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hilando recuerdos

Edición Nº33 (Mayo de 2009)

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Nunca es tarde para volver a empezar

 

La historia de amor de Ana y Roberto

 

Él la encontró en un cumpleaños. Era una de esas reuniones que él tanto odiaba; pero al ir cumplía con una amistad de años. Ella estaba invitada por un amigo de un amigo. Él la vio allí, sentada en la mesa del comedor bebiendo un vaso de cerveza. Él, al instante se enamoró. Ella no le hizo mucho caso. Él se acercó, ella ni se inmutó. Él la saludó, ella le contestó. Ese fue el comienzo. Luego pasaron los años y la historia se cortó. Hasta que un día se volvieron a encontrar en un colectivo, regresando ambos a la Capital Federal, después de un viaje a las colonias para visitar a sus respectivos parientes.

 

Hacía tiempo que no la veía. Los años habían pasado y ella se había vuelto más bonita. Él no sabía como acercarse porque ella no daba aires de querer conversar. Él se atrevió, a ella de repente le gustó. Conversaron por un rato, tal como lo habían hecho en la fiesta de cumpleaños de hacía años y que ninguno había olvidado. Él le habló de cine, de libros, de anécdotas de los últimos años. Ella le contó de sus amores, de sus nuevos gustos…

La noche se acabó. Él de ella no se despidió. Ella se fue molesta. Él se fue enamorado. 

Él la invitó a salir al día siguiente. Ella decidió probar. Se vieron, cenaron y tomaron vino. La conversación, tal como el día anterior, fluyó como dos conocidos de toda la vida. Él se perdió en ella. Ella comenzó a ceder. 

Ella se enamoró.

Él se hacía el duro. Ella, a estas alturas, era obvia.  

Ella se acercó. Él la besó. Ella se dejó llevar por el momento, y a él le encantó. 

La noche se acabó. Ella de él no se despidió. Él se fue molesto. Ella se fue enamorada. 

Hoy en día ella espera otro vino. Hoy en día él espera otra reunión. Ella no deja de pensar en él. Él no deja de pensar en ella.

 El relato cuenta un hecho real que tiene como protagonistas a Ana S. y Roberto M., oriundos de las colonias y actual ciudadanos de la Capital Federal. El mismo fue narrado a partir de un escrito de Roberto Franchi Capecchi, teniendo en cuenta que el escritor

 

A pesar de todo, el tiempo continúa transcurriendo

 

Reloj no marques las horas

 

El antiguo reloj de pared marca los segundos. Tiempo que pasa y no vuelve como no vuelven los seres queridos que se fueron vaya uno a saber bien por qué. A veces, ni ellos mismos lo saben. El destino se los lleva arrastrándolos a seguir su camino. Y nos dejan llorando su ausencia sin mirar atrás ni retornar jamás a consolarnos.

Así transcurren los minutos, las horas, los días… y la vida misma. Llevándose todo. Hasta la existencia. Sin importarle si fuimos o no felices. ¿Es el tiempo que pasa o nosotros que pasamos por el tiempo? Todo parece tan frágil y a la vez tan eterno. Nuestra vida depende de mil avatares y sin embargo, a la vida misma da la sensación de importarle bien poco si estamos aquí o no. Todos somos prescindibles. Y lo sabemos. Auenque no queramos admitirlo.

 

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Confesiones de Blacentina Sauer (81 años)

 

Iba a ser muy distinto... ¡pero ha resultado ser así!

Colaboración de

Rogelio Schwab

 

No es el mundo el que cambia. Es uno mismo el que cambia y entonces todo cambia, excepto lo importante, lo verdadero, lo esencial. La noche seguirá siendo la noche, la luna seguirá fascinándome, las estrellas seguirán conduciendo mi mirada hacia el infinito, la oscuridad continuará llenándome de paz, el silencio nocturno proseguirá hilando recuerdos en mi mente…

Pero de alguna manera, el mundo me irá cambiando, transformando el significado de los días como estos, antes tan llenos de recuerdos y felicidad, y ahora simplemente días para recordar con sabor a olvido permanente.

