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hilando recuerdos

Periódico Cultural Hilando recuerdos le da la bienvenida a su blog oficial, donde encontrará páginas que reflejan la actividad que desarrolla para rescatar y preservar la identidad cultural de los descendientes de alemanes del Volga. Visítelas y conozca la historia, cultura, tradiciones, costumbres e idiosincrasia de esta etnia. Muchas gracias por visitar el blog y colaborar en la difusión de la cultura e historia de los descendientes de alemanes del Volga.

Periódico Cultural de los pueblos alemanes de Coronel Suárez

 

Hilando recuerdos

 

Rescata y revaloriza la historia y el patrimonio cultural

de los descendientes de alemanes del Volga

 

Mentalidades, costumbres, formas de vida, creencias, expresiones políticas, manifestaciones artísticas, aportes culturales, actividades económicas, conformación social de la clase inmigrante que habita los pueblos alemanes de Coronel Suárez y que se conoce como descendiente de alemanes del Volga.

Difusión de las notas periodísticas que publica el escritor e investigador Julio César Melchior en su mensuario Hilando recuerdos, el Periódico Cultural de los Pueblos Alemanes de Coronel Suárez, que tiene como premisa rescatar y revalorizar la cultura e historia de los descendientes de alemanes del Volga.

Investiga, escribe y edita el periódico el escritor en sociedad con su hermana María Claudia Melchior, que tiene a su cargo la producción y distribución del mismo.

Tengamos en cuenta que todos los recuerdos, anécdotas y situaciones vividas en el pasado, nos sirven para tener herramientas para construir un futuro mejor, más justo e igualitario.

Introducción

Aprendimos a vivir sin tener en cuenta que los recuerdos no mueren. Nos formamos en el andar de la vida dejando en el camino del ayer historias que luego lamentamos haber perdido. Acontecimientos cotidianos que delinearon nuestro carácter, que forjaron nuestra voluntad sobre el yunque de la existencia, con martillazos de alegrías y tristezas, o que nos hicieron hombres dándonos una lección. Pequeñas vivencias, que de tan sencillas, simples y triviales, en la niñez y juventud, nos parecían hechos insignificantes, sucesos a los que no vale la pena tener en cuenta siquiera.

Y así, en el diario vivir, en el minuto a minuto, olvidamos una palabra dulce dicha al oído por un ser querido, un gesto o un abrazo fraterno, una caricia, un consuelo, un beso suave y tierno, un te amo de alguien que con los años dejamos de amar, y hasta, a veces, un adiós que nos hizo llorar tanto pero tanto. Perdimos en la vastedad de la memoria, inmersos en la era del consumismo, imágenes de la colonia que un día fue una localidad distinta, con casitas de adobe y hornos de barro y chimeneas humeando aroma a pan casero horneado en frías madrugadas de invierno; con mamá, papá, la abuela y el abuelo vistiendo ropas tradicionales que nos parecían anacrónicas y fuera de moda; con sus tradiciones y costumbres que le conferían identidad; con sus campanas de la torre de la iglesia tocando a rezar el Ángelus o llamando a asistir a misa; con sus procesiones solemnes y fastuosas; sus fiestas religiosas: Kerb, Pascua, Navidad... y el Pelznickel deambulando en Nochebuena por las calles de tierra, buscando ingresar en las viviendas para castigar a los niños que se portaron mal durante el transcurso del año.

Olvidando, a medida que crecíamos, los sueños soñados en largas tardes de verano sentados cerca del arroyo pensando en un mañana en el que regresamos al pueblo convertidos en profesionales para prestar un servicio, hacer realidad proyectos comunitarios para hacer crecer el poblado, educar la comunidad... Pero nos fuimos yendo sin darnos cuenta, dejando en algún rincón de la colonia enterrados los sueños tan anhelados. Y ajenos a todo, en ocasiones residiendo en otra localidad, nos enterábamos como iban desapareciendo las cosas donde alguna vez jugamos e imaginamos las ilusiones que no llevamos a cabo nunca; y como se iban yendo, lenta pero inexorablemente, seres que amamos y que jamás volvimos a ver. Personas, cosas y ambientes que los años y el progreso sepultaron en el sitio donde se guardan los tesoros que se desentierran en la vejez, cuando ya es tarde para volver a ellos, cuando la nostalgia y la melancolía nos hacen ver la realidad y descubrir cuan equivocados estábamos cuando pretendimos olvidar nuestro pasado nada más porque era diferente, porque tenía acento alemán, porque... tantas pero tantas cosas, que aún sin darnos cuenta se nos escapa una lágrima, un llanto profundo, que surge desde lo más hondo del alma, añorando la ausencia de una época que no volveremos a vivir y que, en algunos momentos, no supimos o no quisimos valorar y amar en su justa medida. Tan ciegos estábamos de progreso, obnubilados por las luces de las ciudades, que en más de un caso nos quitaron lo único verdadero que teníamos: la identidad. Que es, precisamente, lo que se propone rescatar, mes a mes, Periódico Cultural Hilando recuerdos.


Dicen que antes éramos muy pobres pero… ¿De qué pobreza me hablan?

Dicen que antes éramos muy pobres pero… ¿De qué pobreza me hablan?

 

"Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita", dice un viejo adagio. Cuántas enseñanzas de la vida nos invitan a arreglarnos con lo que tenemos, lejos de las ambiciones desmedidas…

Este es el día más triste de mi vida

Este es el día más triste de mi vida

 

Separarse de un ser querido. Decirle adiós para siempre es algo que uno no quisiera enfrentar jamás. Y sin embargo, la vida nos pone ante esa prueba irremediable.

