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Nunca es tarde para volver a empezar
La historia de amor de Ana y Roberto
Él la encontró en un cumpleaños. Era una de esas reuniones que él tanto odiaba; pero al ir cumplía con una amistad de años. Ella estaba invitada por un amigo de un amigo. Él la vio allí, sentada en la mesa del comedor bebiendo un vaso de cerveza. Él, al instante se enamoró. Ella no le hizo mucho caso. Él se acercó, ella ni se inmutó. Él la saludó, ella le contestó. Ese fue el comienzo. Luego pasaron los años y la historia se cortó. Hasta que un día se volvieron a encontrar en un colectivo, regresando ambos a la Capital Federal, después de un viaje a las colonias para visitar a sus respectivos parientes.
Hacía tiempo que no la veía. Los años habían pasado y ella se había vuelto más bonita. Él no sabía como acercarse porque ella no daba aires de querer conversar. Él se atrevió, a ella de repente le gustó. Conversaron por un rato, tal como lo habían hecho en la fiesta de cumpleaños de hacía años y que ninguno había olvidado. Él le habló de cine, de libros, de anécdotas de los últimos años. Ella le contó de sus amores, de sus nuevos gustos…
La noche se acabó. Él de ella no se despidió. Ella se fue molesta. Él se fue enamorado.
Él la invitó a salir al día siguiente. Ella decidió probar. Se vieron, cenaron y tomaron vino. La conversación, tal como el día anterior, fluyó como dos conocidos de toda la vida. Él se perdió en ella. Ella comenzó a ceder.
Ella se enamoró.
Él se hacía el duro. Ella, a estas alturas, era obvia.
Ella se acercó. Él la besó. Ella se dejó llevar por el momento, y a él le encantó.
La noche se acabó. Ella de él no se despidió. Él se fue molesto. Ella se fue enamorada.
Hoy en día ella espera otro vino. Hoy en día él espera otra reunión. Ella no deja de pensar en él. Él no deja de pensar en ella.
El relato cuenta un hecho real que tiene como protagonistas a Ana S. y Roberto M., oriundos de las colonias y actual ciudadanos de la Capital Federal. El mismo fue narrado a partir de un escrito de Roberto Franchi Capecchi, teniendo en cuenta que el escritor
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