la yerra y...

El lazo cae en las astas del orejano, si es vacuno, y si es équido, en el cuello. Un ¡hurra!, ¡un bravo!, un grito de alegría, un aplauso o lo que se quiera, resuena entre los actores y espectadores de la escena, y mientras los ecos y la brisa pierden aquella manifestación en la llanura, la víctima brega pugnando por cortar la fuerte polea que la aprisiona.

La contienda ha comenzado.

Diez y hasta veinte enlazadores y pialadores luchan siempre con el mejor éxito contra el crecido número de animales que hay que tender en el suelo.

Tan presto un toro bravo como las furias del averno, viéndose impotente para quebrar las ligaduras que le oprimen, cambia de táctica y embiste. Simultáneamente, un sinnúmero de lazos giran en todas direcciones. El jinete, por una hábil maniobra, hace caracolear su caballo y el toro pasa como una avalancha, yendo a estrellarse contra los palos, o dándose una vuelta de carnero. Si el lazo se corta la escena es peligrosa.

El animal furioso, escarba la tierra con ciega cólera, sus ojos inyectados brillan de un modo siniestro, su boca se cubre de una espuma blanquecina y largas babas semejantes a las babas del diablo se desprenden por ambos lados de su hocico.

El gaucho se entusiasma; ha encontrado al fin un enemigo digno de su destreza y de su audacia; hace su armada, arroja el lazo y al recibirlo el toro sobre sus aspas, baja la cabeza y se precipita bramando de ira contra el jinete.

Éste ha previsto el golpe; ya su caballo ha cambiado de posición y espera a pie firme el tirón que necesariamente dará el animal. Este lazo también se revienta y el toro, quizá avergonzado del poco éxito de su acometida, va a perderse entre sus compañeros de infortunio.

Un tercer lazo vuelve de nuevo a cogerlo. Él resiste y hace inauditos esfuerzos por quedarse entre los suyos. Pero en este instante otro paisano, cuyo vigoroso flete parece estar impaciente por entrar en la contienda, se lanza contra él y lo saca a pechadas hasta el centro del corral.

El toro no ha tenido tiempo de reponerse de la embestida, cuando ya el pialador lo enlaza de las patas y tira en sentido inverso al que lo tiene de las astas. Ya impotente para resistir, berrea dejándose estirar, hasta que otro de los paisanos lo empuja de las costillas y lo hace caer de costado.

Uno le pisa el pescuezo, mientras los otros se apresuran a maniatarlo perfectamente de patas y manos. En ese instante se presenta el de la marca, ¡Sin ninguna compasión, le aplica el hierro candente, y una vez señalado para toda la vida, lo desatan y se preparan a dejarlo salir.

El último que se retira es el que le pisa el pescuezo. Necesariamente éste debe ser ágil y vivo, porque ¡ay del que se atreve a arrostrar las iras del afrentado!

El toro, al verse libre, alza la cabeza; investiga en todas direcciones con mirada vaga e indecisa y velada por la ira y el furor.

De pronto se levanta, se sacude y lame la parte dolorida, luego atropella a la puerta del corral. Todos parecen respetar su dolor y el animal loco, echando espuma por la boca, gana el campo.

En cuántas ocasiones, antes de salir, algún jinete recibe una cornada en el pecho de su caballo. ¡Cuántas veces un simple espectador se ve expuesto a ser levantado en la punta de sus cuernos!

Pero lo interesante de la yerra no es precisamente el acto de la marcación sino el lujo y destreza que despliegan los enlazadores y pialadores, los unos a caballo, los otros a pie, y el variado conjunto que presenta la escena.

Mientras en el corral se admira la facilidad con que el gaucho maneja el lazo y el caballo, bajo el ombú, en la playa, en la cocina, se desarrollan otros cuadros de no menos interés.

Aquí se percibe un grupo en donde el mate, la guitarra y la ginebra contribuyen a amenizar un gato, un triunfo u otra pieza que se baila.

Allá se distingue otro por las imprecaciones y gritos de júbilo que a cada instante se producen: ahí se juega a la taba.

Más lejos, frente a la ramada, se entretiene un tercero jugando a las bochas. Este juego fue introducido por los vascos.

Bajo una carreta, a la sombra del edificio, en fin, donde sólo llegan los ecos de la grita del corral, cuatro, ocho o diez paisanos se divierten al truco.

¡Cuánto desgraciado pierde en ellas hasta la última pilcha de su recado, y cuántos deben a una yerra el principio de un mediano bienestar!

