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hilando recuerdos

Edición Nº35 (Julio de 2009)

Periódico Cultural Hilando recuerdos Nº35 (Julio 2009)

Cuando la vida es una payasada

Cuando la vida es una payasada

Páginas 15 y 16

Hechos singulares, algunos graciosos, otros ridículos, que cometieron personajes históricos y otros no tanto (Gentileza de Will Bragg).

Historias de vida enviadas por lectores de Periódico Cultural Hilando recuerdos

Historias de vida enviadas por lectores de Periódico Cultural Hilando recuerdos

Páginas 10 y 11

 

Lectores de todo el país cuentan sus vivencias e historias.

Llegó el cartero

Llegó el cartero

Página 19

Publicamos correspondencia recibida de lectores de todo el país que nos felicitan por el trabajo realizado y nos alientan a continuar.

Fotografías de Pueblo Santa Trinidad, San José y Santa María

 

Páginas 6, 12 y 18

Año 1942. Marcelo Frank, Narciso Jungblut y Benito Jungblut trabajando en el horno de ladrillos de la familia Jungblut (Gentileza de Lidia Minig).

 

Celebración de los 15 años de Liliana Graff. Junto a ella, compartiendo tan feliz acontecimiento: Zulma Denk, Rocío Gallinger y Jorge Gallinger (Gentileza de Zulma Denk).

Página 2 y 3: La calesita: Una historia con muchas vueltas

Página 2 y 3: La calesita: Una historia con muchas vueltas

En España lleva por nombre Tiovivo; en Francia, Carrusel; pero acá en la Argentina tiene un nombre sinónimo de infancia: Calesita. La historia de la calesita es un rompecabezas cuyas piezas no han sido unidas por la historiografía, pero es importante intentarlo, ya que la Argentina es uno de los pocos países -el cuarto del mundo- que conserva esta tradición. Hasta tal punto este juego prendió en la cultura que la palabra “calesita” es porteña. “Vamos a jugar a la calesita”. La expresión primigenia era otra: “Juego de los caballitos”.

 

El primer “juego de caballitos” que llegó a Buenos Aires era francés y se instaló entre 1867 y 1870 en Barrio Parque, que quedaba entre lo que hoy es el Teatro Colón y el palacio de Tribunales. Hubo que esperar hasta 1930 para que apareciera la primera fábrica, Sequealino e hijos, una firma de herreros italianos de Rosario, que hizo más de mil calesitas para América Latina. Con ellos ganó la forma que tiene hoy este juego: unos treinta lugares para ser ocupados.

En aquellos tiempos las calesitas aparecían en los llamados huecos de la Ciudad de Buenos Aires, espacios vacíos donde se instalaban hasta que los dueños decidían construir y los echaban... Por eso es muy difícil tener una idea de cuántas calesitas hubo en los comienzos de su historia en la Argentina: cambiaban de barrio todo el tiempo. Se puede precisar, al menos, que en 1923 se instaló en Hidalgo y Rivadavia la más antigua que hoy queda en el país, trasladada primero al Jardín Zoológico y actualmente ubicada en Ayacucho (provincia de Buenos Aires).

La década de 1920 trajo un gran cambio: la electricidad. Al poder mover la calesita con un motor, se modernizó la técnica, se aceleró la marcha y se reemplazó el organito que iba afuera por uno incorporado que crearon los hermanos La Salvia. La calesita se identifica mucho con la idiosincrasia argentina, y porteña en particular. Este juego que viene de Turquía y entra por Europa, tiene en común la característica de la mezcla. Además Argentina es un país circular, de idas y vueltas: somos hijos de gente que nació en otro punto del mundo.

Hoy hay varias calesitas en funcionamiento en la Argentina, incluyendo, por supuesto, y con orgullo, la de Coronel Suárez y las de los pueblos alemanes. Las más clásicas tienen caballos de madera, otras tienen distintos animales y aviones. Hay que cuidar las calesitas como se cuidan las plazas, porque son parte de la infancia y el niño es el padre del hombre. Si cuidamos al niño, recuperamos el futuro. Eso nos permitirá acercarnos al ideal de sociedad que queremos: una que respete la memoria.

