Blogia
hilando recuerdos

Edición Nº31 (Marzo 2009)

El adiós al hogar

Ver morir una casa

La casa. El hogar. Ladrillos y más ladrillos de adobe. Barro y más barro. Tierra sobre tierra con techo de chapa cubierto de paja vizcachera. El frente blanqueado a la cal. Descarado y añejo por el paso de los años. Lluvias y tempestades. Adioses y olvidos. Personas que la habitaron y se fueron. Cerraron sus puertas. Clausuraron su alma. Enterraron los recuerdos bajo llave. Tras la puerta de madera podrida que apenas se mantiene en su lugar.

A su alrededor, acorralada de yuyos, una maraña de pasto, árboles silvestres… Tristeza y orfandad. Desolación. Sólo los pájaros le dan una nota de color y sonido. Cantan pero su canto es un canto que se pierde en el abismo de la soledad en la que se encuentra la casa.

Hace más de treinta años que sus inquilinos se marcharon. Se fueron sin mirar atrás y sin volver ninguna vez. Está condenada a caer, al derrumbe. Si pensara lo sabría. Pero creo que de alguna manera lo sabe. Por eso se percibe tanto pero tanto desasosiego. Mirarla es mirar una tumba. O un féretro. Un féretro dentro del cual descansan los restos de felicidad que dejó la familia que se fue y jamás volvió.

Cosas de todos los días

El abuelo que quería salir a caminar por la colonia

“No importa. Que me miren, que me vean pasar, que opinen lo que quieran: que soy un viejo chocho, que tiemblo al caminar, que babeo un poco al hablar, que repito varias veces los mismos relatos en un dialogo, que soy hincha, que molesto… En fin, todas esas cosas que piensan los jóvenes de los viejos. Cosas que piensan pero no se atreven a decir. Porque son más sutiles: lo demuestran con gestos apenas perceptibles, murmullos, susurros y sonrisas forzadas…

“Sí, no importa. Que piensen lo que quieran. De todos modos voy a salir a caminar. A recorrer la colonia, a ver la gente que la habita… hace tanto que no salgo que ya ni acuerdo cómo son las personas de mi propio pueblo”.

Reflexiona el anciano mientras se viste, lentamente, titubeando, con torpeza, sentado en la cama. Se pone de pie; se mira en el espejo. Los ochenta años no llegaron solos, piensa. Aunque se siente joven. Fuerte y de mente sana. Aún sirvo, piensa, lástima que mis hijos y mis nueras no piensen lo mismo.

Sale de la habitación, se dirige a la puerta de calle, va a posar la mano sobre el picaporte cuando de súbito alguien lo detiene… Es su nuera. “¿Adónde va, abuelo? No sabe que no puede salir solo a la calle? Es muy peligroso. Puede perderse. O le puede pasar algo”.

El anciano la mira y el universo de planes se le viene encima y lo aplasta. Sabe que no va a poder salir a caminar como planeaba. Está preso en su propia casa. La casa que le dejó en herencia a su hijo.

Páginas 10 y 11

Colaboraciones de lectores de Periódico Cultural Hilando recuerdos de todo el país

Recuerdos de niñez

Las notas que transcribimos a continuación son aportes enviados a la redacción de Periódico Cultural Hilando recuerdos de lectores que nacieron en los pueblos alemanes, vivieron su niñez allí, y actualmente residen en diferentes puntos del país. A pesar de que se marcharon hace muchos años, jamás olvidaron su tierra natal, a la que siempre desean volver, y a la que rememoran con afecto, trayendo al presente sus años felices de la infancia.

¿Quién no quiere volver a ser un niño?

Daría todo por volver a la infancia

Colaboración de Juan Pedro Mildenberger

Daría lo que sea por regresar a aquellos años de mi infancia y repetir los juegos y las travesuras que llevamos a cabo en las colonias de antaño, cuando el mundo era y hasta las personas eran otras, más buenas, más nobles, más dulces, como nuestra querida madre, que siempre estaba ahí para socorrernos y brindarnos cariño.

¿Quien no daría lo que sea por volver a ser un niño aunque sea por tan sólo un minuto? Esa época en que no había responsabilidades, tareas ni obligaciones, y en la que la muerte de un ser querido sólo implicaba su desaparición, y nos conformábamos con la explicación de nuestros padres que nos decían: “El abuelo se fue al cielo”.