En todas partes, menos donde se juega y en el corral, se destaca la bella y graciosa figura de nuestras paisanitas, peinadas con sus dos trenzas, el pañuelo al cuello, sus aritos con vidrios de colores, sus grandes anillos y sus vestidos llenos de colorinches y de gran vuelo.

Las yerras, cuyo origen se remonta a la época del general Navarrete, duran en proporción de los animales que hay que marcar. Hay establecimientos en que se prolongan por quince o veinte días consecutivos.

 

Recuerdos de un tiempo que se fue

 

La yerra (1867)

Por  Wilfredo Latham

 

La marcación del ganado es un gran tiempo: los mayordo­mos y capataces de las estancias vecinas, reciben aviso para que vengan, si quieren, a apartar los animales de la marca de sus patrones, que podrían haberse descarriado o mezclado. Los peones de la estancia están montados en sus magníficos caballos; el ganado es arreado a los corrales de la estancia, y hay hecha una gran fogata de huesos de vaca donde se calientan las marcas.

Se examinan las cinchas y recados, se arreglan, si no están muy bien, lo que es muy importante, pues sobre la cincha y recado pesa la fuerza del trabajo. Los lazos, ya preparados, están en la mano. El grupo es pintoresco. El ganado en los corrales, las grandes fogatas afuera, la densa humareda rodando ondulante por la llanura, los grupos de mucha­chos y hombres junto al fuego, los fogoneros y los marcadores medio envueltos entre el humo, y en perpetua alerta para trepar los postes del corral en caso de peligro; y, para completar el cuadro, veinticinco o treinta jinetes, desnudos de todo superflua vestimenta, con pañue­los de colores atados fuertemente en la cabeza, muchas y brillantes camisas, chiripaes de todos colores, punzó, azul, verde y blanco, y los mayordomos y capataces contemplando las faenas, distinguiéndose por el hermoso jaez de sus caballos y sus enormes espuelas de plata.

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Es hora de responderles a los abuelos la siguiente pregunta:

 

¿Por qué estamos como estamos?

 

La sociedad ha cambiado mucho. El ser humano ha cambiado mucho. El hombre ha modificado no solamente su forma de vida, sino que también modificó su manera de comportarse con el prójimo. En la actualidad se celebra lo utilitario, lo moderno, “siempre hay que estar en la onda”, “tener lo último”, y desenvolverse en una libertad que algunos confunden con libertinaje. Ya no hay códigos ni valores. Ya no hay palabra en la que creer ni confianza en la que confiar. Sólo existe una sociedad desamorada en la que reina, salvo raras excepciones, el “sálvese quien pueda”, sin importar demasiado cuánto daño se hace aplicando esta frase que prácticamente se ha trasformado en un dogma de fe. Y como si todo esto no bastará para crear suficiente infelicidad, existe una envidia que raya en la locura.

 

Todos los valores se han trastocado. Ahora se vive corriendo detrás de la moda, de la tecnología, del lujo, de la ostentación… Todos deseamos tener más que el vecino. Ya no nos importa ni nos interesa que se esté muriendo de hambre; lo realmente importante en esta sociedad posmoderna es tener más y más y más; en pocas palabras: lo único que nos interesa es acumular bienes. ¿Y el interior? ¿Y el alma? ¿Y la vida espiritual? Bien, gracias. Parece ser que ese tema forma parte del pasado. Dios, la religión, la fe, los milagros… son “pequeños detalles” y creencias del pasado que la razón transformó en supersticiones. Ya no es “distinguido” ni cool creer en Dios. Ahora la consigna es ser ateo o mejor aún, no creer en nada. ¿Y para qué? Para hacer lo que se nos cante.

Al respecto, el escritor español Javier Sierra dice que la generación actual “ha vivido un momento muy peculiar, que es el de la desacralización de la sociedad. Antes la religión tenía un peso social muy importante, había una comunidad en torno a la iglesia, y esa situación ha cambiado mucho; la gente ha sustituido la iglesia por los clubes o por los partidos políticos. Eso ha creado una mente dividida, que por un lado quiere ser racional y analizarlo todo científicamente, pero por otro tiende a la mente mágica”.

En la actualidad, la religión, los milagros, la fe, hasta Dios mismo, parecen cosas del pasado.

