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hilando recuerdos

Página 11

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Confesiones de Blacentina Sauer (81 años)

 

Iba a ser muy distinto... ¡pero ha resultado ser así!

Colaboración de

Rogelio Schwab

 

No es el mundo el que cambia. Es uno mismo el que cambia y entonces todo cambia, excepto lo importante, lo verdadero, lo esencial. La noche seguirá siendo la noche, la luna seguirá fascinándome, las estrellas seguirán conduciendo mi mirada hacia el infinito, la oscuridad continuará llenándome de paz, el silencio nocturno proseguirá hilando recuerdos en mi mente…

Pero de alguna manera, el mundo me irá cambiando, transformando el significado de los días como estos, antes tan llenos de recuerdos y felicidad, y ahora simplemente días para recordar con sabor a olvido permanente.

Las cosas que nos parecían eternas parecen no valer la pena, se quedaron tiradas a la vera del camino mientras íbamos creciendo y se transformaron en pasado, en un ayer casi ajeno e irreconocible. Como si no fueran verdad o como si nunca hubiesen sucedido.

Debo reconocer que, a pesar de toda mi resistencia, la vida me trae sueños nuevos, nuevas ilusiones, nuevos caminos, nuevas miradas, nuevos latidos, nuevos roces, nuevos besos… Aunque lo esencial, lo importante en mí, permanezca.

La noche sigue enamorándome, como antes, como siempre, aunque ahora, mi amor, ya no te imagine bajo los halos de la luna. En tu lugar habrá otra piel, otros ojos, otros labios, otro corazón. Y a pesar de que mi esencia no cambie, las cosas entre tú y yo habrán cambiado.

Por eso me duele decir que nada ha cambiado, que sólo nosotros hemos cambiado. Que ya no somos los mismos. Que nunca existió un nosotros. Que siempre fue así, pero ahora lo sé. Porque ahora descubro que nunca me quisiste como yo a ti.

Es un día triste, melancólico... Un día gris y vacío... Nunca olvidaré ciertas cosas, pero serán sólo eso, recuerdos grises y quebrados.

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Desde el alma II

Amor Tardío

Por José Ángel Buesa

Tardíamente, en el jardín sombrío,
tardíamente entró una mariposa,
transfigurando en alba milagrosa
el deprimente anochecer de estío.

Y, sedienta de miel y de rocío,
tardíamente en el rosal se posa,
pues ya se deshojó la última rosa
con la primera ráfaga de frío.

Y yo, que voy andando hacia el poniente,
siento llegar maravillosamente,
como esa mariposa, una ilusión;

pero en mi otoño de melancolía,
mariposa de amor, al fin del día,
qué tarde llegas a mi corazón...

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