O esos días en que nos pegábamos un porrazo tremendo y mamá, mirándonos con gesto dulce, nos pedía que no lloráramos... "que no pasaba nada". Y nosotros contentos salíamos enseguida para la calle con nuestro chichón en la frente, chichón que ni sentíamos sólo por el simple hecho de que nuestras madres nos daban un beso "curador".

Y esas tardes de verano, jugando a la escondida, y las veces en que uno se escondió bien, y los otros cansados de buscarnos, terminaban el juego ( y uno esperando cómo un gil arriba del árbol, a 60 metros de altura).

_______________________________________________________________________________

¡Qué lindos momentos!

La simpleza de vivir para jugar o jugar para vivir

Colaboración de Agustín Lambrecht

Vivimos una niñez diferente en los pueblos alemanas. De eso me di cuenta cuando crecí y mudé a otros lares, lejos de mi querida colonia.

Los fines de semana eran un culto para estar con los amigos en los baldíos de las colonias o sentados en los cordones de las veredas de tierra. Esos domingos que parecían eternos, en los que no había resaca, en los que el día empezaba temprano. Esos domingos en que nos creíamos los niños más felices del mundo porque nuestro equipo de fútbol del cual éramos “fanas” había ganado un campeonato.

Tiempo en el que solamente pensábamos en sumar amigos y restar dificultades. Años de juegos en la escuela. La simpleza de vivir para jugar o jugar para vivir. Así es como me acuerdo cuando una vez me hicieron firmar el "libro de las amonestaciones"; o las veces que volvíamos con el guardapolvo manchado de tinta o gris de tierra, o llegando al extremo, con un ojo negro a casa...

¡Qué lindos momentos!

______________________________________________________________________________

Mi adorado bebé de juguete

Muñeca de porcelana

Colaboración deRosa Schneider

Cuando era niña, mi muñeca preferida lo sabía todo de mí y yo todo de ella, era de porcelana. No hablaba ni se movía; pero yo lo hacía por ella. Hasta que un día crecí y la pobre quedó sola, olvidada en un sofá, como un adorno que nadie ve. Un adorno que estoy seguro que piensa y reflexiona sobre la hermosa época que compartimos y que seguramente está llorando su soledad y mi olvido.

Estoy sentada en un sofá. Media olvidada. Mirada frágil de cristal. Vestida de época. Cabello rubio, ondulado. Y nada de goma –parece pensar la muñeca.

Desde mi cárcel veo pasar el tiempo. Y como avanza por un camino pedregoso la vida de los inquilinos. Esos que a veces se detienen a mirarme, pero que nunca se acercan demasiado. Tienen miedo a romperme, porque me he convertido en un objeto. Un objeto de decoración.

Y así es como no saben que tengo dotes para leer las líneas de sus manos, las muecas de sus caras, sus gestos. Ni siquiera saben que puedo leer los trazos dibujados en la arena.

Tampoco saben que sé de sus miedos, de sus vicios, de lo televisivos o cómicos que son. No sabe él que es un esclavo de la belleza, que enseguida se enamora de un taconeo, de una falda corta. No sabe ella que su afición al champán rosado la está deteriorando, ni que envidio su barra de carmín.

Y sigo sentada en el mismo sofá. Media olvidada. Mirada frágil de cristal. Vestida de época. Cabello rubio, ondulado. Y nada de goma.

______________________________________________________________________

Las colonias de mi niñez

Kreppel y travesuras

Colaboración de José Krotter

Siento tanta nostalgia de mi niñez en las colonias. Sobre todo de las tardes de juegos bajo la sombra de una parra, comiendo Kreppel. Mientras entre sonrisas y alegrías compartíamos un universo de fantasía que creábamos a nuestro gusto y antojo.

Recuerdo con cierta nostalgia pasajes de mi niñez vividos en las colonias, cuando fabricaba juguetes de madera para jugar con mis amigos. Todos se hacían sus juguetes: camiones, autos, pistolas, ondas… Éramos tan curiosos que solíamos mirar por las rendijas de las radios, para ver quién estaba cantando. En cierta ocasión desarmé una radio para descubrir dónde estaba la gente, por supuesto la radio no volvió a funcionar más.

Jugábamos a los Koser, al trompo, a la escondida y tantos pero tantos juegos que el tiempo se llevó. También jugábamos con las niñas a la mamá y el papá. Ese juego era el que más me gustaba jugar con las niñas. Era una vida de niños amables y cosas sencillas.