Página 2 y 3

Página 2 y 3

Tercer aniversario del periódico cultural “Hilando Recuerdos” (Publicado en Diario Nuevo Día - www.diarionuevodia.com.ar)

 

“Si esta es la cosecha, entonces mi trabajo ha valido la pena”

 

Lo afirmó el autor del periódico, Julio César Melchior, luego de escuchar los elogiosos conceptos de todos los oradores sobre su obra de rescate de los valores culturales de los descendientes de alemanes del Volga.

 

Quedó chico el espacio brindado por la Escuela Parroquial de Santa María a Julio César Melchior para conmemorar el tercer aniversario de su periódico cultural y de historia de los alemanes del Volga, ya que hubo público que debió permanecer de pie en un pasillo contiguo al haberse cubierto todas las localidades previstas para el evento.

Seguramente ese es uno de los mejores premios a los que puede aspirar quien se ha dedicado desde hace largos años al rescate de una cultura que se transmitía de boca en boca pero que no quedaba plasmada en el papel. La gente de Santa María, su gente, decidió por fin premiar a uno de sus historiadores, a Julio César, a la persona que junto a Héctor Maier, alguna vez juntos y luego cada uno por su lado, han entregado su vida a legarle a la posteridad las historias y las vivencias de la cultura alemana que no se deben perder.

 

Alegría y afecto

 

La presentación de Melchior y de su periódico aniversario corrió por cuenta de la directora de la Escuela parroquial Santa María, Luján Streitenberger, quien mostró su satisfacción por ser el establecimiento que cobijaba el acto, reconociendo además que en lo personal la unía a Julio César un afecto particular por haber sido el periodista y escritor alumno de ese colegio.

“Nos alegra enormemente su progreso”, resaltó la directora, destacando la obra de Melchior, tanto literaria como periodística. “Es muy importante el rescate y la revalorización que él hace de nuestras raíces y por eso la escuela siempre está dispuesta a sumarse a los emprendimientos de Julio César”, dijo Luján Streitenberger.

Recordó que hace muchos años se ridiculizaba todo lo que tenía que ver con la cultura y las costumbres de los alemanes del Volga, pero que gracias al trabajo serio y responsable de personas como Melchior, Juan Hippener, la FM de los pueblos alemanes y muchos otros más se había logrado que se entendiese el valor de conservar todo lo relacionado con las raíces. “Esa idea está cambiando y eso gracias a que hemos ido creciendo por el trabajo mancomunado de mucha gente”, señaló la docente.

Ya finalizando Luján Streitenberger hizo especial hincapié en el esfuerzo y el tesón demostrado por el periodista en Santa María y en toda la región, recordando una anécdota de cuando trabajaba en la Biblioteca Juan Carlos Graff, adonde llegó un día Melchior a buscar el libro “Sobre héroes y tumbas”, de Ernesto Sábato y que ese fue el incentivo para que ella también lo leyese, habiendo sabido mucho tiempo después que ese es el libro preferido de Julio César Melchior.

Concluyó su sentido mensaje leyendo una reflexión sobre la decisión de triunfar, fácilmente aplicable a la vida del escritor.

 

En todo el país

 

El presidente de la Asociación Argentina de Alemanes del Volga, Juan Hippener, tuvo elogiosas palabras para la obra de Melchior, aunque al principio rescató también la figura de Víctor Popp, personaje muy recordado por haber sido quien comenzó a sembrar en los pueblos alemanes la necesidad de recuperar historias escritas sobre la cultura alemana, siendo ello una necesidad útil para revalorizar esas costumbres.

“Después de largo tiempo, Julio César comienza a escribir esas historias, historias que hoy la gente puede leer gracias a sus libros y su periódico”, enfatizó Hippener.

“En todo el país se habla de la historia de los alemanes del Volga, pero también se habla de los historiadores que se han dedicado a recuperar esas historias y entre esos historiadores ocupan un lugar muy importante Julio César Melchior y también Héctor Maier”, destacó el orador, asegurando sentir un legítimo orgullo al poder participar del reconocimiento al periódico ?Hilando recuerdos? y a su autor.

Para finalizar, una frase fuerte que recordó ayudas oficiales prometidas a Melchior que nunca llegaron. Viniendo de Juan Hippener son palabras que sin dudas tienen un por qué que quizás, algún día, alguien se anime a develar públicamente, pues en la intimidad los hechos se conocen. Dijo Hippener: “Es cierto que la política a veces no hace lo que dice hacer, pero los alemanes debemos dejar eso de lado y seguir trabajando para nuestra cultura”.

 

Se rescatan virtudes

 

En representación de los pueblos alemanes reconoció la labor de Julio Melchior la presidenta de la comisión de ex alumnos del Jardín de Infantes Nº 902 de Santa Trinidad.

Cecilia Werbag destacó la fortaleza anímica de Melchior asegurando que “nunca se da por vencido”, recordando que lo conoció cuando ganó un concurso literario organizado por la Biblioteca Zulma Bonnaterre.

La joven docente destacó que el escritor es “el puente entre la vorágine actual y el pasado ancestral”, felicitándolo por su labor y concluyendo sus palabras con la lectura de un bonito poema sobre virtudes, fortalezas y deseos.