 

La primera calesita

La primera calesita de la que se tiene información es una que aparece en un bajo relieve del Imperio de Bizancio fechado hacia el año 500, que muestra un grupo de personas dentro de cestas suspendidas de un poste central. La palabra carrusel tiene sus orígenes en el italiano garosello y español carosella ("pequeña batalla") usada por los cruzados para un ejercicio de entrenamiento para combate y un juego común entre los jinetes turcos y árabes hacia el año 1100. En cierto sentido este dispositivo puede ser considerado un mecanismo para el entrenamiento de la caballería; reforzaba la preparación de los jinetes para la batalla al atacar con espadas de madera a muñecos que representan al enemigo. Los cruzados descubrieron este método y llevaron la idea a sus señores y reyes en Europa. Allí el carrusel se mantuvo en secreto dentro de los castillos, siendo usado para el entrenamiento de los jinetes; los carruseles no eran mostrados al público en general. Con el pasar de los años se construyeron unos pequeños carruseles que fueron instalados en los jardines privados de la realeza. Al poco tiempo, con toda la pompa que existía en esa época en Francia, se armó un gran aparato que fue colocado en Paris en Le Place du Carrousel.

Para la caballería turca y árabe, se construyó una calesita cerca del año 1680 como aparato de entrenamiento, consistía de caballos de madera suspendidos de vigas soportadas por una columna central. Los jinetes apuntaban con lanzas, tratando de ensartar anillos ubicados alrededor de la calesita, la cual era movida por hombres, caballos o mulas. Con el desarrollo de las uniones de artesanos y la relativa liberación de los oficios en Europa, a principios del siglo XIX se empezaron a construir calesitas que comenzaron a funcionar en distintas ferias y otras reuniones en la Europa Central y en Inglaterra.

En 1837, el fabricante de carros, Michael Dentzel convirtó su negocio de fabricación de vagones en lo que es ahora la Alemania del sur, en una empresa de fabricación de calesitas. Los caballitos, animales y mecanismos se fabricaban en los meses de invierno y su familia y trabajadores recorrían en su tren de vagones la región, operando su gran calesita en distintos sitios.

Por esa época otros constructores como Heyn en Alemania y Bayol en Francia estaban también comenzando a construir carrouseles. En forma similar Inglaterra estaba empezando a desarrollar su propia tradición de fabricación de carruseles la que tendría un estilo distintivo.

Las calesitas primitivas no tenían plataforma, sino que se colgaban los animales de postes o cadenas, los cuales se inclinaban hacia afuera al girar, por efecto de la fuerza centrífuga, simulando volar. Se les llamaba calesitas de caballos voladores. Normalmente eran propulsados por animales de tiro caminando en círculo, o por personas jalando una cuerda o moviendo un manubrio. Hacia la mitad del siglo XIX, se desarrolló la calesita de plataforma, para reducir los riesgos a los niños, donde los animales y las carrozas se moverían en círculo sobre una plataforma circular suspendida del eje o poste central; se empezaron a construir con propulsión de vapor. Eventualmente, con los avances de la revolución industrial se empezaron a desarrollar mecanismos, con engranajes y cigüeñales, a fin de dar a los postes del cual colgaban los animales el típico movimiento de sube y baja, al desplazarse alrededor del poste central. Las plataformas servían de soporte a la parte inferior de los postes de suspensión a la vez que servían de plataforma para caminar por ella o para colocar sobre ella otros animales, carrozas, canoas simuladas y otros objetos. Era común tener órganos u otros instrumentos musicales automáticos y pronto aparecieron los motores eléctricos y las luces que dieron a las calesitas su estilo clásico.

A pesar de que el carrusel se desarrolló gradualmente en países europeos como Alemania, Francia, Inglaterra e Italia, el desarrollo sufrió un fuerte impulso al sumarse los norteamericanos.

Los pioneros fueron, principalmente Gustav Dentzel (hijo de Michael Dentzel), de Alemania y Dare de Inglaterra. Michael Dentzel envió a sus cuatro hijos a Norteamérica hacia 1850, uno de ellos, Gustav, llevó consigo en el barco de vapor un gran carrusel completo desarmado. Hacia comienzos de 1860 Gustav había armado el carrusel de su familia, en Filadelfia para investigar el mercado norteamericano. Tuvo mucho éxito, y simultáneamente fundó un taller de fabricación de carruseles y muebles en Germantown. Este se convertiría con los años en centro de operaciones de una de las mayores familias fabricantes de carruseles de Norteamérica. Poco tiempo después otros fabricantes de carruseles europeos comenzaron a llegar a Norteamérica. Muchos buenos ebanistas y pintores entrenados en Europa, trabajaron para las primeras empresas americanas. Dado que los Dentzel, eran de raíces alemanas, naturalmente emplearon a otros alemanes como los hermanos Muller y también a muchos italianos, como Salvador Chernigliaro.