________________________________________________________________________

La tarde en que lloré

El día en que mamá escapó con otro hombre

Colaboración deEustaquio Sauer

Vivir y compartir la elección de una madre que comienza de nuevo su vida no es fácil. Pero de niño uno no entiende de estas cosas. Solamente piensa en ser feliz y compartir el mundo con mamá.

Recuerdo la imagen de mi madre. Yo, sentado en mi mesa haciendo los deberes y, ella, allí a mi lado, siempre con una sonrisa en los labios. Me gustaba regalarle mis dibujos. Yo dibujaba mucho y ella me decía que lo hacía muy bien, que con el color azul me había pasado un poco de la forma que previamente había trazado con el lápiz, que me quería. Y aquel te quiero resonaba en mis oídos durante días.

Un día fue a hablar con mi maestra de sexto grado. Pero no hablaron del azul de mis dibujos. Ni de mí. Hablaron de una unión desafortunada, de cómo mi madre se casó con un hombre en contra de la voluntad de la familia, de cómo huyeron, de las dificultades que tendría que sortear en el futuro.

Mis diez años no me permitieron entender lo que ocurría. Afortunadamente no debía ser nada importante, porque al salir fuimos a una de las tiendas / librerías de las colonias y me compró una caja de colores, y el azul también estaba en ella.

_______________________________________________________________________

Desde el alma I

Mi niñez

Colaboración deAna Margarita Rohwein


Recuerdo mi niñez
fastidiando a mi hermano
en su fiesta de cumpleaños,
derramando leche y miel
sobre el nuevo mantel,
escondiendo sus zapatos
en el rincón de los gatos.
Decía él dejate de molestar
pero era mi forma de amar.

Recuerdo mi niñez
muy junto a mi madre,
ensayando sus recetas
que decía eran secretas,
bordando golondrinas
en sus viejas cortinas,
estudiando geografía
en su tierna compañía,
mirándome siempre al espejo
pues yo era su reflejo.

Recuerdo mi niñez
abrazando a mi padre,
llenándolo de besos
en todos sus regresos,
colgada de su cuello
como un ángel bello,
escuchando sus teoremas
sobre diversos temas,
prometiéndome ir a París
si deseaba ser actriz.

Tenía un mar azul
y un castillo de arena
un puerto de algas doradas
y una ensenada de caracolas
para refugiarme de las olas.

Tenía un tesoro
en mis días de oro,
mi pequeña verdad
en aquella edad.
Mi niñez, que
perdí en realidad,
cuando pinté mis
labios por primera vez.


Fotografías de Pueblo San José

Capítulo XC

 

¡Qué lindos e inolvidables aquellos lejanos tiempos de amistad! José y Leonardo Leonhardt, Miguel Frank, Rafael Schwab y Víctor Heffner (Gentileza de Catalina Leonhardt).

 

Los hermanos Feliciano, Mario, Alfonso, Elena y Catalina Leonhardt, en un momento de enorme felicidad vivido cuando compartieron una reunión familiar llevada a cabo hace algunos años (Gentileza de Catalina Leonhardt).

 

Enlace matrimonial de los esposos Catalina Leonhardt y Pedro Irineo Wesner. Padrinos: Inés Wesner y Feliciano Leonhardt (Gentileza de Catalina Leonhardt).

 

Alumnos que asistieron a la Escuela Parroquial San José hace aproximadamente cincuenta años: Catalina Leonhardt, Nelly Buch, Angélica Schwindt, Emilia Roth, Betty Schwindt, Sara Wesner, María Weber, Catalina Laumann, Delia Duckardt, Isabel Steinbach, Lidia Gunter y Eva Gonzalez. Hna. Rosa Horn (Gentileza de Catalina Leonhardt).

Página 13

Página 13

 

La soledad de los ancianos que viven olvidados de sus hijos

Monotonía

Abuela desayunó. Rezó su rosario, murmurando las plegarias en susurros suaves y dulces. Con paso lento y cansino –tenía noventa años- caminó hacia la ventana. Corrió la cortina y miró hacia la calle. Estaba desierta. El sol apenas asomaba en el horizonte. La luz era un crisol de colores eclosionando en la lejanía del campo.

Volvió a su silla. Abrió la Biblia, escrita en letra gótica, y leyó, concentrada y con profunda fe. Transcurrieron los segundos, los minutos… Conversaba con Dios, solía decir cuando leía la Biblia. Estaba tan concentrada en ese menester que no veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor.