También acercó sus felicitaciones el concejal Guillermo Sol, quien lo hizo como admirador y amigo de Julio César Melchior.

El concejal radical rescató la férrea voluntad y la fortaleza del escritor, resaltando la importancia que ha tenido la familia, la escuela y especialmente su hermana Claudia en la obra, el carácter y los logros de Julio César Melchior.

“El periódico ?Hilando recuerdos? es un orgullo para todos los suarenses”, sentenció Guillermo Sol, quien luego recordó una historia que envió para ser publicada en el número del tercer aniversario, cuyo título es por demás impactante, ya que asegura que “envejecer es obligatorio, pero madurar es opcional”.

Luego de narrar la historia, y volcándola a la tarea de Julio Melchior, Guillermo Sol sostuvo que “no hay impedimento para crecer y eso es lo que ha hecho Julio a lo largo del tiempo”

Finalmente rescató el valor de los últimos escritos de Melchior ya que en ellos el escritor ha sido capaz de dejar aflorar su interior sin limitaciones.

Luego de las palabras de felicitación de Haydeé Klein, quien habló en representación del gobierno comunal, el autor del periódico agradeció los elogiosos comentarios vertidos sobre su persona  aseguró, con visible emoción, que “si esta es la cosecha, entonces mi trabajo ha valido la pena”, asegurando al final que su tarea continuará y que no aflojará en su camino a pesar de los problemas.

Culminado el acto, el público se quedó para conversar con el escritor, para adquirir su libro y el periódico y también para apreciar una muy buena exposición fotográfica con motivos de la tercera colonia alemana, fotografías nacidas de la inspiración del joven Fernando Berón.

 

 

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Publicado en la página digital de La Nueva Radio Suárez (www.lanuevaradiosuarez.com.ar)

 

“Hilando Recuerdos”

 

32 Páginas en la edición especial tercer aniversario. Un ejemplar que sintetiza tres años plenos de felicidad.

 

Julio César Melchior no se cansó de dar las gracias a todos los que hacen posible el periódico cultural de los Pueblos Alemanes de Coronel Suárez.

Después del acto, que se desarrolló el domingo pasado en la Escuela Parroquial de Pueblo Santa María, quedaron flotando sensaciones especiales que están directamente vinculadas con la valoración y hasta con la reivindicación, si se quiere, de postergaciones, prejuicios y hasta marginaciones que debieron haber sufrido nuestros hermanos de las colonias.

“Hilando Recuerdos” es la síntesis del esfuerzo, la constancia, la lucha, pero también el resultado de la pasión y las fuertes convicciones de saber que uno es capaz de vencer todas las adversidades.

Las abuelas de los Pueblos Alemanes, los abuelos de la Plaza San Martín, los afectos que el tiempo se guardó en el recuerdo, el lenguaje de las cosas o, mejor dicho, los objetos que acompañan nuestra vida hablan de nosotros, de nuestros gustos, costumbres, recursos y carencias.

Nos estamos refiriendo a un interesante artículo que aparece en la segunda página del suplemento, donde se presenta al lector la valoración histórica de un objeto de juego cotidiano, recuerdos que hacen al patrimonio cultural y a la humanidad.
            La cuna vacía, los juegos de antes, los abuelos, los músicos, la Dictadura Militar, sin festejos pero con bellos recuerdos, las colchas de mama y tantos momentos que el tiempo se llevó y otros que pertenecen a la sabiduría popular de las abuelas de las colonias.

Un valioso compendio que seguramente ocupará un lugar de privilegio a la hora de rescatar toda la inmensidad que representó la inmigración de los Alemanes del Volga hacia el Distrito de Coronel Suárez.

Página 4

 

Dicen que antes éramos muy pobres pero…

 

¿De qué pobreza me hablan?

 

"De una almendra siete pedazos", decía mi abuela. "Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita", repite un viejo adagio. Cuántas enseñanzas de la vida nos invitan a arreglarnos con lo que tenemos, lejos de las ambiciones desmedidas, lejos del delito. Dios puso a cada uno de nosotros en el lugar que ocupamos. Por eso jamás reniego de mi pasado. Al contrario. Lo único triste es que mis padres ya no están…

 

Son las cuatro de la tarde. Aunque el día es un tanto frío, el sol viene anunciando la primavera. Termino de escuchar a Julio Sosa recitando los versos del "negro" Celedonio Flores: "Por qué canto así", con el fondo musical de "La comparsita". Ahí, cuando dice: "En la triste pieza de mis buenos viejos cantó la pobreza su canción de invierno", me ganaron los recuerdos.

Sólo quitándole lo de triste, todo lo demás me toca muy hondo. ¡Qué linda, qué feliz, qué digna fue nuestra pobreza! Todavía hoy, muy lejos de mi niñez y de mi adolescencia, escucho a mis amigos recordando golosinas, revistas, juguetes, programas de TV y lugares de diversión que para ellos eran cosa de todos los días, pero que yo conocí de oído o disfruté muy esporádicamente. Pero fui feliz, muy feliz.

Lo poco que tuvimos lo sentimos como lo mejor, sin lamentos y sin envidiar a quienes tenían más que nosotros. Desde muy niño supe del inmenso sacrificio que hicieron mis padres para poder darnos de comer.

En abril de 1954 salimos del enclaustro de una pieza y una cocina de una casa de adobe construida en las afueras de la colonia para disfrutar de una vivienda edificada con ladrillos, y pagada con el trabajo y el sudor de toda la familia, en una pequeña chacra arrendada con no menos esfuerzo y coraje.

