Historias de vida que nadie quisiera contar
Cuando el Estado asesina sin piedad
Colaboración especial
de Prof. Desiderio Walter
Para dar vida a esta macabra historia que sucedió en la década del setenta teniendo como protagonista a dos jóvenes cuyos abuelos nacieron en una localidad del Distrito de Coronel Suárez y se mudaron a la Capital Federal entre los años 1945 y 1950, se adaptó el relato de Víctor Montoya (porque creemos que describe con fidelidad lo acontecido a estos jóvenes que fueron víctima y victimario de la época más terrífica que vivió el pueblo argentino: el terrorismo de Estado de la última Dictadura Militar).
Por supuesto que, por una cuestión de respeto hacia la persona que nos contó esta historia aún inédita, no revelamos nombres ni apellidos de los protagonistas. Más aún teniendo en cuenta que la que nos narró el suceso es la madre del personaje principal y teme represalias si se llega a conocerse su identidad.
El encapuchado
Cuando José entró en la cámara de torturas, donde estaba el preso colgado de una viga, un oficial cerró la puerta de un puntapié y dijo:
-¡Torturar es un oficio y un deber!
José, consciente de que su oficio estaba en contra de su voluntad, no sabía si empezar hablando o golpeando como otras veces. Se acercó a las gavetas de la mesa, se quitó el cinturón ribeteado de balas y bebió varios sorbos de agua en una botella. Limpió el gollete con una mano, mientras con la otra acariciaba la cacha de su revólver.
Paseó alrededor del encapuchado, mirándolo sin mirarlo. Y, a medida que se desabrochaba la camisa, recordaba el día en que fue sorprendido forcejeando a una muchacha en el sótano del colegio, la mirada inquisidora del profesor y esos pechos similares a cántaros de miel.
-¡Está expulsado! -le increpó el profesor.
José, al cabo de aflojarse la camisa a la altura del tórax, fijó los ojos en el encapuchado, quien pendía con las manos esposadas, las ropas desgarradas y empapadas por el agua.
-¿Dónde están los otros? -inquirió, respirándole muy cerca.
El encapuchado, consternado por la voz que le parecía conocida, se limitó a negar con la cabeza, poco antes de que un puñetazo retumbara en su pecho y reventara sus huesos.
-¿Dónde están los otros? -insistió José, exhalando suspiros profundos, justo cuando sus energías comenzaban a languidecer.
Más tarde dejó errar la mirada por doquier, hasta que gotas escarlata le cruzaron por los ojos. Levantó la cabeza hacia el torturado y le sacó la capucha, despavorido por la muerte que se cargaba toda la información por la maldita suerte de haber empuñado la mano en un momento de furor.
Cuando la capucha cayó al agua, la víctima se había ido ya en un vómito de sangre, y, en su rostro pálido como la luz de la luna, José no encontró más que los ojos desorbitados de su mejor amigo de infancia, cuyos abuelos, al igual que los suyos, eran oriundos de una conocida localidad del Distrito de Coronel Suárez.
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El pasado que nunca debemos olvidar
La dictadura militar
24 de marzo de 1976 - 10 de diciembre de 1983
El 24 de marzo de 1976 Isabel Perón fue detenida y trasladada a Neuquén. La Junta de Comandantes asumió el poder, integrada por el Teniente Gral. Jorge Rafael Videla, el Almirante Eduardo Emilio Massera y el Brigadier Gral. Orlando R. Agosti. Designó como presidente de facto a Jorge Rafael Videla. Comenzó el audodenominado "Proceso de Reorganización Nacional".
José Martínez de Hoz fue designado ministro de Economía y, el 2 de abril, anunció su plan para contener la inflación, detener la especulación y estimular las inversiones extranjeras.
La gestión de Martínez de Hoz, en el contexto de la dictadura en que se desenvolvió, fue totalmente coherente con los objetivos que los militares se propusieron.
Durante este período, la deuda empresaria y las deudas externas pública y privada se duplicaron. La deuda privada pronto se estatizó, cercenando aún más la capacidad de regulación estatal.
El régimen militar puso en marcha una represión implacable sobre todas las fuerzas democráticas: políticas, sociales y sindicales, con el objetivo de someter a la población mediante el terror de Estado para instaurar terror en la población y así imponer el "orden", sin ninguna voz disidente. Se inauguró el proceso autoritario más sangriento que registra la historia de nuestro país. Estudiantes, sindicalistas, intelectuales, profesionales y otros fueron secuestrados, asesinados y "desaparecieron".
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