A las diez levantó la vista de las Sagradas Escrituras. Miró el reloj. “Hora de tomar mate”, pensó fiel a su costumbre de todas las mañanas. Tenía sus ritos que mantenía desde años tan remotos que ni ella recordaba cuando los puso en vigencia.

Preparó el mate sin apenas hacer ruido. Ella y la casa eran silencio. Un silencio opresivo e indescifrable. La gente –que habla y se mete a opinar donde no debe- decía que vivía en el pasado, que estaba loca. Poco le importaba a abuela lo que pensaran los demás. Ella vivía como le enseñaron sus ancestros. Vestida de negro; rezando; conservando costumbres y tradiciones milenarias… Mientras afuera los tiempos cambiaron y la modernidad trajo nuevas vestimentas, costumbres y modas y nuevos inventos de los cuales desconocía la mayoría, un poco por pereza y otro poco por desinterés.

Se sentó a tomar mate, cavilando recuerdos. Reflexionando. Sí, pensó, reflexionar y pensar y recordar era todo lo que hacía desde hacía muchos pero muchos años. Desde que su esposo murió, desde que sus hijos se casaron y se fueron de casa, desde que la vida y la sociedad cambió, desde que, lentamente, fue envejeciendo sin darse cuenta de que ya no tenía sueños ni tampoco anhelos por cumplir. Se sentía satisfecha. Deseó ser esposa y madre. Como manda Dios. Y cumplió. Lo demás son trivialidades, solía decir cuando sus hijos, alguna vez la instaron, hace muchos años, a buscar un nuevo motivo para seguir viviendo.

Con el compás de las horas preparó el almuerzo. Durmió una siesta. Repitió el ritual de todos los días.

Llegó la noche. Cenó. Rezó. Y se fue a dormir. Como todos los días, como siempre. Sin saber que ese había sido el último.

 

______________________________________________________________________

 

Desde el alma II

Ya no he de verte…

Por José Ángel Buesa

Ya no he de verte más en esta vida,

-y no hay otra. Ya estás bajo ese lodo

donde todo se olvida,

donde se acaba todo.

 

Ahora no importa el llanto

que humedeció tu almohada,

pues tu sonrisa de querernos tanto

tampoco importa nada.

 

Y esa sonrisa es un dolor pequeño,

una nostalgia leve,

como ir cerrando puertas en un sueño

o andar por un calle cuando llueve.

 

Por eso tus rosales

ya se nutren de olvido,

porque en las lentas tardes otoñales

seguirán floreciendo aunque te has ido.

 

Y es que todo termina

como un viento del sur en el verano,

con esa indiferencia de la espina

que nunca supo que hirió tu mano.

 

Y yo sin ti, -panal de amarga cera,

Vela sin viento, naipe sin fortuna;

y Dios arriba, abajo, adentro, afuera,

aquí y en todas partes y en ninguna.

 

Porque la muerte es un camino triste

que nos conduce al punto de partida,

y Dios probablemente sólo existe

en el lado de acá de nuestra vida.

Página 14

 

Consejos prácticos de doña María

Sabiduría popular de las abuelas de las colonias

Séptima parte

Las abuelas tienen mucho que enseñar a las nuevas generaciones. El conocimiento en los secretos culinarios es un ejemplo de ello. Por eso Periódico Cultural Hilando recuerdos rescata y difunde estos misterios que tan secretamente conservan las abuelas de las colonias y que solamente es posible publicar luego de una ardua investigación entrevistando las ancianas amas de casa. He aquí un pequeño adelanto de las mismas

Albóndigas tiernas: Para que sus albóndigas queden tiernas, añada a la carne picada un poco de miga de pan, que previamente haya dejado reposar en leche.

Arroz blanco: Si desea que el arroz le quede realmente blanco, añada al agua de cocción unas cuantas gotas de jugo de limón o de vinagre.

Guiso pegado en la cacerola: Cuando el guiso que preparó se pega en el fondo de la cazuela debe usted poner agua fría en otra más grande, sumerja el fondo de la cazuela quemada. Déjela reposar hasta que enfríe y por último solo pase el contenido de la cazuela a otra limpia (recuerde no rascar ni remover el fondo).

Legumbres mas suaves: Las alubias, garbanzos y frijoles quedan mucho más suaves si añade al agua de la cocción tres cucharadas de aceite comestible.

Limones frescos: El mejor modo de mantener los limones tan frescos como el día que son comprados, es colocarlos en una bolsa plástica dentro de la heladera.

Tortillas esponjosas: Las tortillas le quedarán más esponjosas si le agrega una cucharada sopera de leche por cada 2 huevos.