Allí aprendí a madrugar sin rezongos, con alegría. A luchar cada minuto de cada día, estudiando, criando animales, buscando en el sudor el fruto de la tierra trabajada con amor, a pala y rastrillo. A disfrutar el canto libre de los pájaros, el color y el aroma de las flores, el sabor de una fruta o una verdura recién cosechada de la planta que vi crecer desde la semilla (¿conocen el sabor de un tomate madurado en "su" sitio natural?). Allí pude ver nacer el ternero o el cordero y a la coneja preparando su nido ante la parición inminente. Pude ayudar al pollito a romper el cascarón que lo trae a la vida, a ordeñar en las frías y lluviosas mañanas de invierno antes de ir a la escuela secundaria que quedaba a 20 kilómetros.

¡Y qué confort que teníamos! ¿Aire acondicionado? ¡Claro que sí! En verano, la sombra de algún árbol durante el día o la bendición de una fresca brisa por las noches. En invierno, el farol a kerosén, el "sol de noche" (porque no había luz eléctrica) y la vieja y querida cocina a leña. ¿Pileta de natación? Por supuesto que sí. El arroyo que pasaba a dos leguas juntaba a los pibes de toda la región a la hora de la siesta sin el riesgo de aguas contaminadas. ¿Vigilancia privada? Casi no hacía falta, pero tuvimos uno sin uniforme que no cobraba nada más que casa y comida, estaba de servicio las veinticuatro horas y jamás reclamó nada ni faltó a sus tareas. ¿Saben cómo llegó a casa? Una tarde andaba yo "boyereando" por el camino que pasaba cerca del campo, cuando un desalmado lo bajó de una camioneta a palazos y lo echó lejos de él. De inmediato le inventé un nombre y lo llamé a mi lado: "Tom, Tom, vení, tomá Tom, Tom". Desde ese día, hasta que la vejez se lo llevó, nos regaló muchos años de amor, de compañía, de fidelidad, de todo lo que puede regalar un perro a "su" familia. ¿Shopping y tarjeta de crédito? Obvio que tuvimos también, pero antes en el campo tenía un nombre más criollo, más nuestro, se llamaba "Almacén de ramos generales" y el crédito no era de plástico, era de palabra, sin firmas, sin garantías, sin cambios de domicilio en las sombras dejando el tendal.

Debo agregar que en casa sólo se comían verduras y frutas a las que ahora llaman orgánicas y que por ello son más caras. También huevos caseros y patos, pollos, conejos y corderos criados "a campo". Que mientras nosotros pescábamos a caña nomás tarariras, mojarritas, bagres y anguilas, mamá preparaba la ensalada y la sartén para freír los pescados.

"De una almendra siete pedazos", decía mi abuela. "Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita", repite un viejo adagio. Cuántas enseñanzas de la vida nos invitan a arreglarnos con lo que tenemos, lejos de las ambiciones desmedidas, lejos del delito. Dios puso a cada uno de nosotros en el lugar que ocupamos. Por eso jamás reniego de mi pasado. Al contrario. Lo único triste es que mis padres ya no están…

 

 

(¿De qué pobreza me hablan? fue redactado a partir de una sinopsis realizada a un bello  texto de Carlos Marsal)

Página 5

 

Juegos que jugaban los niños de antaño

 

Antes que se pierda la memoria

 

Muchos de los juegos que hemos ido rescatando a lo largo de estos años de vida de Periódico Cultural Hilado recuerdo estaban unidos a los recreos de la escuela. Y todos ellos suponían una población infantil numerosa.

Hace falta tiempo (y memoria en algunos casos) para poner por escrito las normas que los regulaban. Pero es nuestra intención ir completando y desarrollando esta relación con la ayuda de quienes quieran prestarla.

Hay que comprender que el juguete representa un material de alto valor psicológico, pedagógico y social que permite la incorporación y relación del niño al mundo que lo circunda. A través del juguete, el niño toma posición frente al mundo que lo rodea, despierta curiosidad en él para conocerlo, actúa sobre él, construye, destruye, en definitiva se relaciona con el mundo cotidiano y aprende a conocerlo. Y por ende forja su identidad. Es por esto que, entendiendo los juegos que jugaban los abuelos, podemos entender su idiosincrasia y, en parte, su visión actual de la vida.

 

El elástico

 

El entretenimiento, hoy prácticamente en desuso, tuvo su apogeo entre los años sesenta y setenta, y su escenario preferido era el patio de la escuela. En los recreos el elástico pasaba del bolsillo del guardapolvo a meterse entre los pies dispuestos a jugar.
Participaban tres personas, mientras dos de ellas sostenían el elástico en sus tobillos, la tercera saltaba.

El objetivo era no engancharse ni tropezar, porque el error costaba perder el turno y dar lugar, a que otra concursante demostrara sus habilidades para el salto.
El pasatiempo tenía una dificultad: a medida que las participantes ganaban, el elástico iba tomando altura, subiendo de los tobillos a las rodillas y de allí, sucesivamente, a las caderas, la cintura, las axilas y el cuello.

Así, había variantes. Por ejemplo, en una de ellas, el elástico era mantenido tenso con una sola pierna por dos chicas, de modo que el espacio para saltar se hacía más angosto, e iba subiendo; cuando llegaba a la cintura, las chicas lo mantenían tenso poniéndose de perfil, mientras la tercera participante efectuaba los saltos.

