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hilando recuerdos

Páginas 10 y 11

Colaboraciones de lectores de Periódico Cultural Hilando recuerdos de todo el país

Recuerdos de niñez

Las notas que transcribimos a continuación son aportes enviados a la redacción de Periódico Cultural Hilando recuerdos de lectores que nacieron en los pueblos alemanes, vivieron su niñez allí, y actualmente residen en diferentes puntos del país. A pesar de que se marcharon hace muchos años, jamás olvidaron su tierra natal, a la que siempre desean volver, y a la que rememoran con afecto, trayendo al presente sus años felices de la infancia.

¿Quién no quiere volver a ser un niño?

Daría todo por volver a la infancia

Colaboración de Juan Pedro Mildenberger

Daría lo que sea por regresar a aquellos años de mi infancia y repetir los juegos y las travesuras que llevamos a cabo en las colonias de antaño, cuando el mundo era y hasta las personas eran otras, más buenas, más nobles, más dulces, como nuestra querida madre, que siempre estaba ahí para socorrernos y brindarnos cariño.

¿Quien no daría lo que sea por volver a ser un niño aunque sea por tan sólo un minuto? Esa época en que no había responsabilidades, tareas ni obligaciones, y en la que la muerte de un ser querido sólo implicaba su desaparición, y nos conformábamos con la explicación de nuestros padres que nos decían: “El abuelo se fue al cielo”.

O esos días en que nos pegábamos un porrazo tremendo y mamá, mirándonos con gesto dulce, nos pedía que no lloráramos... "que no pasaba nada". Y nosotros contentos salíamos enseguida para la calle con nuestro chichón en la frente, chichón que ni sentíamos sólo por el simple hecho de que nuestras madres nos daban un beso "curador".

Y esas tardes de verano, jugando a la escondida, y las veces en que uno se escondió bien, y los otros cansados de buscarnos, terminaban el juego ( y uno esperando cómo un gil arriba del árbol, a 60 metros de altura).

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¡Qué lindos momentos!

La simpleza de vivir para jugar o jugar para vivir

Colaboración de Agustín Lambrecht

Vivimos una niñez diferente en los pueblos alemanas. De eso me di cuenta cuando crecí y mudé a otros lares, lejos de mi querida colonia.

Los fines de semana eran un culto para estar con los amigos en los baldíos de las colonias o sentados en los cordones de las veredas de tierra. Esos domingos que parecían eternos, en los que no había resaca, en los que el día empezaba temprano. Esos domingos en que nos creíamos los niños más felices del mundo porque nuestro equipo de fútbol del cual éramos “fanas” había ganado un campeonato.

Tiempo en el que solamente pensábamos en sumar amigos y restar dificultades. Años de juegos en la escuela. La simpleza de vivir para jugar o jugar para vivir. Así es como me acuerdo cuando una vez me hicieron firmar el "libro de las amonestaciones"; o las veces que volvíamos con el guardapolvo manchado de tinta o gris de tierra, o llegando al extremo, con un ojo negro a casa...

¡Qué lindos momentos!

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Mi adorado bebé de juguete

Muñeca de porcelana

Colaboración deRosa Schneider

Cuando era niña, mi muñeca preferida lo sabía todo de mí y yo todo de ella, era de porcelana. No hablaba ni se movía; pero yo lo hacía por ella. Hasta que un día crecí y la pobre quedó sola, olvidada en un sofá, como un adorno que nadie ve. Un adorno que estoy seguro que piensa y reflexiona sobre la hermosa época que compartimos y que seguramente está llorando su soledad y mi olvido.

Estoy sentada en un sofá. Media olvidada. Mirada frágil de cristal. Vestida de época. Cabello rubio, ondulado. Y nada de goma –parece pensar la muñeca.

Desde mi cárcel veo pasar el tiempo. Y como avanza por un camino pedregoso la vida de los inquilinos. Esos que a veces se detienen a mirarme, pero que nunca se acercan demasiado. Tienen miedo a romperme, porque me he convertido en un objeto. Un objeto de decoración.

Y así es como no saben que tengo dotes para leer las líneas de sus manos, las muecas de sus caras, sus gestos. Ni siquiera saben que puedo leer los trazos dibujados en la arena.