El mismo escritor reflexiona que “eso tiene que ver con la atención que dispensan en cada momento los mecanismos de comunicación; no es que hayan dejado de existir (los milagros o los actos de fe en los que se creía antiguamente), simplemente hemos dejado de mirar en esa dirección. A mi me parece una desgracia que abras un periódico de nuestros días y que la mayoría de las páginas esté dedicada a la información política y deportiva con los mismos personajes hasta nueve veces en el mismo ejemplar. Ahí hay algo que no funciona, que hay que replantearse, porque te aseguro que han sucedido más cosas en el día de ayer, y porque los medios de comunicación hoy son las semillas de las historias que se contarán de nosotros en el futuro”. Historias que hablarán de este presente caótico donde todos, sin excepción, navegamos a la deriva.

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Por qué estamos como estamos en letra de un tango compuesto en 1935

Cambalache

Letra y Música:

Enrique Santos Discépolo.



Que el mundo fue y será una porquería,
ya lo sé;
en el quinientos seis
y en el dos mil también;
que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublés,
pero que el siglo veinte es un despliegue
de maldá insolente
ya no hay quién lo niegue;
vivimos revolcaos en un merengue
y en un mismo lodo todos manoseaos.



Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro,
generoso, estafador.
Todo es igual; nada es mejor;
lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón;
los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón.



Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón;
cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón.
Mezclaos con Stravisky,
van Don Bosco y la Mignon,
don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín.
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia contra un calefón.



Siglo veinte, cambalache
problemático y febril;
el que no llora, no mama,
y el que no afana es un gil.
Dale no más, dale que va,
que allá en el horno nos vamo a encontrar.
No pienses más, echate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao.
Que es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el que vive de los otros,
que el que mata o el que cura
o está fuera de la ley.

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Juegos que jugaban los niños de antaño: Colaboración de Ana Aurelia Klobertanz

 

“Los juegos que yo jugué cuando era niña”

 

El domingo que no trabajé visité a una amiga que tiene tres niños. Observándolos me dí cuenta con tristeza que los niños de hoy ya no juegan ni se divierten como nosotros, en contacto con la naturaleza, y ensuciándose la ropa con tierra, manchándose la cara con barro. Actualmente prefieren pasarse el día frente a la pantalla de la computadora, solos, aislados de sus compañeros, sin confraternizar ni aprender valores sociales que les serán útiles para afrontar la vida de adultos. Ver esto me llevó a reflexionar y recordar mi propia infancia.

 

Me puse a pensar que cuando yo era niña los juegos de video no existían. Recuerdo que teníamos que jugar a otras cosas, normalmente en la calle, porque sucede que no había tantos automóviles como en la actualidad y las madres se sentían seguras de que anduviéramos en las calles; y que cuando nos llamaban para meternos a casa, regularmente obedecíamos o sabíamos que nos esperaba un castigo si no lo hacíamos… Y entonces pienso en todos esos juegos que hoy en día los niños no conocen o no tienen posibilidad de jugar porque en los tiempos que vivimos, con la violencia, si no tienen una casa con un buen patio, ya no pueden corretear por ahí libremente.

Algunos de esos juegos eran: La Mancha, con sus variantes de "encantados" y "congelados". Aquí era corretear y corretear para alcanzar a los otros; cuando te alcanzaban, pasabas de perseguido a perseguidor, en los otros, tenías que quedarte inmóvil hasta que alguien más te "salvaba".

Las Escondidas, donde siempre había alguien que era el que tenía que contar hasta cierto número para dar oportunidad a los demás a que se escondieran. Existía una base que era donde uno de los escondidos podía correr a gritar "1, 2, 3, salvación por mi y por todos mis amigos", de lo contrario, si encontraba a todos antes de que alguien gritara la salvación, el primer descubierto pasaba a ser el que tenía que contar y buscar.

El Elástico, este era particularmente popular entre las niñas, era precisamente un elástico que se ponían en las piernas un par de niñas, a diferentes niveles de altura y con diferentes rutinas a seguir.

La Cuerda, esta era una cuerda en la que uno tenía que meterse a brincar. Yo recuerdo que primero era pasar abajo de la cuerda, brincar una vez, y salir, luego hacerlo nuevamente pero brincando 2 veces y así sucesivamente.

Como yo normalmente jugaba con mis hermanos, jugué muchos juegos de "niños", porque mis hermanas estaban ya en secundaria cuando yo tenía 6 años, así que las bolitas eran un juego bastante entretenido.

También jugaba al Trompo, y recuerdo que incluso era capaz de hacer que el trompo bailara en una ficha.