Se consagraba ganador quien lograba saltar más alto, sin equivocarse. Para acceder al primer puesto se necesitaba cierta destreza y buen estado físico. Sin embargo, para jugar alcanzaba con las ganas.

 

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Para pensar

 

Adivinanzas sobre la familia

 

Duerme bien en su cunita
a veces es un llorón,
pero también se sonríe
tomando su biberón.


(El bebé)

 

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Chiquitín y danzarín,
pasa las noches rondando
con lanza y con cornetín.


(El mosquito)

 

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Todo el mundo lo lleva, 
todo el mundo lo tiene, 
porque a todos les dan uno 
en cuanto al mundo vienen. 


(El nombre)

 

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Come por el lomito,
destila por el piquito.

 

(La pava)

 

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Un relato con grados de picardía

 

La historia de los veinte deditos

 

Esta es la historia de veinte deditos (diez más diez) que se conocieron una tarde y entablaron una entrañable amistad y hablaron de todo, de lo humano y de lo divino. Por hablar, hablaron hasta de política...

 

Esta es la historia de veinte deditos

que se hicieron amiguitos

y jugaron un ratito

y corrieron y corrieron…

y gritaron y gritaron…

y como estaban cansaditos

se quedaron dormiditos.

Página 6: Fotografías de Pueblo Santa Trinidad

Recuerdo de fiesta de casamiento (Gentileza María Mayer).

 

Una fotografía rescatada del olvido que atesora imborrables recuerdos y nombres de hombres y mujeres que, con su trabajo, hicieron grande Pueblo Santa Trinidad (Gentileza de María Mayer)

 

María Rosa Sacomani (Gentileza de María Rosa Sacomani)

 

Fotografía matrimonial que rememora el momento en que se casaron los esposos Cristina Maipach y Gabriel Haberkorn (Gentileza de Andrea Haberkorn)

Página 7

Anécdotas que nos contó el abuelo Federico Lagmann, más conocido como “das kleine Fritzie” (El pequeño Federico)

 

Humoradas del nono sabio de las colonias

 

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Sucedió hace muchos años aunque no tantos como uno cree

 

Entre ateos y cornudos

 

Un grupo de feligreses con el sacerdote y el policía al frente del destacamento policial de la colonia se ponen de acuerdo para darle un susto al maestro, que era comunista y ateo, y dictaba clases en la escuela estatal de la localidad, algo inaceptable para la idiosincrasia de la sociedad de los pueblos alemanes.

Para ello no se les ocurre mejor idea que disfrazar al policía de Jesús. El policía, aunque algo pasado de peso como todos los policías de pueblo, se pone una túnica manchada con pintura roja, simulando ser sangre, se pinta estigmas en las manos y los pies, se pone una barba postiza fabricada con pelos de cola de caballo…

Y llega la noche…

El supuesto Jesús toca a la puerta del maestro ateo mientras el sacerdote, con un farol a kerosén hace efectos de luz, tapando y descubriéndolo con un trapo.

“Jesús”, con voz grave, le dice al maestro, que se encontraba en su cama, dormitando:

-He venido a buscarte. Tu hora ha llegado.

 -¡Dios mío! ¡Dios mío, Señor, perdona no haber creído en ti y perdona todos mis pecados, sobre todo los de estos últimos meses en que me he estado acostado con la mujer del policía.

El policía, disfrazado de Jesús, al escuchar la inesperada noticia, cae fulminado de un infarto.

 

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Señora, aguántese las ganas de hacer pi-pí

 

No se le ocurra ir al baño en el cementerio

 

Dos señoras de la Colonia III volvían de visitar a una amiga en un sulky, cuando, de súbito, les da ganas de ir al baño después de los varios litros de mate que habían tomado. No sabiendo adónde ir, y estando todos los colonos en el campo levantando la cosecha,  no se les ocurre mejor idea que ingresar al cementerio y hacer sus necesidades allí, hincándose en el primer sitio que encuentran. (De más está aclarar que por aquellos años, los cementerios de las colonias no contaban todavía con baños).

Cuando las señoras estaban en lo mejor de su menester, escuchan que llega el enterrador. Por lo que se ponen de pie horrorizadas. Suben al sulky a toda carrera y salen huyendo humilladas en su honor.

A la noche siguiente se encuentran los dos maridos de las señoras, que también compartían una excelente amistad, en un bar de la colonia.

Uno le cuenta al otro en voz baja:

-Me siento traicionado y no sé qué hacer. Creo que mi esposa me engaña. ¡Anoche llegó a casa sin ropa interior! Y cuando le pregunté que había sucedido me dijo que la había perdido.

-¡Eso no es nada con lo que me pasó a mi anoche! –dice el otro con tremenda amargura y dolor-. ¡Mi mujer llegó a casa y cuando se desvistió tenía colgada en la ropa interior una banda violeta que decía: “Tus amigos de la Colonia II”.

 

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Tiene mil novias

 

El semental de las colonias

 

Esta es la historia de un hijo que un día llega a casa y le dice a su padre:

-Me voy a casar con Analisie.

El padre mira a su hijo fijamente y le dice:

-…Yo de joven fui con muchas mujeres y... Analisie es tu hermana...

-Oh no, cómo puede ser –comenta el hijo y comienza a llorar desconsolado.

Un año más tarde, el hijo llega a su casa para decirle a su padre:

-Me voy a casar con Katriñie.