Las cosas que nos parecían eternas parecen no valer la pena, se quedaron tiradas a la vera del camino mientras íbamos creciendo y se transformaron en pasado, en un ayer casi ajeno e irreconocible. Como si no fueran verdad o como si nunca hubiesen sucedido.

Debo reconocer que, a pesar de toda mi resistencia, la vida me trae sueños nuevos, nuevas ilusiones, nuevos caminos, nuevas miradas, nuevos latidos, nuevos roces, nuevos besos… Aunque lo esencial, lo importante en mí, permanezca.

La noche sigue enamorándome, como antes, como siempre, aunque ahora, mi amor, ya no te imagine bajo los halos de la luna. En tu lugar habrá otra piel, otros ojos, otros labios, otro corazón. Y a pesar de que mi esencia no cambie, las cosas entre tú y yo habrán cambiado.

Por eso me duele decir que nada ha cambiado, que sólo nosotros hemos cambiado. Que ya no somos los mismos. Que nunca existió un nosotros. Que siempre fue así, pero ahora lo sé. Porque ahora descubro que nunca me quisiste como yo a ti.

Es un día triste, melancólico... Un día gris y vacío... Nunca olvidaré ciertas cosas, pero serán sólo eso, recuerdos grises y quebrados.

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Desde el alma II

Amor Tardío

Por José Ángel Buesa

Tardíamente, en el jardín sombrío,
tardíamente entró una mariposa,
transfigurando en alba milagrosa
el deprimente anochecer de estío.

Y, sedienta de miel y de rocío,
tardíamente en el rosal se posa,
pues ya se deshojó la última rosa
con la primera ráfaga de frío.

Y yo, que voy andando hacia el poniente,
siento llegar maravillosamente,
como esa mariposa, una ilusión;

pero en mi otoño de melancolía,
mariposa de amor, al fin del día,
qué tarde llegas a mi corazón...

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Fotografías de Pueblo San José

Recuerdo de la fiesta en que tomó su Primera Comunión Rolando Oscar Steimbach. Lo acompañan Juan José Berger, Aurelio Oscar Steimbach, Oscar Daniel Ullúa y Sergio Fabián Ullúa, luciendo con orgullo las gorras que rememoran el campeonato de fútbol obtenido por Club Independiente en el año 1985 (Gentileza de María Eschetgel de Ullúa).

Reunión de amigos: Horacio Frank, Marcelo Frank, Serafín Herlein, Anselmo Martel, Ángel Wagner, Jorge Durban y Armando Schwab (Gentileza de Lidia Minig).

 

Fiesta de casamiento de los esposos Carmen Arzer y Dionisio Krotter. Junto a ellos disfrutando de tan dichoso momento: Paulina Safenreiter, Jacobo Arzer, Amalia Safenreiter, Jorge Wesner, Alicia Wesner (Gentileza de María Eschetgel de Ullúa).

 

Año 1969. Fiesta de casamiento de los esposos Lidia Minig y Marcelo Frank. Los acompañaron en tan feliz acontecimiento los padres de la novia, Rosa Prait  y Alejandro Minig, Eusebio Minig y la abuela Elisa Prait (Gentileza de Lidia Ming).

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La nostalgia del atardecer

 

Los domingos de las colonias

 

Los domingos de las colonias tienen perfumes de nostalgia y sensaciones de melancolía. Una brisa de recuerdos recorre las calles al atardecer y anida en el corazón de sus habitantes, que imbuidos de ese sentimiento salen a caminar por la calle ancha, luciendo sus mejores ropas, a recorrer las ramblas, a conversar con los vecinos que se sientan a la vereda, frente a sus casas, dejando transcurrir, en una letanía monótona y lenta, el tiempo entre mate y mate, entre palabras y palabras, en las que surgen también los últimos chismes que escandalizaron la moral pública de la comunidad.