El Balero también era divertido, sobre todo cuando no me pegaba con el y lograba acertar varias veces.

El Gaulle (que no sé por qué se llamaba así) era una variante de béisbol que se jugaba con palos de escoba... A un primo le costó casi un ojo y a mis padres varios vidrios de ventanas rotos.

Creo que podría seguir escribiendo y escribiendo de los juegos infantiles, pero debo dejar algunos para una próxima nota… ¿No les parece?

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 Para pensar

 

Adivinanzas sobre la familia

 

Pensando me vuelvo loco,
pensando me quedo enano.
¿Qué relación tengo yo
con la suegra de la mujer
de mi hermano?
                                                                 (Mi madre)

 

El hermano de mi tío
no es tío mío, ¿qué es mío?
                                                                (Mi padre)

 

¿Qué parentesco tendrás 
con la hija de una dama
que está con papá casada?
                                                               (La hermana)

 

Son hijos de tus abuelos,
de tus padres hermanos son.
Tus hermanos con tus hijos 
tendrán esa relación. 
                                                                (Los tíos)

 

Empieza por «a»
y no es ave,
sin ser ave, vuela.
¿Quién será?
                                                                (La abuela)

 

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Fotografías de Pueblo Santa Trinidad

 

Año 1957. El matrimonio integrado por María y Martín Sieben junto a su hija Susana Natividad (Gentileza de Olga Buch).

 

Año 1978. Recuerdo de la fiesta de casamiento de los esposos Gladys Berón y José Alberto Heinrich. Los acompañan en tan dichoso momento, los padrinos: Irma Burgardt y Raúl Berón (Gentileza de familia Heinrich).

 

Casamiento de los esposos María Ofelia Heinrich y Enrique Martel. Junto a ellos Elisa Klein (Gentileza José Alberto Heinrich).

Fiesta de casamiento de los esposos Alicia Heinrich y José Paul. Comparten tan feliz acontecimiento: Alberto Heinrich, José Heinrich, Jorge Heinrich (Gentileza de familia Heinrich).

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Anécdota / reflexión: ¿Dónde están los derechos humanos de los habitantes que trabajamos y queremos vivir en paz?

 

Atrapar al ladrón

 

Esta es una anécdota ficticia pero no por eso deja de ser verosímil. Hechos similares han ocurrido y seguirán ocurriendo mientras no se revean algunos artículos penales de las leyes argentinas. Leyes en las que tienen más derechos los ciudadanos deshonestos que los honestos. Bien ya lo dijo el genial Discépolo en la letra de su famosísimo tango “Cambalache”: “Es lo mismo el que labura / noche y día como un buey, / que el que vive de los otros, / que el que mata, que el que cura / o está fuera de la ley”.

 

Resulta que tengo un sueño muy liviano, y en una de esas  noches noté que había  alguien andando sigilosamente por el jardín de la casa. Me levanté silenciosamente y me quedé siguiendo los leves ruidos que venían de afuera, hasta ver una silueta pasando por la ventana del baño.

Como mi casa es muy segura, con rejas en las ventanas y trancas internas en las puertas, no me preocupé demasiado, pero está claro que no iba a dejar al ladrón ahí, contemplándolo tranquilamente.

Llamé bajito a la policía e informé la situación y di mi dirección.

Me  preguntaron si el ladrón estaba armado o si ya estaba dentro de la casa.

Aclaré que no y me dijeron que no había ningún móvil cerca para ayudar, pero que iban a mandar a alguien ni bien fuese posible.

Un minuto después llamé nuevamente y dije con voz calma:

-Hola, hace un rato llamé porque había alguien en mi jardín. No hay  necesidad de que se apuren. Yo ya maté al ladrón con un tiro de escopeta calibre 12, que tengo guardada para estas situaciones. ¡La pucha! ¡El tiro hizo un desastre sobre el tipo!

Pasados menos de tres minutos, había en mi calle cinco autos de policía, un helicóptero, una unidad de rescate, un equipo de TV, y una hinchada de los derechos humanos que no se perderían esto por nada del mundo.

Agarraron al ladrón in fraganti, quien estaba mirando todo con cara de asombrado. Tal vez él estuviese pensando que era la casa del Jefe de  Policía.

En medio del tumulto, un comisario se aproximó y me dijo:

-Creí que había  dicho que había matado al ladrón.

Yo contesté:

-Creí que me habían dicho que no había nadie disponible.