Muchos especialistas en carrusel consideran que la era de esplendor del carrusel fue durante los comienzos del siglo XX en Norteamérica. Por esa época se construyeron máquinas muy grandes, con animales, carruajes, y decoraciones exquisitamente elaborados por artesanos europeos que habían emigrado a Estados Unidos. Para ello utilizaron grandes cantidades de madera apta para el tallado proveniente de los Appalaches, consistente en pino blanco. Mientras que la mayoría de las figuras en los carruseles europeos posee una postura relativamente estática, las figuras usadas en Norteamérica son de bestias representadas en posiciones de acción, con las patas en movimiento, ojos expresivos. El primer carrusel en Coney Island fue construído en 1876 por Charles I. D. Looff, un artesano de la madera de origen danés. El carrusel en funcionamiento más antiguo está en la ciudad de Praga. Existen algunos carruseles que poseen dos pisos, como el de Columbia.

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Hecho curioso

 

La caballería turca y árabe construía una calesita como aparato de entrenamiento, consistía de caballos de madera suspendidos de vigas soportadas por una columna central. Los jinetes apuntaban con lanzas, tratando de ensartar anillos ubicados alrededor de la calesita, la cual era movida por hombres, caballos o mulas.

Los caballeros que participaron de las Cruzadas (que fueron expediciones militares realizadas por los cristianos de Europa occidental a partir de 1095 y cuyo objetivo era recuperar Jerusalén y otros lugares de peregrinación conocido por los cristianos como Tierra Santa, que estaban bajo control de los musulmanes) descubrieron este método y llevaron la idea a sus señores y reyes en Europa. Allí el carrusel se mantuvo en secreto dentro de los castillos, siendo usado para el entrenamiento de los jinetes de caballería, que utilizaba muñecos que representaban al enemigo.

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Las calesitas de los pueblos alemanes

 

Hoy hay varias calesitas en funcionamiento en la Argentina, incluyendo, por supuesto, y con orgullo, la de Coronel Suárez y las de los pueblos alemanes, donde funcionan dos: la de la Plaza “Sergio Denis”, en Pueblo San José, y la de la “Plaza del Inmigrante”, en Pueblo Santa María. Las más clásicas tienen caballos de madera, otras tienen distintos animales y aviones.

Hay que cuidar las calesitas como se cuidan las plazas, porque son parte de la infancia y el niño es el padre del hombre. Si cuidamos al niño, recuperamos el futuro. Eso nos permitirá acercarnos al ideal de sociedad que queremos: una que respete la memoria.

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Desde el alma I

La calesita

Música: Mariano Mores
Letra: Cátulo Castillo

Llora la calesita
de la esquinita
sombría
y hace sangrar las cosas
que fueron rosas
un día...
Mozos de punta y hacha
y una muchacha
que me quería...
Tango varón y entero
más orillero
que el alma mía...
Sigue llorando el tango
y en la esquinita palpita
con su dolor de fango
la calesita...

 

Carancanfún... Vuelvo a bailar
y al recordar una sentada
soy el ranún que en la parada
de tu enagua almidonada
te grito: ¡Carancanfún!...
Y el taconear
y la lustrada
sobre el pantalón,
cuando, a tu lado, tirado
tuve mi corazón...

 

Grita la calesita
su larga cuita
maleva...
Cita que por la acera
de Balvanera
nos lleva...
Vamos, de nuevo, amiga
para que siga
con vos bailando...
Vamos, que en su rutina
la vieja esquina
me está llamando...
Vamos, que nos espera,
con tu pollera marchita,
esta canción que rueda
la calesita...

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Publicado en la página Web de La Nueva Radio Suárez (www.lanuevaradiosuarez.com.ar)

 

El escritor Julio Cesar Melchior presentó su libro “La vida privada de la mujer Alemana del Volga”

 

El autor, oriundo de Pueblo Santa María, eligió la Unidad Académica “Julio Cesar Lovecchio,” para hacer la presentación oficial de la segunda edición del libro, “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, en el marco de los festejos por el Día del Libro organizados por la bibliotecaria Norma Moran.

