¿Recuerdan a los vendedores ambulantes?
De puerta en puerta, de casa en casa
Antiguamente los vendedores ambulantes pasaban por las calles de los pueblos alemanes ofertando sus mercancías vociferando los productos que vendían. Como por ejemplo un inmigrante que llegaba todos los meses, llamado “El turco”, que pregonaba: “Vendo toballa barata… Jabones de olor o “Turco vende barato y bonito”. Era un personaje que ya formaba parte de la fisonomía de las colonias. Las amas de casa salían a recibirlo en chancletas y vestidas de entrecasa para proveerse de una infinidad de enseres que “El turco” cargaba consigo.
“El turco” (no se hacía demasiada distinción si era de origen sirio, libanés, etc), vendía toallas, toallones, repasadores, delantales de cocina, artículos de tocador, hilos de coser, agujas y muchos otros artículos.
Era un hombre bajo y rechoncho. Llegaba todos los meses, hiciera frío o calor. Parecía no importarle. Pasaba casi siempre al mediodía, a la hora de almorzar.
Lo oíamos llegar con su pregón que repetía una y otra vez: “Vendo toballa barata… Jabones de olor…”.
Los chicos más traviesos de la colonia lo seguían haciéndole corito con cierto grado de inocente malicia: “Jabones, jabonetas… para lavarse las tet… (completen ustedes la frase, no es tan difícil)”.
Las vecinas le compraban, además de lo ya citado: peines, ropas de cama, colchas, sábanas, frazadas, manteles, repasadores… y lo que no traía, lo conseguía.
Si alguien compraba algo, lo mostraba en la casa siguiente y a las pocas horas las amas de casa de la colonia que visitaba caían en la cuenta que todas, para no ser menos, habían comprado lo mismo.
“El turco”, como nuestros abuelos y muchos otros extranjeros, formó parte de esos inmigrantes que llegaron al país con la cultura del trabajo. Una cultura que construyó un gran país que sus descendientes dilapidaron en años de haraganería y corrupción.
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