Según pasan los años
Los músicos de antaño
Antiguamente ser músico constituía toda una distinción y el que tenía estos conocimientos y virtudes artísticas era considerado como un personaje importante que sobresalía sobre el común de la gente.
Esto ocurría por el tiempo en que en las casas de la gran aldea polvorienta, que eran las colonias, en la mayoría de los hogares había un Schnerorgillie (acordeón tradicional de los alemanes del Volga), traídos desde las lejanas y remotas tierras de la lejana Rusia.
Cuando surgían espontáneos encuentros familiares, los acordeones salían a relucir con su melodía de notas melancólicas llorando su tristeza acompañando la voz de un inmigrante que le cantaba a amores imposibles y a la añoranza de una aldea lejana. Y lo hacía entre relatos sobre hechos ocurridos durante el día o noticias que habían llegado de familiares que quedaron en el Volga; mientras se bailaba o se jugaba a los naipes.
El músico, el auténtico ejecutante, el que había estudiado y a quien no solamente le gustaba arrancar melodías a un instrumento, era un personaje en sí mismo. Era alegre y dicharachero aunque escondiendo cierta tristeza que solamente era perceptible en la mirada apagada. Apegado a las fiestas y al buen beber, era divertido y chistoso.
También existían los músicos espontáneos, esos que aprendían sorpresivamente a tocar armoniosamente un instrumento sin haber estudiado los secretos del pentagrama y el uso e interpretación de negras, blancas, corcheas y semicorcheas. Surgían estos imprevistamente y se destacaban sobre todos los músicos "normales", especialmente en la ejecución del acordeón.
Hubo ejecutantes de "oído", como solía llamárseles, que hacían las delicias de las reuniones familiares, en las noches tibias de los veranos de los pueblos alemanes de aquellos años de antaño.
Lástima que luego la radio, la victrola y la televisión los fueron desplazando del espacio que ocupaban, relegándolos a la silenciosa y oscura vastedad del olvido.
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