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 Anécdota argentina que me contó un tractorista

 

Una venganza muy particular

 Por Alberto Llambi Campbell

 

En la provincia de Corrientes y posiblemente, también en otras provincias del norte, se conservan ciertas costumbres muy salvajes para resguardar el honor familiar.

Por esas costumbres ocurrió el “accidente” del hermano de nuestro tractorista. Fue por él que supe esta historia.

Ella era hija, sobrina y hermana de médicos, y también tenía esta profesión. El muchacho era joven y tenía relaciones ocultas con la médica. Se encontraban siempre en un discreto hotel. Un día, el muchacho le avisó que la próxima sería la última cita, ya que pensaba casarse con otra en pocos días.

La médica aceptó la noticia con una sonrisa; el día del último encuentro, en el hotel de siempre, quiso que brindaran como despedida. Pero en la copa del infeliz había una fuerte dosis de somnífero.

Al despertarse, confundido y con tremendos dolores, el muchacho se descubrió en un charco de sangre y, horrorizado, vio que sus testículos colgaban prolijamente a los pies de la cama.

Nunca se casó ni se pudo saber quién fue.

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 Los niños quieren saber

 

¿Por qué todos los cabellos de la abuelita están blancos?

 

Un día una niña de las colonias estaba sentada observando a su madre lavar los platos en la cocina. De repente notó que su madre tenía varios cabellos blancos que sobresalían entre su cabellera oscura.

 Miró a su madre y le preguntó inquisitivamente:

-¿Por qué tenés algunos cabellos blancos, Mamá?

Su madre le contestó:

-Bueno, cada vez que hacés algo malo y me hacés llorar, uno de mis cabellos se vuelve blanco.

La niña reflexionó esta revelación por un rato y luego dijo:

- "Mamá… Y… ¿Por qué todos los cabellos de la abuelita están blancos?

 

 

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Volver a la niñez

Recuerdos de infancia

 

Periódico Cultural Hilando recuerdos vuelve a publicar nuevos recuerdos de infancia que enviaron lectores que actualmente residen lejos de los pueblos alemanes. Esta página que parece que ha llegado para quedarse, es el reflejo de los sentimientos que les despierta en los lectores el leer el periódico y volver a tomar contacto con su terruño natal a través de lo que publicamos, y rememorar aquellos tiempos en que residieron en alguna de las tres colonias.

Colaboración de Analía Ruppel

Las cuatro estaciones

 

Aunque es un lugar común decirlo, todos hemos sido niños alguna vez. Y sin lugar a dudas, las esquinas de nuestra memoria reflejan las tenues luces del brillo de la infancia. Y para mi es una delicia compartir los recuerdos de mi propia infancia. Esa infancia que he vivido en las colonias y que nunca pude olvidar pese a haber partido de esos lares hace más de cuarenta años.

 

De mi infancia recuerdo como disfrutaba de las estaciones de verano, del hecho de estar sin clases y estar plenamente libre de obligaciones. Era algo mágico y especial, que sugería que hasta lo previsible puede ser sorprendente. Era una época increíblemente feliz.

El otoño marcaba el principio del año, con el comienzo de las clases, todo era nuevo y excitante. El barrio se llenaba de hojas secas y el devenir crujiente de mis pasos de niña, no pasaban aún de las guillerminas número 32.

Más tarde llegaba el sol brillante de invierno y el viento helado pegando sobre nuestras caras cuando volvíamos de la escuela, cruzando sola la calle, como gesto absoluto de independencia y autonomía.

Pero también, mi infancia era el día de la primavera, el pic-nic escolar, la vianda que preparaba mamá y que siempre era más rica que la ajena. Volvía la temporada de pasear, de jugar en la calle. Porque con la primavera, los días se volvían más largos, y todo era invadido por el olor al pasto recién cortado, o a la deliciosa tierra mojada tras la tormenta.

Y luego, el infinito verano, con su soledad de chicharras insolentes, ecos de las desveladas y eternas siestas que definían una agonía calurosa.

 

Colaboración de Rosalía Bender

Días felices

 

Los recuerdos más bellos de mi infancia tienen que ver con las soleadas tardes de sol en el patio de mi casa, con el inmenso sauce del cual pendía la hamaca firmemente amarrada por papá. Con la casa de mis abuelas, una con un parque hermoso, florido y su infaltable gallinero al fondo.

 

Los recuerdos de infancia llegan a mí con las peleas, travesuras y complicidades con mis hermanos; con la espera de mi abuelo en la esquina de la escuela; con las suaves manos de mamá al ayudarme a vestirme después del baño; con los juegos eternos en las calles o las casas de mis amigas; con los domingos de misa.