Todos extrañan algo. Aunque no lo expresen y la mayoría no se de cuenta, extrañan algo. El suceder de la vida posmoderna les hizo perder cierto grado de identidad y muchas posesiones que llevaron en su memoria durante centurias. Ya no hay patios donde suenen acordeones y bailen parejas envueltas en una nube de tierra, con músicos destilando un aroma a cerveza, cantando canciones alemanas mientras el alma y los ojos se llenan de lágrimas rememorando la patria lejana. La posmodernidad trajo consigo cosas nuevas a cambio de perder otras. Y se sabe que todo trueque no siempre es justo, como también se sabe que todo cambio tampoco resulta del todo para bien o para, al menos, sentirse más pleno y más feliz. A veces, perder cosas, recuerdos, objetos, costumbres, hábitos, es perder tradiciones y junto con ellas, parte de la identidad.

Llorar lo perdido

 

La espera

Colaboración de

Pascual Bineder

 

Componerle poemas al olvido, llorar el tiempo perdido, ver pasar las horas y encontrar las manos vacías. Saber que la persona que amamos está lejos. Bien lejos de nosotros. Que abraza a otro, que ama a otro hombre. Y comprender que hemos perdido los días esperando, soñando un regreso que quizás nunca se produzca.

Han pasado diez años desde que se fue. Sé que se casó, que tiene tres hijos. Todo eso lo sé. También que no es feliz. Que su marido la engaña. Pero… ¿es eso suficiente para creer que todavía me ama a mí? Parece que no. Y sin embargo, me aferro a esa última esperanza.

Y no me atrevo a comenzar una nueva vida por temor a que regrese a buscarme y yo ya no esté esperándola.

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La soledad de don Laureano Kees

 

“La vida fue muy injusta conmigo”

 

“Ver partir un tren y despedir un hijo que se va muy lejos. Agitar el pañuelo en el atardecer viendo como otro hijo se marcha con su esposa buscando un futuro mejor en la Capital Federal. Sepultar el amor junto con mi esposa en un amanecer de invierno, triste y lluvioso. Quedar solo en una casa inmensa. Deambular buscando la compañía y las voces de los seres queridos que ya no están. Sentir que lo hemos dado todo y que a nadie parece importarle. Son realidades que me ha dejado la vida en estos ochenta años. Y me parece terriblemente injusto” –cuenta don Laureano Kees Periódico Cultural Hilando recuerdos..

 

“Nací en una de las colonias, no importa cual. A esta altura de mi vida todo da igual. Me di cuenta que uno siempre está de paso; en todos lados está de paso. Hasta en la vida misma. Uno nunca puede estar tranquilo ni seguro de nada; en cualquier momento un avatar, un hecho impensado, le puede arrebatar todo y dejarlo como vino al mundo: vacío, solo y desolado” –reflexiona don Laureano.

“Cuando era chico tenía muchos proyectos. Soñado con vivir en la Capital Federal, hacer una pequeña fortuna, llevar una vida tranquila, con una linda esposa, varios hijos… Y aquí me ve. Los años han pasado. De aquel niño no queda absolutamente nada. me fui a la Capital Federal, es cierto; pero también es cierto, que no conseguí lo que soñaba. Lo único que hice en todos estos años fue trabajar y trabajar y trabajar. Siempre viviendo en una casa alquilado. Sufriendo porque la plata nunca alcanzaba; llorando en secreto porque no podía darles lo que deseaba a mis hijos y a mujer.

Después, bueno, la cosa continuó marchando. Los días transcurrían, todos iguales, idénticamente iguales: trabajaba durante todo el día para llevar la comida a casa. No tenía tiempo para nada más. Los hijos nacían, crecían y se iban. Y yo sin apenas conocerlos.

“Y así, también, se me fue mi esposa; mi querida y amada esposa. Ahí recién me di cuenta de lo estúpido que había sido al vivir de esa manera. Pero qué iba a hacer sino me quedaba otra. Si no trabajaba no había comida sobre la mesa. En ese momento terrible de mi existencia me di cuenta que lo había perdido todo y que no había disfrutado de nada: ni de mi esposa, ni de mis hijos. Siempre preocupado por darles lo mejor, me olvidé de entregarles mi amor, mi alma”.