 

El acto se llevó a cabo en la sala de conferencias de la institución educativa, contando con la presencia de la Directora del Instituto Cultural, Susana Dos Santos, la coordinadora del área de turismo, Julieta Colonnella, la directora de la Bibliotequita Infantil, Gladys Meier, la docente de la ESB N° 9 de Pueblo Santa María, Adriana Duval, alumnos de la institución, familiares y amigos del autor.

“La vida privada de la mujer alemana del Volga” es una excelente investigación que refleja los usos y costumbres, la educación y el total sometimiento marital de las mujeres alemanas hace más de cincuenta años atrás. Mujeres imposibilitadas de expresar pasiones, deseos o saber; con el único objetivo de ser proliferas madres; fieles y obedientes esposas. Melchior escribe: “la mujer no tenía derechos, solo obligaciones” o “la mujer nunca será libre de decidir”.

Julio Cesar, rinde homenaje a la mujer alemana del Volga rescatando su vida cotidiana, reconstruye con pasión narrativa el pasado de las mujeres alemanas haciendo una minuciosa descripción y excelente análisis del “yo” privado de éstas mujeres.

La presentación del libro estuvo a cargo del periodista y escritor Jorge Piaggio, quien no pudo evitar recordar a la genial Luisa Braganza, destacando la calidad de la escritora a la hora de presentar un libro y reflexionando que seguramente, “Luisa estará en el cielo enseñando a los niños a leer”.

“Reconozco en Julio Cesar la garra, la fuerza y las ganas de ser escritor que tiene, y me atrevo a decir que es el único escritor que tiene hoy Coronel Suárez, porque él vive de la escritura”.

“Íntimamente creo que este es el mejor libro de los cinco que ha escrito Julio César. En este libro encontró su verdadero lugar: él incursionó por la poesía y por diversos tipos de narraciones, pero en este libro de investigación ha hecho un excelente análisis psicológico, filosófico y sociológico del papel que ha cumplido la mujer alemana en los colonos del Volga”.

“Julio narra las experiencias de estas mujeres con pasión y con el conocimiento que le han dado las largas charlas que ha mantenido, que le dieron raíz y copa a este árbol frondoso que es su libro”.

Finalizando su presentación, Jorge Piaggio propuso a las autoridades educativas que el libro, “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, sea de lectura obligatoria, para que pueda ser debatido por alumnos inquietos por conocer la historia y por docentes comprometidos con la verdadera educación.

A su turno, Adriana Duval, docente de la ESB N° 9 de Pueblo Santa María, valoró el trabajo realizado por Julio César Melchior en el rescate cultural de la historia de los Alemanes del Volga, como una forma de valorizar la historia de un pueblo y perpetuar sus tradiciones para las futuras generaciones.

“Santa María es la colonia que más conserva sus tradiciones, sus costumbres, su música, sus comidas, su modo de hablar; nuestros chicos son distintos, tienen otra identidad y eso es buenísimo para los ciudadanos de Coronel Suárez, porque no hay lugar de la Argentina que no reconozcan a la ciudad por nuestras colonias alemanas”, finalizó.

Por su parte, la Directora del Instituto Cultural Susana Dos Santos entregó el decreto por el que se declara al libro, “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, de interés municipal.

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Juegos que jugaban los niños de antaño

La perinola

Juego de niños y de adultos. Los primeros juegan por cosas de mínimo o ningún valor, simplemente distraerse, y los otros por dinero. Se juega generalmente en familia o entre amigos, y se la hace girar impulsándola entre los dedos pulgar e índice, tomándola de la parte superior o cabo.

 

La Perinola es una pieza de madera o plástico, con la parte superior angostada y la inferior cuadrangular. Una de las caras tiene letras, que son S, equivalente al Ponga, T, Toma todo y N, Nada. Intervienen tantos jugadores como se desee, y van haciendo girar la perinola y procediendo de acuerdo a las letras. Claro que previamente deben colocar partes iguales de objetos (carozos, tapitas de botellas gaseosas los niños y monedas o billetes los adultos). Si sale T, arrasa con todo lo jugado; si sale P, el jugador debe poner una parte igual a la que puso cuando se inició el juego; si sale S, saca una parte igual a la que puso al iniciar el juego; y si sale N, ni saca ni pone. Solamente tiene que esperar nuevamente su turno, lo que ocurre siempre y cuando alguno de los que le siguen, no arrase con todo.

El juego es universal y muy conocido. En cierto modo también se puede considerar la Perinola como un trompo. Tanto es así, que a veces los niños juegan simplemente a hacerla bailar, ganando quien consigue que la perinola baile más tiempo.