Tuve una infancia muy feliz. Se la debo a los mayores que pusieron todo el amor y sabiduría para que así fuera. Y a Dios que veló por ella.

Y hoy, aunque esté lejos de las colonias, aún la recuerdo, cada día con más nostalgia y melancolía. Periódico Cultural Hilando recuerdos es un gran compañero y me ayuda a mitigar tanto desasosiego y me permite rememorar aquellos lejanos años en que fui tan pero tan feliz.

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Reflexiones de don José

 

El abuelo y su nieto

 

“Antes no teníamos televisor, ni heladera, ni celular, ni tantas pero tantas cosas modernas que llenan la casa de objetos y la vacían de afecto. Hoy en día la gente vive tan apurada que se pasa el día corriendo tratando de cumplir con las obligaciones de uno, dos y hasta tres trabajos, para llegar a fin de mes con varios sueldos para conseguir pagar las cuotas que la envidia les hace comprar para no ser menos que el vecino. Así, el trabajo, en el pasado un valor  que le daba dignidad al hombre, se ha transformado en un carcelero. Un carcelero del cual casi todos son esclavos. Que les quita tiempo que deberían dedicar a la familia, a los hijos, a los sueños… Ni se dan cuenta que se les va la vida acumulando artefactos y viviendo para el qué dirán y pensarán los demás. Sin tener en cuenta jamás que la felicidad no depende de eso. Que ni siquiera se conocen a sí mismos. Que no se dan cuenta que sólo viven acumulando bienes. Que cada día desean más y más… Y cuánto más desean y poseen más vacíos se sienten interiormente”, reflexiona con tristeza pero sabiduría don José, anciano ya, cansado de ver la realidad que le toca observar en sus “últimos días de vida”, como le gusta decir cuando comenta que tiene casi  90 años y que nunca fue al médico.

 

“Así es, mi hijo, como te digo –comenta el abuelo a su nieto, en una conversación que graba el cronista de Periódico Cultural Hilando recuerdos para no perdérsela y reflexionar junto a los lectores del periódico-. “Antes éramos más felices… ¿Y sabés por qué? Porque éramos de mentalidad más sana. Más honestos, más justos, más nobles. Porque no nos importaba, como sucede ahora, vestir a la moda, con la ropa más lujosa y cara, tener el mejor auto, la heladera más moderna, el televisor con los últimos adelantos técnicos… No mirábamos lo que tenía el vecino para envidiarlo y comprar algo mejor y superarlo, ¡no!; mirábamos al vecino para ver si necesitaba algo, si precisaba de nuestra ayuda” –agrega el abuelo con un dejo de orgullo, consciente de que su tiempo fue mejor, al menos más humano-. “Fue más justo” –sostiene con convicción-, “más honorable, donde la palabra empeñada tenía valor como tenían valor los valores morales y espirituales”.

El abuelo se complace contando a su nieto de sus años mozos, cuando el mundo era totalmente otro y las colonias también eran otras, “habitadas por otro tipo de personas” –afirma con amargura- “personas que vivían de otra manera, más simple y sencilla. Personas que creían en algo y en alguien. Que conservaban las tradiciones y costumbres heredadas de sus antepasados generación tras generación. ¡Si hasta eso olvidaron!” –Alza la voz el abuelo-. “¡Olvidaron el respeto por los mayores!”.

“Antes” –continúa-, teníamos devoción por las personas mayores. Sabíamos que ellas habían acumulado a lo largo de su vida un cúmulo de experiencia que nos podía servir de ejemplo; los admirábamos por sus conocimientos y sabiduría. No como ahora, que los descartan como chatarra vieja”.

El nieto entiende que es verdad lo que acaba de afirmar su abuelo, porque lo dijo sentado a la puerta del hogar de ancianos donde lo recluyó su familia.

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   Desde el alma I

 

A mi nieto

Colaboración de

Teodoro Safenreiter

 

Hijo de mi hijo, doblemente hijo,
eso eres, mi nieto,
que hoy has venido a prolongar mi vida,
mi nombre, mi recuerdo.

 

Quizás repitas en tu vida de hombre
algunos de mis rasgos y mis gustos,
más quiera Dios que en ti no se repitan
mis errores, tampoco mis defectos.

 

Nieto mío: procura ser útil y bueno,
hoy te lo pide, el padre de tu padre,
por dos veces tu padre,
que es: "TU ABUELO".