El padre mira a su hijo fijamente y le dice:

-…Yo de joven fui con muchas mujeres y… Katriñie es tu hermana...

-¡Oh no, otra vez no! – comenta el hijo y comienza a llorar desconsolado.

Tres años más tarde, el hijo llega a su casa para decirle a su padre:

-Me voy a casar con María.

El padre mira a su hijo fijamente y le dice:

-…Yo de joven fui con muchas mujeres y... María es tu hermana...

-¡Oh no, otra vez no! ¡Mamá, mamá! -llama el hijo a su madre, buscando una explicación- Papá ha frustrado tres veces mi vida, porque de joven iba con muchas mujeres y ahora todas las chicas de la colonia que me gustan son mis hermanas...

A lo que la madre, sonriendo feliz de poder tomarse revancha de su marido, y darle la oportunidad para a su hijo de ser feliz, responde:

-Hijo, yo de joven fui también con muchos hombres, y ese no es tu padre.

Página 8

 

Dolorosos recuerdos de mi infancia

 

La abuela senil

 

Ya entrada en años, abuela Catalina pasaba los días confabulando sobre sus recuerdos. Cualquier momento era propicio para repetir las mismas historias con la misma intensidad de la primera vez. Estaba prohibido hacerlo notar o preguntar sobre su causa, pero con mi astucia e ingenio logré averiguar algo. Escondido tras una puerta llegué a escuchar que mi abuela estaba “senil”. El vocablo me pareció extraño y sonaba a enfermedad. Lástima que mi triste diccionario lo definía como “relativo a los ancianos”. De todas formas, no parecía ser una enfermedad terrible o mortal porque no le daban algún tratamiento y cuando tenía una “crisis de recuerdos”, decidían ignorarla hasta que desaparecía.

 

Me encantaba escuchar sus relatos por la intensidad de sus palabras y el brillo en sus ojos, como si estuviera viviendo de nuevo cada pedazo de vida. Era como esos discos de vinilo que giraban a setenta y cinco revoluciones por minuto. Esos discos que guardaban música profunda y vívida con cantos llenos de sentimiento y pasión. Pero que con el deterioro de los años, daban un brinco a la aguja y repetían incesantemente el mismo fragmento.

Recuerdo el relato que hablaba sobre su tío Joseph. Lo describía como un buen hombre, serio y trabajador. Era alto y muy corpulento. Decía que solía ir a visitarla al menos una vez por semana. Había sido un hombre que sufrió las penurias de varias muertes de seres queridos, lo que lo había transformado en una persona extremadamente seria y callada.

-Vos sos como mi tío Joseph, que casi no hablaba. ¿Te acordás María? -decía dirigiéndose a mi madre- Llegaba como cada viernes y saludaba dando los buenos días moviendo la cabeza. Yo le acercaba una silla para que se sentara y le ofrecía mate y Kreppel. Y ahí estábamos los dos sentados toda la mañana, sin decir nada. Yo volteaba a verlo de vez en cuando a ver si conversaba de algo, aunque fuera consigo mismo o al menos se movía, pero no. No sólo no se movía sino que era imposible saber se mantenía un diálogo interno. Sus ojos permanecían mirando al vacío. ¿Te acordás María? –insistía a mi madre–. Hasta que un día me harté y le dije: Pero Joseph, ¿por qué tan callado? ¡Al menos hable de los seres queridos que enterró! ¡Recuérdelos de alguna manera y sáquese esa angustia del alma. Y él sin voltear a verme contestó: ‘¡Pobrecitos, mi esposa y mis dos hijitos, todos muertos y yo sigo aquí penando sobre la tierra! Y no volvió a decir ni una bendita palabra…. Se llevó consigo todo su dolor. Como un hombre. –sentenciaba abuela mirando a mi madre trabajar en la casa.

Mientras yo miraba a abuela que parecía inmutable ante el paso de los días, meses o años, siempre igual. No envejecía, no modificaba sus historias. A veces llegaba a pensar que era eterna y que formaba parte de nuestro mobiliario.

 

 

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Desde el alma I

Adiós mamá

Por  Ana Teresa Faria

 

Tus ojos se cerraron,
señal de tu partida;
tus labios se sellaron
para no hablarme más.
Y hoy que ya te extraño
y apenas te has marchado,
me lleno de quebranto
por ya no verte más.

Mamá, tu me iluminabas
como un sol en las mañanas.
Tu eco aún retumba
en nuestro corazón.
Más hoy en la mañana,
al ver que tú no estabas,
la luz ya no brillaba
ni el sol me dio calor.

Yo sé que algún día
volveremos a encontrarnos,
y sé que ese día
tarde o temprano llegará;
pero… ¿y mientras tanto
que quieres que yo haga
si ya mucho te extraño
y tú no volverás?

Página 9

 

Lluvia artificial

 

El regador

 

 

Las tardes de las colonias, en la década del setenta, se deslizaban lentas. Sólo el arrullo de las palomas estremecía el silencio. Después de la siesta salíamos a jugar. El rito lo completaba una naranja o una manzana. Pero el momento de mayor emoción llegaba con el regador. El motor del tractor se escuchaba desde lejos como un inconfundible rumor opacado por el ruido del agua y su presión. Inmediatamente corríamos a sentarnos en el borde de la vereda, calculando si el chorro nos alcanzaría o pasaría apenas salpicando.