_______________________________________________________________________________

Para pensar

Abuelos

Colaboración de José Ma. Moliner

Tener una persona mayor en casa es un privilegio, una gracia, un don de Dios.

El abuelo es un testigo de nuestro pasado, es una raíz de nuestro ser.

Cuando un abuelo es rodeado de cariño y afecto por sus nietos, toda la casa se llena de luz.

No importa que al abuelo se le olviden las cosas, que nos cuente la misma historia varias veces, que se le caiga la ceniza del cigarro, eso es natural.

Lo importante es que si le miramos a los ojos, ojos sin brillo, veamos en ellos, la sabiduría remansada por el tiempo.

Tenemos que recordar que, un día, nosotros ocuparemos su sillón... y nos querrán si hemos querido.

Nos harán felices si hemos repartido felicidad.

 

El ayer de las colonias

 ¡Qué linda época, la época de nuestros ancestros!

De izquierda a derecha, arriba: Omar Rack, Ester Rack, Néstor Duckwen, Lidia Graff y José María Rack; segunda fila: Manuel Recofsky, María Angelina Seitz, Beatriz Kaul, Delia Lambrecht, Ángel Seitz y Miguel Ángel Graff; tercera fila: Pedro Benito Graff, Angelina Graff, Susana Urban de Graff, Aurelia Graff, Ernesto Lambrecht y Jorge Lambrecht; cuarta fila: “Lalo Graff, “Tino” Graff, Nora Rack, Alcira Kaul, Norma Graff, Alberto Graff, Rubén Recofsky, Rosa Graff, Alicia Graff, Roberto Rufino Graff, Silvia Kaul y María Carmen Recofsky (Gentileza de Pedro Benito Graff).

Página 15

¿Creer o reventar?

Las supersticiones y creencias populares más difundidas

Décima segunda parte

Las Orejas

Esta parte de la anatomía humana, al igual que otras, tiene sus connotaciones supersticiosas, de diferente significado, tanto positivas como negativas. Plinio comenta en su Historia Natural, XXVIII, V: «Es conocido por todo el mundo que las personas ausentes saben cuándo otros están hablando de ellas debido al zumbido que sienten en los oídos...-. Se cree que cuando pica la oreja derecha es porque están diciendo cosas agradables de la persona en cuestión, pero si el picor se siente en la oreja izquierda significa que dicen cosas desagradables.

También se supone que tener la oreja izquierda encarnada o muy caliente es señal de que están hablando mal de esa persona. Para evitarlo hay que doblar la camisa tres veces sobre el pecho: de esta forma se le dobla la lengua a quien está hablando mal. Otro método consiste en hacer varias cruces con saliva en el borde de la oreja. Parece ser que cuando zumban los oídos (que no las orejas, como se confunde frecuentemente) significa que están hablando de uno. Entonces hay que cruzar la oreja con el dedo y decir: « Si decís cosas agradables, adelante. Pero si son desagradables, mordete la lengua».

Tener las orejas grandes implica abundancia. Si las orejas son despegadas y un poco vueltas hacia delante simboliza que la persona es generosa.

El refranero de las orejas dice que «si las orejas sacude la burra, agua segura». Se supone que la oreja de ratón es un buen amuleto para pedir la realización de los deseos.

Soñar con orejas grandes representa la fortuna de un allegado; si se sueña con orejas cortas es símbolo de engaño.

Existía la creencia de que cuando dolía el oído se llenaba un dedal de leche de una mujer que estuviese amamantando y se echaba en el pabellón auditivo, porque se decía que el gusanito que vivía en el interior del oído se había despertado muerto de hambre.

 

Álbum familiar

 Evocando tiempos idos

 

Diego Paul (Gentileza de María Ester de Paul).

 

Roberto Meier en el año 1964, cuando tenía un año (Gentileza de Claudia Bauer).

 

Bodas de los esposos Marta Holzmann y Miguel Ángel Krieger celebrada el 11 de julio de 1981 en la Iglesia Natividad de María Santísima (Gentileza de Marta Holzmann).

Página 16

 

Fábulas argentinas

Las opiniones del gallo

Por Godofredo Daireaux

El gallo canta claro y no disimula lo que piensa.

Dice la verdad, y la dice toda: pondera sin zalamería lo que le parece bien, y critica sin acritud lo que le parece mal.

