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hilando recuerdos

Página 13

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¿Por qué el dolor permanece por siempre y la felicidad apenas un instante?

La felicidad y el dolor

 

Colaboración de

Alfredo Wesner

 

Siendo apenas un niño comencé a mirar la sonrisa de los que me rodeaban -mis padres, mi familia, mis amigos- y entendí que verlos alegres, con los ojos brillantes de luz, me proporcionaba cierto grado de bienestar y algo parecido a la felicidad. Con el tiempo comprendí que yo también podía sonreír y hacerles sentir lo mismo a los demás. Creí que con eso bastaba para vivir. Sin embargo no tenía en cuenta que existía algo más tenebroso que la felicidad, no sabía que además de ella estaba el dolor, el sufrimiento y la agonía. Y un día conocí el dolor y todo cambió.

 

Ver como mis padres enfermaban y eran consumidos por una enfermedad que el médico diagnosticaba con frialdad como cáncer, transformó mi sentido de la existencia y mi manera de ver la vida”. Me pregunté “¿Cómo puede ser? ¿Es necesario que sufran tanto? ¿Por qué el dolor permanece por siempre y la felicidad apenas un instante?”. A partir de ese momento me sentí condenado, absorto, triste, lastimoso. No podía resignarme ante tanto sufrimiento.

Una madrugada de vigilia, sentado en el patio, mientras mi padre se moría, una estrella fugaz atravesó el cielo, lo rasgó en dos, fue como un símbolo de mi vida: un antes y un después de haber descubierto el lado oscuro de la existencia. Me emocioné. Creí que ese espectáculo maravilloso era un regalo del mismo Dios. Como si el supiera lo mucho que necesitaba de un instante de misticismo para renovar la esperanza de mi alma desolada. Esa pequeña y casi cotidiana representación de la naturaleza, me conmovió al punto que sirvió para considerar lo que sentía y mi visión del mundo que me rodeaba hasta ese momento.

Pensé en que el dolor llega, penetra en la piel y ya nunca más se aleja de nosotros. Vive con nosotros, sufre con nosotros, teme con nosotros y sobre todas las cosas, envejece con nosotros. En cambio la felicidad no. La felicidad llega, comparte nuestro espacio por una leve fracción de segundo y luego se disipa en el aire para el resto de la eternidad. El recuerdo de ese instante tan breve regresa a nosotros infinidad de veces a lo largo de nuestras vidas. Pero siempre regresa igual: joven, cándido, fresco y glorioso. No como el dolor, que siempre vuelve para morir dentro de nosotros una y otra vez, para hacernos caer en un sufrimiento que nos hunde cada vez más en la desesperación del desconsuelo y el llanto inútil.

Y así, a lo largo de los años, nuestra vida se va convirtiendo en un cementerio de dolores. Vamos enterrando seres queridos: abuelos, tíos, padres, hermanos, hijos… Y dejamos de creer que alguna vez podamos encontrar algo de felicidad.

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