Tampoco saben que sé de sus miedos, de sus vicios, de lo televisivos o cómicos que son. No sabe él que es un esclavo de la belleza, que enseguida se enamora de un taconeo, de una falda corta. No sabe ella que su afición al champán rosado la está deteriorando, ni que envidio su barra de carmín.

Y sigo sentada en el mismo sofá. Media olvidada. Mirada frágil de cristal. Vestida de época. Cabello rubio, ondulado. Y nada de goma.

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Las colonias de mi niñez

Kreppel y travesuras

Colaboración de José Krotter

Siento tanta nostalgia de mi niñez en las colonias. Sobre todo de las tardes de juegos bajo la sombra de una parra, comiendo Kreppel. Mientras entre sonrisas y alegrías compartíamos un universo de fantasía que creábamos a nuestro gusto y antojo.

Recuerdo con cierta nostalgia pasajes de mi niñez vividos en las colonias, cuando fabricaba juguetes de madera para jugar con mis amigos. Todos se hacían sus juguetes: camiones, autos, pistolas, ondas… Éramos tan curiosos que solíamos mirar por las rendijas de las radios, para ver quién estaba cantando. En cierta ocasión desarmé una radio para descubrir dónde estaba la gente, por supuesto la radio no volvió a funcionar más.

Jugábamos a los Koser, al trompo, a la escondida y tantos pero tantos juegos que el tiempo se llevó. También jugábamos con las niñas a la mamá y el papá. Ese juego era el que más me gustaba jugar con las niñas. Era una vida de niños amables y cosas sencillas.

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La tarde en que lloré

El día en que mamá escapó con otro hombre

Colaboración deEustaquio Sauer

Vivir y compartir la elección de una madre que comienza de nuevo su vida no es fácil. Pero de niño uno no entiende de estas cosas. Solamente piensa en ser feliz y compartir el mundo con mamá.

Recuerdo la imagen de mi madre. Yo, sentado en mi mesa haciendo los deberes y, ella, allí a mi lado, siempre con una sonrisa en los labios. Me gustaba regalarle mis dibujos. Yo dibujaba mucho y ella me decía que lo hacía muy bien, que con el color azul me había pasado un poco de la forma que previamente había trazado con el lápiz, que me quería. Y aquel te quiero resonaba en mis oídos durante días.

Un día fue a hablar con mi maestra de sexto grado. Pero no hablaron del azul de mis dibujos. Ni de mí. Hablaron de una unión desafortunada, de cómo mi madre se casó con un hombre en contra de la voluntad de la familia, de cómo huyeron, de las dificultades que tendría que sortear en el futuro.

Mis diez años no me permitieron entender lo que ocurría. Afortunadamente no debía ser nada importante, porque al salir fuimos a una de las tiendas / librerías de las colonias y me compró una caja de colores, y el azul también estaba en ella.

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Desde el alma I

Mi niñez

Colaboración deAna Margarita Rohwein


Recuerdo mi niñez
fastidiando a mi hermano
en su fiesta de cumpleaños,
derramando leche y miel
sobre el nuevo mantel,
escondiendo sus zapatos
en el rincón de los gatos.
Decía él dejate de molestar
pero era mi forma de amar.

Recuerdo mi niñez
muy junto a mi madre,
ensayando sus recetas
que decía eran secretas,
bordando golondrinas
en sus viejas cortinas,
estudiando geografía
en su tierna compañía,
mirándome siempre al espejo
pues yo era su reflejo.

Recuerdo mi niñez
abrazando a mi padre,
llenándolo de besos
en todos sus regresos,
colgada de su cuello
como un ángel bello,
escuchando sus teoremas
sobre diversos temas,
prometiéndome ir a París
si deseaba ser actriz.

Tenía un mar azul
y un castillo de arena
un puerto de algas doradas
y una ensenada de caracolas
para refugiarme de las olas.

Tenía un tesoro
en mis días de oro,
mi pequeña verdad
en aquella edad.
Mi niñez, que
perdí en realidad,
cuando pinté mis
labios por primera vez.


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