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Historia de amor
Alfonso y Agustina
Alfonso siempre fue un hombre sencillo, arraigado a los hábitos aprendidos en un hogar humilde y de buenas costumbres, donde la honradez y el respeto eran el pan de cada día. Nació en las colonias, no importa cuándo ni en cuál de ellas. Era un ser amoroso, a pesar de su carácter fuerte. Era un hombre sano, de mente clara y de sentimientos profundos. No cabían en su manera de ver la vida las perversiones, las agresividades. El amor y la ternura ceñían su vida y su modo de ser.
Toda su vida se desarrolló dentro de la cultura del trabajo y el honor. Para Alfonso trabajar era honrar la vida, sentía que lo que poseía era fruto de su esfuerzo y eso lo enorgullecía. El trabajo era el motor que se encendía cada mañana y que lo mantenía vivo y lúcido.
El pan ganado a fuerza de luchar a diario tenía otro gusto: el sabor de la dignidad. ¿Qué otra cosa se podía heredar de padres humildes si no era la honradez, la dignidad, el don de gente, la hidalguía, la nobleza y la generosidad?
Jamás lo escuché avergonzarse por haber tenido que trabajar de muy pequeño para ayudar a su familia, ni lo sentí resentido por ello. Por el contrario recordar como había sido su niñez, cómo comenzó a trabajar y porqué tuvo que hacerlo a muy temprana edad. Conocía no sólo su oficio, aquel que Jesús había desempeñado, el de carpintero, oficio al que amaba y al que pertenecía desde los ocho años. Había aprendido con dedicación mucho más.
En nuestra casa todo pasaba por sus manos, aún cuando los años ya le pesaban.
Cuántas veces temblaba al verlo subido al techo con sus años y mientras yo me enojaba y pedía por favor que se bajara, él sonreía burlándose de mis miedos.
Me miraba y decía “…Ay Agustina, yo me siento de cuarenta, no soy viejo, sólo tengo muchos años…” y entonces bajaba. Pero a veces mis temores lo enojaban, porque decía que yo no lo dejaba hacer nada, lo cual era terrible para un hombre que afirmaba a diario: ”…Yo solo sé de trabajo, mi amor…”.
Seguramente que así era porque sus sueños en los últimos años siempre se desarrollaban trabajando. Yo solía reírme y bromear diciéndole que al menos soñara conmigo. A veces mis bromas eran algo más pesadas, pero él reía y decía "...ves que tonto soy, hasta en sueños lo único que sé hacer es trabajar..."
Me enamoré de este hombre que para muchos parecerá sacado de un cuento, algo antiguo, aferrado a una cultura diferente. No tenía absolutamente nada que ver con el tipo de hombres que hoy suelo ver, quizás para muchos un tipo fuera de época.
Para mí era un hombre fuera de serie, un hombre adorable, sano espiritual y mentalmente. No admitía un acto de cobardía para con la mujer ni para nadie, responsable de sus actos, respetuoso, comprometido con la palabra dada, con la sociedad y con sus principios.
Con este señor viví un amor lleno de pasión, supe de su ternura, aprendí que un beso no tiene horario, que una caricia y un silencio también tienen que ver con el cariño, que el sexo no siempre está relacionado con el amor, que también se ama con la misma intensidad cuando existe la abstinencia. Que el respeto mutuo y la compañía son pilares para mantenerse unidos.
Yo sentí el gusto sabroso de sus besos, con esa calidez de la brisa estival, con el húmedo sabor de las frutas maduras. Sentí el placer de besarlo con ternura, y sus labios supieron a ambrosía.
Sentí sus manos rondando mi cuerpo, acariciando con suavidad mi espalda, enredándose a mi cintura como las ramas de una enredadera, adherirse a mi talle y dormirse con la placidez con que duerme un niño que sabe que esta cuidado y protegido.
Yo amé profundamente a este hombre que hoy extraño con la misma intensidad con que lo quise.
Historia basada en un hecho real que aconteció en Coronel Suárez. Los protagonistas nacieron en Pueblo Santa María y se mudaron a la ciudad siendo aún jóvenes. La misma fue reconstruida a partir de una sinopsis realizada a un relato redactado por Ángela Teresa Grigera.
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