 

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                                                          La perinola supersticiosa


La perinola tuvo en la sociedad antigua cierta importancia en el terreno de la superstición. En una escena pintada en un vaso ateniense (citado y reproducido por O. Jahn, en Arch. Zeitung 1857) se ve a una joven sentada contemplando con atención un pequeño anillo, atravesado por un eje perpendicular al diámetro: el objeto que tiene delante, a la altura del pecho, parece que descansa por su punta inferior en una mesa o en un muelle, y, bien mirado, parece ser una perinola cuyo eje oscila oblicuamente respecta del plano de la mesa o mueble. Por desgracia, esta pintura es sólo un fragmento de muy pequeñas dimensiones, y sería muy aventurado fundar en él conjeturas. Lo cierto es que la perinola, con su movimiento, podía proporcionar signos cabalísticos o contribuir a los sortilegios.

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Fotografías Pueblo Santa Trinidad

 

Capítulo XCXII

 

Año 1956. Erminda Lang y Jorge Sieben (Gentileza de Dora Sieben).

 

Año 1970. Fotografía que rememora el momento en que Dora Sieben y Cornelio Ortmann contrajeron enlace matrimonial en el Registro Civil. Los acompañan Jorge Sieben y los testigos de la boda (Gentileza de Dora Sieben).

María Marcela Jungblut, Yanina Gaitán, Nicolás Gaitán y Nazareth Pino (Gentileza de Julia Martel).

 

Las hermanas Sieben durante una reunión familiar: Dora, Elsa, Luisa, Laura, Alcira y Graciela (Gentileza de Dora Sieben).

 

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Anécdota I: Sucedió en la década del sesenta


¿Qué pasó con el cucharón grande de plata para servir la sopa?

 

José Luis vivía con Clara en un departamento en Bahía Blanca, donde ambos se habían mudado para estudiar en la universidad. Ni los familiares de José Luis, ni los habitantes de la colonia que, como sabemos, enseguida echan a volar comentarios maliciosos ante cualquier situación dudosa a ojos de la moral pública, podían insinuar, aunque todos sospechasen lo contrario, que los dos amigos sólo compartían departamento y nada más.

Absolutamente nadie pudo comprobar otra cosa jamás. Ni los amigos ni los familiares que iban a visitarlos.

Un día, José Luis, cansado de estos rumores maliciosos, invita a su madre a Bahía Blanca.

Durante la cena del reencuentro, la madre no pudo dejar de observar lo bonita que era Clara, la compañera de departamento de su hijo. Rubia y de ojos celestes, era hermosa. Ella siempre había tenido sospechas de que su hijo mantenía una relación con Clara y al verlos cenando juntos no hizo más que confirmar sus dudas.

En el trascurso de la cena, mientras veía el modo en que los dos compañeros de estudio se comportaban, se preguntó, no sin cierto espanto, en que pensaría la gente de la colonia si se entera que su hijo y Clara mantenían una relación clandestina… Y qué diría el sacerdote si lo supiera.

José Luis, intuyendo el pensamiento de su madre, le dijo:

-Mamá, sé lo que estás pensando; pero te aseguro que entre Clara y yo no pasa absolutamente nada. Solamente compartimos el departamento y somos muy buenos amigos. Y para demostrártelo, te invito a que te quedes unos días con nosotros. Tu ayuda nos vendrá muy bien, porque durante las próximas clases no tendremos tiempo para nada. Tenemos mucho para estudiar. Apenas pasaremos las noches en casa. Y tú podrás prepararnos las cenas y los almuerzos.

La madre aceptó encantada. Quería estar cerca de su hijo. Lo extrañaba mucho. Además era viuda y en la colonia no la esperaba nadie.

Así transcurrieron los días y concluida la estadía, la madre regresó a su hogar. Semanas después, Clara le comentó a José Luis que desde el día en que su madre vino a instalarse en el departamento, no encontraba el cucharón grande de plata para servir la sopa. José Luis le contestó que, conociendo a su madre, dudaba mucho que se lo hubiese llevado. Pero le prometió que le escribiría una carta para preguntarle si ella sabía algo al respecto.

Tratando de no herir la susceptibilidad de su madre, José Luis le escribe las siguientes líneas:

"Querida mamá: No estoy diciendo que te hayas robado el cucharón grande de plata; pero sucede que desde que estuviste aquí desapareció de mi departamento. Con todo cariño. José Luis”.

