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Es hora de responderles a los abuelos la siguiente pregunta:
¿Por qué estamos como estamos?
La sociedad ha cambiado mucho. El ser humano ha cambiado mucho. El hombre ha modificado no solamente su forma de vida, sino que también modificó su manera de comportarse con el prójimo. En la actualidad se celebra lo utilitario, lo moderno, “siempre hay que estar en la onda”, “tener lo último”, y desenvolverse en una libertad que algunos confunden con libertinaje. Ya no hay códigos ni valores. Ya no hay palabra en la que creer ni confianza en la que confiar. Sólo existe una sociedad desamorada en la que reina, salvo raras excepciones, el “sálvese quien pueda”, sin importar demasiado cuánto daño se hace aplicando esta frase que prácticamente se ha trasformado en un dogma de fe. Y como si todo esto no bastará para crear suficiente infelicidad, existe una envidia que raya en la locura.
Todos los valores se han trastocado. Ahora se vive corriendo detrás de la moda, de la tecnología, del lujo, de la ostentación… Todos deseamos tener más que el vecino. Ya no nos importa ni nos interesa que se esté muriendo de hambre; lo realmente importante en esta sociedad posmoderna es tener más y más y más; en pocas palabras: lo único que nos interesa es acumular bienes. ¿Y el interior? ¿Y el alma? ¿Y la vida espiritual? Bien, gracias. Parece ser que ese tema forma parte del pasado. Dios, la religión, la fe, los milagros… son “pequeños detalles” y creencias del pasado que la razón transformó en supersticiones. Ya no es “distinguido” ni cool creer en Dios. Ahora la consigna es ser ateo o mejor aún, no creer en nada. ¿Y para qué? Para hacer lo que se nos cante.
Al respecto, el escritor español Javier Sierra dice que la generación actual “ha vivido un momento muy peculiar, que es el de la desacralización de la sociedad. Antes la religión tenía un peso social muy importante, había una comunidad en torno a la iglesia, y esa situación ha cambiado mucho; la gente ha sustituido la iglesia por los clubes o por los partidos políticos. Eso ha creado una mente dividida, que por un lado quiere ser racional y analizarlo todo científicamente, pero por otro tiende a la mente mágica”.
En la actualidad, la religión, los milagros, la fe, hasta Dios mismo, parecen cosas del pasado.
El mismo escritor reflexiona que “eso tiene que ver con la atención que dispensan en cada momento los mecanismos de comunicación; no es que hayan dejado de existir (los milagros o los actos de fe en los que se creía antiguamente), simplemente hemos dejado de mirar en esa dirección. A mi me parece una desgracia que abras un periódico de nuestros días y que la mayoría de las páginas esté dedicada a la información política y deportiva con los mismos personajes hasta nueve veces en el mismo ejemplar. Ahí hay algo que no funciona, que hay que replantearse, porque te aseguro que han sucedido más cosas en el día de ayer, y porque los medios de comunicación hoy son las semillas de las historias que se contarán de nosotros en el futuro”. Historias que hablarán de este presente caótico donde todos, sin excepción, navegamos a la deriva.
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Por qué estamos como estamos en letra de un tango compuesto en 1935
Cambalache
Letra y Música:
Enrique Santos Discépolo.
Que el mundo fue y será una porquería,
ya lo sé;
en el quinientos seis
y en el dos mil también;
que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublés,
pero que el siglo veinte es un despliegue
de maldá insolente
ya no hay quién lo niegue;
vivimos revolcaos en un merengue
y en un mismo lodo todos manoseaos.
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro,
generoso, estafador.
Todo es igual; nada es mejor;
lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón;
los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón.
Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón;
cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón.
Mezclaos con Stravisky,
van Don Bosco y la Mignon,
don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín.
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia contra un calefón.
Siglo veinte, cambalache
problemático y febril;
el que no llora, no mama,
y el que no afana es un gil.
Dale no más, dale que va,
que allá en el horno nos vamo a encontrar.
No pienses más, echate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao.
Que es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el que vive de los otros,
que el que mata o el que cura
o está fuera de la ley.
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