Su voz se apaga. Reina el silencio. Un silencio profundo y doloroso. Don Laureano se queda pensando, reflexionando. Está aquí, sentado frente a mí, en la redacción de Periódico Cultural Hilando recuerdos acompañado de uno de sus hijos y dos nietos.

“Sí –vuelve a hablar con voz queda y frágil-, lo entregué todo y a la vez no entregué nada; porque no me entregué a mi mismo. Les dí cosas materiales pero no les dí mi amor” –sostiene en un susurro que se parece mucho al llanto. Y concluye:- Por eso me quedé tan solo, desconsoladamente solo. Creo que me lo merezco por haber sido tan ciego”.

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Desde el alma IV

Si mis manos pudieran

Por Federico García Lorca


Yo pronuncio tu nombre
en las noches oscuras,
cuando vienen los astros
a beber en la luna
y duermen los ramajes
de las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
de pasión y de música.
Loco reloj que canta
muertas horas antiguas.

Yo pronuncio tu nombre,
en esta noche oscura,
y tu nombre me suena
más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
y más doliente que la mansa lluvia.

¿Te querré como entonces
alguna vez? ¿Qué culpa
tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma,
¿qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡¡Si mis dedos pudieran
deshojar a la luna!!

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A la memoria de Don José Bohn

 

Un hombre que merece de ser recordado

 

Don José Bohn nació en el año 1897. Los documentos del Registro Civil indican que era “natural de Rusia”, como estilaban escribir los funcionarios en las actas de casamiento y defunción en los años fundacionales de los pueblos alemanes, sin tener en cuenta de qué lugar de ese país provenían. También revelan que era hijo de Ana María Stremel y Jorge Bohn.

 

Don José Bohn desarrolló su vida entre Pueblo Santa María, donde tenía su residencia, y una chacra de su propiedad, la cual trabajó e hizo producir, fiel a la capacidad de crecimiento de todos los alemanes del Volga, que supieron progresar en esta tierra argentina que les abrió la puerta a la libertad.

Cultivó la tierra, labró su destino y una existencia basada en férreos principios morales, cuyos pilares eran Dios y una conducta social intachable.

El 15 de octubre de 1918 contrajo enlace matrimonial en la Iglesia Natividad de María Santísima, con Placentina Andes, hija de Elisabeth Schamberger y Jorge Andes, quien le regaló la dicha ser padre de 8 hijos: Blandina casada con José Streitenberger –que tuvieron 7 hijos-, Agustín con Nélida Besler – 4 hijos-, José con Plasentina Dornes -2 hijos-, Elisa (fallecida a los 7 años), Adán con Angélica Besler -2 hijos-, Amalia con José Dornes -5 hijos-, Ricardo con Graciana Dornes -3 hijos- y Guillermina con Ricardo Beier -4 hijos.

Una felicidad que duró pocos años. Porque en 1937 muere su esposa con apenas 35 años.

Fue una época difícil para Don José. Viudo y con 8 hijos. Una situación nada sencilla de afrontar. Por lo que fue menester comenzar de nuevo. Y es así como el 12 de octubre de 1939 contrae matrimonio con María Hipperdinger, hija de Juan Hipperdinger y Apolonia Heder; de cuya unión nacen 3 hijos: Josefina casada con Bernardo Beier –que tuvieron 4 hijos- , Graciano –soltero- y Luis con Irma Maier -2 hijos.

Habiendo hecho su vida y cristalizado sus sueños, en 1960, Don José Bohn entrega su existencia a Dios: fallece con sólo 63 años.

Su segunda esposa fallece en 1977.

De todos sus hijos, actualmente viven solamente cuatro: Amalia, Ricardo, Guillermina y Josefina. Y de los yernos y nueras, dos: Bernardo e Irma. Los demás ya han fallecido todos.