La respuesta no tarda en llegar:

"Querido hijo: No estoy insinuando que te acuestas con Clara manteniendo una relación moralmente incorrecta; pero sucede que si Clara se acostara en su cama ya habría encontrado el cucharón grande de plata para servir la sopa, que yo puse bajo sus sábanas. Con todo cariño. Mamá”.

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Anécdota II: ¡Así gasta cualquiera!

Un sacerdote inteligente

 

Un domingo del mes de marzo de la década del cincuenta, el cura de la colonia se sube al púlpito a predicar. Concluido su sermón, les comunica a los fieles:

-Tengo una buena noticia y una mala noticia. La buena es que tenemos suficiente dinero para pagar las deudas que la parroquia ha adquirido para realizar algunas reformas en el altar mayor. La mala es que todavía está en sus bolsillos.

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Historia de amor

Alfonso y Agustina

 

Alfonso siempre fue un hombre sencillo, arraigado a los hábitos aprendidos en un hogar humilde y de buenas costumbres, donde la honradez y el respeto eran el pan de cada día. Nació en las colonias, no importa cuándo ni en cuál de ellas. Era un ser amoroso, a pesar de su carácter fuerte. Era un hombre sano, de mente clara y de sentimientos profundos. No cabían en su manera de ver la vida las perversiones, las agresividades. El amor y la ternura ceñían su vida y su modo de ser.

Toda su vida se desarrolló dentro de la cultura del trabajo y el honor. Para Alfonso trabajar era honrar la vida, sentía que lo que poseía era fruto de su esfuerzo y eso lo enorgullecía. El trabajo era el motor que se encendía cada mañana y que lo mantenía vivo y lúcido.

El pan ganado a fuerza de luchar a diario tenía otro gusto: el sabor de la dignidad. ¿Qué otra cosa se podía heredar de padres humildes si no era la honradez, la dignidad, el don de gente, la hidalguía, la nobleza y la generosidad?

Jamás lo escuché avergonzarse por haber tenido que trabajar de muy pequeño para ayudar a su familia, ni lo sentí resentido por ello. Por el contrario recordar como había sido su niñez, cómo comenzó a trabajar y porqué tuvo que hacerlo a muy temprana edad. Conocía no sólo su oficio, aquel que Jesús había desempeñado, el de carpintero, oficio al que amaba y al que pertenecía desde los ocho años. Había aprendido con dedicación mucho más.

En nuestra casa todo pasaba por sus manos, aún cuando los años ya le pesaban.

Cuántas veces temblaba al verlo subido al techo con sus años y mientras yo me enojaba y pedía por favor que se bajara, él sonreía burlándose de mis miedos.

Me miraba y decía “…Ay Agustina, yo me siento de cuarenta, no soy viejo, sólo tengo muchos años…” y entonces bajaba. Pero a veces mis temores lo enojaban, porque decía que yo no lo dejaba hacer nada, lo cual era terrible para un hombre que afirmaba a diario: ”…Yo solo sé de trabajo, mi amor…”.

Seguramente que así era porque sus sueños en los últimos años siempre se desarrollaban trabajando. Yo solía reírme y bromear diciéndole que al menos soñara conmigo. A veces mis bromas eran algo más pesadas, pero él reía y decía "...ves que tonto soy, hasta en sueños lo único que sé hacer es trabajar..."

Me enamoré de este hombre que para muchos parecerá sacado de un cuento, algo antiguo, aferrado a una cultura diferente. No tenía absolutamente nada que ver con el tipo de hombres que hoy suelo ver, quizás para muchos un tipo fuera de época.

Para mí era un hombre fuera de serie, un hombre adorable, sano espiritual y mentalmente. No admitía un acto de cobardía para con la mujer ni para nadie, responsable de sus actos, respetuoso, comprometido con la palabra dada, con la sociedad y con sus principios.

Con este señor viví un amor lleno de pasión, supe de su ternura, aprendí que un beso no tiene horario, que una caricia y un silencio también tienen que ver con el cariño, que el sexo no siempre está relacionado con el amor, que también se ama con la misma intensidad cuando existe la abstinencia. Que el respeto mutuo y la compañía son pilares para mantenerse unidos.

Yo sentí el gusto sabroso de sus besos, con esa calidez de la brisa estival, con el húmedo sabor de las frutas maduras. Sentí el placer de besarlo con ternura, y sus labios supieron a ambrosía.

