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hilando recuerdos

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Reflexiones de don José

 

El abuelo y su nieto

 

“Antes no teníamos televisor, ni heladera, ni celular, ni tantas pero tantas cosas modernas que llenan la casa de objetos y la vacían de afecto. Hoy en día la gente vive tan apurada que se pasa el día corriendo tratando de cumplir con las obligaciones de uno, dos y hasta tres trabajos, para llegar a fin de mes con varios sueldos para conseguir pagar las cuotas que la envidia les hace comprar para no ser menos que el vecino. Así, el trabajo, en el pasado un valor  que le daba dignidad al hombre, se ha transformado en un carcelero. Un carcelero del cual casi todos son esclavos. Que les quita tiempo que deberían dedicar a la familia, a los hijos, a los sueños… Ni se dan cuenta que se les va la vida acumulando artefactos y viviendo para el qué dirán y pensarán los demás. Sin tener en cuenta jamás que la felicidad no depende de eso. Que ni siquiera se conocen a sí mismos. Que no se dan cuenta que sólo viven acumulando bienes. Que cada día desean más y más… Y cuánto más desean y poseen más vacíos se sienten interiormente”, reflexiona con tristeza pero sabiduría don José, anciano ya, cansado de ver la realidad que le toca observar en sus “últimos días de vida”, como le gusta decir cuando comenta que tiene casi  90 años y que nunca fue al médico.

 

“Así es, mi hijo, como te digo –comenta el abuelo a su nieto, en una conversación que graba el cronista de Periódico Cultural Hilando recuerdos para no perdérsela y reflexionar junto a los lectores del periódico-. “Antes éramos más felices… ¿Y sabés por qué? Porque éramos de mentalidad más sana. Más honestos, más justos, más nobles. Porque no nos importaba, como sucede ahora, vestir a la moda, con la ropa más lujosa y cara, tener el mejor auto, la heladera más moderna, el televisor con los últimos adelantos técnicos… No mirábamos lo que tenía el vecino para envidiarlo y comprar algo mejor y superarlo, ¡no!; mirábamos al vecino para ver si necesitaba algo, si precisaba de nuestra ayuda” –agrega el abuelo con un dejo de orgullo, consciente de que su tiempo fue mejor, al menos más humano-. “Fue más justo” –sostiene con convicción-, “más honorable, donde la palabra empeñada tenía valor como tenían valor los valores morales y espirituales”.

El abuelo se complace contando a su nieto de sus años mozos, cuando el mundo era totalmente otro y las colonias también eran otras, “habitadas por otro tipo de personas” –afirma con amargura- “personas que vivían de otra manera, más simple y sencilla. Personas que creían en algo y en alguien. Que conservaban las tradiciones y costumbres heredadas de sus antepasados generación tras generación. ¡Si hasta eso olvidaron!” –Alza la voz el abuelo-. “¡Olvidaron el respeto por los mayores!”.

“Antes” –continúa-, teníamos devoción por las personas mayores. Sabíamos que ellas habían acumulado a lo largo de su vida un cúmulo de experiencia que nos podía servir de ejemplo; los admirábamos por sus conocimientos y sabiduría. No como ahora, que los descartan como chatarra vieja”.

El nieto entiende que es verdad lo que acaba de afirmar su abuelo, porque lo dijo sentado a la puerta del hogar de ancianos donde lo recluyó su familia.

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   Desde el alma I

 

A mi nieto

Colaboración de

Teodoro Safenreiter

 

Hijo de mi hijo, doblemente hijo,
eso eres, mi nieto,
que hoy has venido a prolongar mi vida,
mi nombre, mi recuerdo.

 

Quizás repitas en tu vida de hombre
algunos de mis rasgos y mis gustos,
más quiera Dios que en ti no se repitan
mis errores, tampoco mis defectos.

 

Nieto mío: procura ser útil y bueno,
hoy te lo pide, el padre de tu padre,
por dos veces tu padre,
que es: "TU ABUELO".

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