Don José legó a la posteridad una existencia digna, ejemplos para imitar, y una familia pródiga: varios hijos que continuaron la descendencia con numerosos nietos y bisnietos. Este rescate histórico era necesario como acto de justicia, homenaje y recuerdo permanente.

 

Primer matrimonio de Don José Bohn con Placentina Andes (Gentileza de Carmen Streitenberger).

Segundas nupcias de Don José Bohn con María Hipperdinger (Carmen Streitenberger).

 

Acta de Matrimonio de las segundas nupcias de Don José Bohn.

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Fábulas argentinas

El águila y el gorrión

 

Por Godofredo Daireaux

 

 

El gorrión, con imprudencia de cortesano novel, criticaba en voz alta, en un círculo de muchos otros pájaros, el gobierno del águila. Aseguraba que los impuestos eran excesivos y estaban mal repartidos; que se derrochaban los dineros públicos; que la justicia era pésimamente administrada; que las elecciones, falseadas, mandaban al congreso puros politiqueros ignorantes; que todo se volvía negocio; que el verdadero mérito nunca era recompensado, y que sólo conseguían los puestos públicos los que para nada servían.

Y muchas otras cosas se disponía a criticar, cuando el águila que, sin que hubiera sentido el gorrión, se había aproximado al grupo, le preguntó de qué gobierno estaba haciendo la historia.

El gorrión no se inmutó:

-Del gobierno del abuelo de Vuestra Majestad -contestó sin vacilar, saludando al águila con toda cortesía.

Y el monarca no pidió más, recapacitando que, efectivamente, todo aquello, desde entonces, había mejorado muchísimo.

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Historias de frases famosas

Parar la olla

 Por Héctor Zimmerman

 

"No tener cómo o con qué parar la olla" resume, como es sabido, la imposibilidad de llevar al hogar el alimento indispensable. La olla es el símbolo de la comida elemental, la más pobre, como surge de otra expresión, "olla podrida", lugar adonde iban a parar todas las sobras e ingredientes baratos con que una familia sin recursos se las arreglaba para cocinar. Los franceses emplean una frase similar, pero la aplican con sentido irónico: "la olla está boca abajo" ("la marmite est renversée") se endilga a las casas donde no se convida nunca a nadie, sea por mezquindad o porque sus dueños están arruinados. La pregunta es por qué tanto para los franceses como para otros pueblos, como el español y el argentino, se habla de ollas volcadas boca abajo y ollas paradas o boca arriba. La razón obvia es que cuando esos utensilios se usan a diario lo común es verlas en la cocina de pie, apoyadas en la base; cuando eso no ocurre, permanecen arrinconadas a la espera de que venga quien las pare para llenarlas y ponerlas al fuego. La frase se oye más que nunca en las épocas de sequía monetaria. Eso explica que en la década del treinta inspirase a Celedonio Flores -que por esos años sufría en persona los efectos de la crisis- la famosa letra de "Margot", que en dos por cuatro recuerda amargamente el dicho: "...y tu vieja, ¡pobre vieja! lava toda la semana / pa' poder parar la olla, con pobreza franciscana, / en el triste conventillo alumbrado a kerosén”.

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Fotografías de Pueblo Santa María

Año 1958. Enlace matrimonial de los esposos Irma Zulema Graff y José Reeb (Gentileza de Rosa Reeb).

Fiesta de casamiento de los esposos Zulma Denk y Jorge Gallinger. Los acompañan compartiendo tan feliz acontecimiento: María Berger, Delia Scheffer y Juan Carlos Berger (Gentileza de Delia Scheffer).

Recuerdo de la celebración de los cumpleaños de María Berger y José Alberto Scheffer. Compartieron tan dichoso momento: José Berger, Mónica Paz, Patricia Berger, Juan Carlos Berger, Francisco Berger, Alberto Jungheim y María del Carmen Jungheim (Gentileza de Delia Scheffer).