Sentí sus manos rondando mi cuerpo, acariciando con suavidad mi espalda, enredándose a mi cintura como las ramas de una enredadera, adherirse a mi talle y dormirse con la placidez con que duerme un niño que sabe que esta cuidado y protegido.

Yo amé profundamente a este hombre que hoy extraño con la misma intensidad con que lo quise.

 

Historia basada en un hecho real que aconteció en Coronel Suárez. Los protagonistas nacieron en Pueblo Santa María y se mudaron a la ciudad siendo aún jóvenes. La misma fue reconstruida a partir de una sinopsis realizada a un relato redactado  por Ángela Teresa Grigera.

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Historias secretas

 

La soledad de María

 

En esta hora presente, tan lejana de mi pueblo natal, estoy como en aquellas antiguas noches de invierno, cuando asomada a la ventana de mi cuarto, y con apenas quince años, imaginaba mil caminos diferentes para mi destino, mientras el sonido de un acordeón arrullaba mis pensamientos.

Recuerdo que pasaba largas horas repitiendo una y otra vez, esa canción que tanto me gustaba y que aprendí de mis abuelos. Esa canción, melancólica y llena de nostalgia, que habla de una aldea lejana, de un río mítico y un amor que se quedó esperando para siempre el regreso de un inmigrante que se fue a hacer la América y jamás regresó.

Y mirando la luna, fabricaba sueños, creaba amores imposibles y un futuro en otro lugar, bien lejos de tanta pobreza y tanta pampa desolada, en la que solo había espacio para hombres rudos y mujeres dispuestas a entregar el cuerpo y el alma a un sacrificio enorme, dispuestos a todo, para finalmente terminar conformándose con una familia y criar una camada interminable de hijos.

Hoy, como en aquellas antiguas noches de invierno, estoy aquí, masticando la añoranza de un pasado que se me fue de las manos casi sin darme cuenta, gota a gota, año a año, llevándome lejos, cada vez más lejos de las colonias y cada vez más cerca del olvido y la soledad.

Sé que pronto seré una tumba que nadie visitará en una ciudad en la que todos se desconocen. Y eso me llena de horror y espanto. No quiero morir tan sola. Sin embargo sé que ese será finalmente mi destino.

 

Ya se cumplirán nueve meses de tu partida

 

Te extraño

Por Ángela Teresa Grigera

 

La soledad atormenta aún más mi dolor. Y así, día a día, me alimento del  pasado, me recreo en los recuerdos y te extraño. ¡Cuánto te extraño¡

 

Los meses vuelan, el invierno anidó en las colonias, el frío es más frío sin tu presencia, y los días corren como queriendo escapar. Quizás quieren escapar de la muerte; pero al final son asesinados cuando llega el anochecer. Inevitablemente la muerte se hace presente... No perdona.

Ya se cumplirán nueve meses de tu partida y aún espero despertarme de este mal sueño. Es verdad que el tiempo al pasar te reconcilia con la risa, el buen humor; pero hay momentos en que me hacés tanta falta que no puedo retener las lágrimas.

Es difícil caminar sin tenerte tomado de la mano; es difícil dormir sin despertarme por las noches y sentir que al ocupar tu lugar en la cama tengo la sensación de sentirte cerca.

¿Que palabra existe, amor mío, para expresar tanto dolor? No hay palabras, no las hay... Sólo existe esta tristeza que me envuelve y se asoma cada vez que estoy sola con mis pensamientos y mis recuerdos... Te amo... No te olvido... Te extraño como el primer día.

 

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Amores imposibles, dolores, angustias; alegrías, grandes felicidades…

 

Historias de vida enviadas por lectores de Periódico Cultural Hilando recuerdos

 

Amores imposibles, historias de vida… Dolores, angustias, sufrimientos… Alegrías, grandes felicidades… Acontecimientos que marcaron la vida de personas que nacieron en una de las colonias y un día partieron a buscar un futuro mejor en otras ciudades del país. He aquí, en esta página que, seguramente llegó para quedarse, los relatos de ex convecinos de los pueblos alemanes lectores de Periódico Cultural Hilando recuerdos que hacen llegar sus historias a la redacción para ser publicadas y ponerse nuevamente en contacto con los habitantes de su tierra natal y revivir antiguas anécdotas y compartir lo vivido en todos estos años de estar lejos de su querido y amado suelo.