Todo dependía de la presión que el chofer le impusiera. Si con suerte venía uno con ganas de divertirse, aumentaba la presión; entonces, el chorro crecía hasta cubrir la mitad de las veredas obligándonos a escapar y pegar la espalda contra la pared entre risas nerviosas. Claro que alguno de los varones aceptaba gustoso el reto y se dejaba envolver por el enorme chorro, mientras las chicas gritaban con una mezcla de horror, admiración y algo de envidia. Tras el paso del tractor, el barrio quedaba perfumado por el inconfundible aroma de tierra mojada.

Melancólicos recuerdos que todavía sobreviven como sobrevive, pese al avance tecnológico y al crecimiento de las colonias, el regador. Las décadas han trascurrido, he dejado de ser un niño, pero en mi alma aún perdura aquella sonrisa pícara de querer  cometer una travesura cada vez que veo pasar el regador.

 

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El mate

 

Mi amigo de todas las mañanas

 

Hay amigos que nos acompañan de por vida; yo tengo dos incondicionales. Uno son los libros y el otro es el mate. Diré que, como todo buen matero, me gusta madrugar y no retardar la espera de alguien que siendo de apariencia insignificante cumple un rol en mi vida más que importante. Despierto y ya saboreo ese mate calentito, espumoso que me espera. No creo que tenga mayor deleite que ese.

Es una ceremonia, me baño, busco el diario y a renglón seguido mis pasos se dirigen a la cocina a calentar el agua (ni muy caliente ni muy tibia). Esto va unido a pensamientos positivos y con proyectos.

Si es verano, voy al patio a gozar del verde y, si es invierno, me quedo en la cocina.

Mate, recuerdos, Kreppel, y siempre con el agua a una misma temperatura. Leo el diario y según las décadas van pasando frente a mis ojos acontecimientos mundiales: guerras, gobiernos, descubrimientos... Mientras al ritmo de lo que sucede en el mundo, sigo creciendo, desarrollando mi carrera, con la compañía inestimable de mi matecito.

¡Ah! y con unas hojitas de naranja, como lo cebaba mamá, cuando todavía vivía.

Página 10

 

La historia de mi madre

 

¡Cuánto tuvo que sufrir mi madre para cosechar un poco de felicidad!

 

El 15 de octubre de 1931 nació en las colonias esa mujer increíble con la que vivo en la Capital Federal y que no deja de recordar su terruño natal. Que en las tardes, al acercarse el anochecer, sentada en las penumbras, llora en silencio a los seres queridos que enterró, al pasado que dejó en uno de los pueblos alemanes; a sus padres que descansan bajo una tumba en las colonias y a los que no puede visitar para bendecirlos con un poco de agua bendita y entregarles aunque más no sea el consuelo de una oración.

 

Pobre mi madre querida. Es la segunda de once hermanos, de los cuales solamente quedan con vida ella y dos varones: Luis y José. Todos se han ido para no volver, dejándola sola, sentada en su mecedora, junto a la ventana que da al pequeño jardín, mirando hacia el pasado.

Mi madre viene de una familia humilde, dedicada a las labores de campo. Su padre, Esteban, era agricultor, hombre serio y cumplidor, trabajador incansable, que tenía cien hectáreas, herencia de sus padres. La madre, Felisa, murió poco después de parir a su prole. Las cuatro últimas hijas mujeres en nacer aún eran muy pequeñas cuando esto sucedió, así que mi madre se tuvo que hacer cargo de la casa como hermana mayor que era.

Mientras los hombres salían al campo, ella se ocupaba de los animales, de cuidar el huerto, y de mantener la casa; además de criar a sus hermanas pequeñas. Contaba con la ayuda de sus tías, que le enseñaron a guisar, a zurcir, y a mantener la casa. Aprendió a leer y a escribir, y también algo de matemáticas para poder llevar las cuentas. Sus hermanas iban a la escuela, mientras ella soportaba el peso del hogar.

El tiempo pasó para todos. Las pequeñas hermanas pronto se fueron a trabajar a la capital, y ella, sin nadie ya de quien ocuparse, sintió que era hora de encontrar marido.

Se enamoró de un joven de un pueblo cercano, con quien se casó.

Con el paso del tiempo se trasladaron a otro pueblo, donde continuó trabajando, criando animales; ocupándose del huerto; y educando a sus hijos. Su marido nunca fue un hombre muy trabajador: le perdían los vasos de vino que le ponían sobre el mostrador en el bar.

Y en noches de juerga, juego de naipes y mucha bebida, el marido apostó el campo que mi madre había heredado y lo perdió.

Mi madre lloró desconsolada durante días. Fue doloroso para ella dejar la chacra donde había nacido y donde vivió toda su vida. Abandonar las cosas que su padre le legó fue un suplicio jamás resuelto ni olvidado. Pero bajó la cabeza y acató la suerte y la mala racha de su marido en el juego. Lo perdonó y volvió a empezar en la Capital Federal.

Ambos trabajaron en una fábrica. De ser dueños de cien hectáreas de campo y patrones, terminaron siendo simples operarios.

Con los años llegaron tres hijos. Nada fue fácil. Frente a tanto sufrimiento, tanto desarraigo, tanto dolor y angustia, lograron finalmente ser felices.

Pobre mi madre querida, cuánto tuvo que sufrir para cosechar un poco de felicidad.

 

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Desde el alma II

 

Pobre mi madre querida 

 

Letra y música

de José Betinotti.

 

Pobre mi madre querida,

que de disgustos le daba;

cuántas veces escondida,

llorando lo más sentida

en un rincón la encontraba.

