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Fábulas argentinas
Las opiniones del gallo
Por Godofredo Daireaux
El gallo canta claro y no disimula lo que piensa.
Dice la verdad, y la dice toda: pondera sin zalamería lo que le parece bien, y critica sin acritud lo que le parece mal.
Así debería tener puros amigos, pues a cada uno le ha de gustar saber que aprecian sus cualidades, y también, por otro lado, le ha de gustar conocer sus defectos, para tratar de corregirlos.
Pues no parece que así sea; y muchos, al contrario, acusan al gallo de ser mala lengua, o injusto, y le tienen rabia.
La oveja, por ejemplo, no lo puede ver: es cierto que en varias ocasiones ponderó el gallo en excelentes términos el gran valor de su vellón y su amor materno; pero también se permitió una vez insinuar que era algo corta de espíritu; miren ¡si será!
La cabra, sin duda, le habría conservado su amistad, si se hubiera contentado con hablar de su sobriedad y de la excelencia de su leche; pero también dijo que ella tenía el genio algo caprichoso: ¡una mentira sin igual!
El chajá había quedado muy conforme al oír que el gallo alababa lo abundante de su pluma, lo discreto de su color gris y el buen gusto de su traje; pero no le pudo perdonar el haber criticado su canto.
El burro también quedó con el gallo en muy buenas relaciones mientras se concretó éste a hacer justicia a su templanza y a su amor al trabajo; pero tuvieron que quebrar, pues un día se atrevió el otro a decirle que sus modales eran toscos: ¡Figúrese!
La vizcacha no quiere saber nada con el gallo, y lo mantiene a distancia, pues la juzgará este señor de bien poco mérito, cuando ni siquiera se ha dignado acordarse de ella nunca.
Por suave que sea el almíbar de la alabanza, cualquier átomo de crítica lo vuelve amargo; pero más amarga aún que la critica, es la indiferencia.
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Historias de frases famosas
Sentirse el hijo de la pavota
Por Héctor Zimmerman
"Me toman por el hijo de la pavota", "quedé como el hijo de la pavota...". No se trata de un insulto -nadie propina la frase a un tercero- sino de una muestra de indignación. "Hijo de la pavota", o sea, estúpido por herencia, se siente uno en el momento menos pensado: una mañana nos endilgan en la oficina el trabajo al que todos le venían escapando; o preguntamos con toda ingenuidad algo de lo que todo el mundo está enterado hace rato; o aparecemos demasiado temprano en una reunión porque hemos sido mal informados. Cualquier situación que nos desluce ante el prójimo confirma esa filiación pavota, tan difícil de explicar. ¿Cómo reaccionar para no sentirnos hijos de una madre tan torpe y despistada que ni por la crianza ni por los genes ha sido capaz de transmitirnos el arte de no quedar descolocados? La frase tiene el aire de venir de esos pueblos chicos donde todos conocen a todos y a sus progenitores también. Sea cual fuere su procedencia, la frase lleva la marca del mejor ingenio popular: es la metáfora precisa y pintoresca de un estado de ánimo. Por ella cobra vida esa madre que nos expone a desempeñar un mal papel. Una madre con la cualidad de ser muy prolífica. Porque, ¿quién está libre de verse alguna vez como un hijo más de la pavota?
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