 

Que yo mismo al contemplarla

el llanto no reprimía,

luego venía a conformarla

en un beso al abrazarla

cuando el perdón le pedía.

 

Por qué con ella tenemos

un corazón tan ingrato;

qué poco caso le hacemos

siendo que el ser le debemos,

para qué darle un mal rato.

 

Si es la madre en este mundo,

la única que nos perdona.

Con sentimiento profundo

sabe amar y no abandona.

Página 11

 

Para mi abuelo

 

Este es el adiós más triste de toda mi vida

 

Mi abuelo Pedro venía a buscarnos a mi hermano y a mí todos los sábados por la mañana cuando éramos pequeños, para llevarnos al campo. Nos recibía con un abrazo y su sonrisa abierta y sus golosinas que brotaban sorpresivamente de sus bolsillos de la amplia bombacha gaucha que vestía a toda hora. Era nuestro regalo tras una larga semana de estudio y de espera interminable. Nos llevaba al encuentro de abuela Juana y bisabuela Ana, que no sabía una sola palabra de castellano.

Yo aún era muy pequeño y, apenas comenzaba la primaria, y mi castellano tampoco era de lo mejor. Lo llamaba Abelo Pedo, lo que provocaba la risa de todos los que me escuchaban por primera vez. Abuelo ya se estaba acostumbrado y lo tomaba como un gesto de ternura de mi parte.

El tiempo fue pasando y fuimos creciendo.  Abuelo seguía viniendo los sábados, a traerle productos que producía en el campo a mi madre (siempre envueltas en un periódico viejo) y a saludar.  Pero nosotros ya no queríamos acomapañarlo al campo. Ahora preferíamos quedarnos en las colonias para ir al baile en el club: estábamos en plena pubertad y lo que menos nos interesaba era jugar con abuelo y ver vacas y caballos, preferíamos ver chicas y jugar juegos prohibidos.

Trascurridos los años, y sentado aquí, escribiendo estas líneas en su memoria, recuerdo que lo vi construir un palomar enorme con sus propias manos, y vi como alimentaba a las palomas, vi como las criaba: desde que salían del huevo hasta que aprendían a volar. De esa forma aprendí el secreto de la vida y la fascinación que siento por los pájaros.

Abuelo lo arreglaba todo con cinta aislante: nos construía espadas de madera con las que mi hermano, mi primo y yo nos deshacíamos los dedos en feroces luchas a muerte.

Limpiaba el coche y lo enceraba continuamente. Cuando le daba un rayo de sol el reflejo nos cegaba.

Abuelo me llamaba bromeando "el hijo prodigo" porque cuando entraba por la puerta, se sorprendía al verme en casa en la época que era raro que lo fuera visitar.

Un día abuelo enfermó. Fue triste ver como la enfermedad y la edad lo llevaron a la cama, de donde no volvió a levantarse más.

Desde ese momento comencé a visitarlo todos los fines de semana; pero eso no alcanzaba para curarlo. Con los meses me di cuenta que dejaba de ser él mismo. Perdía peso, divagaba, no nos reconocía, sufría.

Se fue yendo lentamente, despidiéndose en instantes de lucidez y cómo pudo. En ningún momento le temió a la muerte. Era consciente que estaba muriendo; pero no se entregaba. Un atardecer lluvioso cerró sus ojos para no volver a abrirlo jamás.

Hasta siempre abuelo, gracias por todo. Este es el adiós más triste de toda mi vida.

Llegó el cartero: Carta de lectores

Sr.

Julio César Melchior

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Hola Julio, ¿cómo estás? Aún recuerdo mi visita a tu casa, y lo bien que nos trataron tanto vos, como tu hermana, y tu padre, a quien también tuve el gusto de conocer. Sigo leyendo todo lo que escribís, y conociéndote a través de tu escritura, lo cual es un placer. De más está decir que admiro mucho lo que hacés, y como siempre digo, sos uno de los pocos autores de nuestra gente que lo hace con alta calidad literaria. Tenés una sensibilidad única, un mundo interior muy rico, y una percepción que te hace ver mucho más de lo que ve la persona medio. Todo eso, entre otras cosas, te convierte en alguien muy especial, y que nos hace mucho bien. Y a mí particularmente, me despierta una gran admiración. Pero voy a ir aún más allá, para remarcar algo de lo que poca gente pareciera percatarse: tu autenticidad. Y en esto no estás en ningún selecto grupo, ya que directamente sos único. Noto que sos único al exponerte como te exponés, al desnudarte como te desnudás frente al lector, y al jugarte, en definitiva, como te jugás cada vez que escribís. Pronunciándote a favor, o en contra de algo, y sin especular si conviene decirlo o no. Hablándonos de lo verdadero, y de lo que otros no nos hablan ni nos hablarán, pero que también es parte de este mundo. En una sociedad de tantas hipocresías, en donde muy poca pareciera ser la gente que se juega por algo, es un honor poder decir que pertenecemos a una misma colectividad y que podemos seguir contando con tu trabajo.

Te envío un cálido abrazo…

                                                                 Ezequiel B. Egler

Página 12: Fotografías de Pueblo San José

 

Festejo de los 70 años de Rosa Periquita Graff. Junto a ella en un día tan feliz: Yerno: Julio. Nietos: Karina y Verónica. Bisnieta: Milagros Aylén. Hija: Zulema (Gentileza Rosa Periquita Graff).