Así debería tener puros amigos, pues a cada uno le ha de gustar saber que aprecian sus cualidades, y también, por otro lado, le ha de gustar conocer sus defectos, para tratar de corregirlos.

Pues no parece que así sea; y muchos, al contrario, acusan al gallo de ser mala lengua, o injusto, y le tienen rabia.

La oveja, por ejemplo, no lo puede ver: es cierto que en varias ocasiones ponderó el gallo en excelentes términos el gran valor de su vellón y su amor materno; pero también se permitió una vez insinuar que era algo corta de espíritu; miren ¡si será!

La cabra, sin duda, le habría conservado su amistad, si se hubiera contentado con hablar de su sobriedad y de la excelencia de su leche; pero también dijo que ella tenía el genio algo caprichoso: ¡una mentira sin igual!

El chajá había quedado muy conforme al oír que el gallo alababa lo abundante de su pluma, lo discreto de su color gris y el buen gusto de su traje; pero no le pudo perdonar el haber criticado su canto.

El burro también quedó con el gallo en muy buenas relaciones mientras se concretó éste a hacer justicia a su templanza y a su amor al trabajo; pero tuvieron que quebrar, pues un día se atrevió el otro a decirle que sus modales eran toscos: ¡Figúrese!

La vizcacha no quiere saber nada con el gallo, y lo mantiene a distancia, pues la juzgará este señor de bien poco mérito, cuando ni siquiera se ha dignado acordarse de ella nunca.

Por suave que sea el almíbar de la alabanza, cualquier átomo de crítica lo vuelve amargo; pero más amarga aún que la critica, es la indiferencia.

________________________________________________________________

Historias de frases famosas

Sentirse el hijo de la pavota

Por Héctor Zimmerman

"Me toman por el hijo de la pavota", "quedé como el hijo de la pavota...". No se trata de un insulto -nadie propina la frase a un tercero- sino de una muestra de indignación. "Hijo de la pavota", o sea, estúpido por herencia, se siente uno en el momento menos pensado: una mañana nos endilgan en la oficina el trabajo al que todos le venían escapando; o preguntamos con toda ingenuidad algo de lo que todo el mundo está enterado hace rato; o aparecemos demasiado temprano en una reunión porque hemos sido mal informados. Cualquier situación que nos desluce ante el prójimo confirma esa filiación pavota, tan difícil de explicar. ¿Cómo reaccionar para no sentirnos hijos de una madre tan torpe y despistada que ni por la crianza ni por los genes ha sido capaz de transmitirnos el arte de no quedar descolocados? La frase tiene el aire de venir de esos pueblos chicos donde todos conocen a todos y a sus progenitores también. Sea cual fuere su procedencia, la frase lleva la marca del mejor ingenio popular: es la metáfora precisa y pintoresca de un estado de ánimo. Por ella cobra vida esa madre que nos expone a desempeñar un mal papel. Una madre con la cualidad de ser muy prolífica. Porque, ¿quién está libre de verse alguna vez como un hijo más de la pavota?

Página 17

Página 17

Extraño las historias de la “Nona”

La abuela que pasa los inviernos

Por Félix J. Palma

Esa muchacha –que nació en Alemania, vivió unos años en las colonias y actualmente reside en la Capital Federal- tiene ahora noventa y cuatro años, y ya no pasa las tardes de primavera ni el resto de las tardes del mundo en ninguna plaza, sino sentada en una crujiente mecedora en el mismo cuarto en el que yo dilapidé mi adolescencia, resguardada del trajín del universo aunque a veces, las más, nos parezca arrumbada. En aquel feudo, con una mantita sobre las piernas, mi abuela aguarda no sabe qué. Frente a ella, un televisor dicharachero que ni ve ni oye, porque ha perdido la visión de un ojo y está casi sorda. Olorosa y dócil, descarrilada del tiempo, a la menor oportunidad, no duda en advertirnos con un algo de oráculo agorero: "De este invierno no paso".

Pero mi abuela colecciona inviernos con tesón de ardilla. Cuando voy a casa de mis padres, entro a verla y me dejo envolver por los brazos que me acunaron de niño, ahora pálidos y blandos, desprovistos de esa energía que fue quemando en nuestra educación.

Quizás esa vitalidad sea lo más preciado que le ha arrebatado el tiempo: con tan sólo treinta años menos, mi abuela hacía gala de esa energía inaudita que alimenta a las personas que no han sido instruidas para descansar. Se levantaba al alba, como si quisiera pintar ella misma el amanecer a mano, y no dejaba de bregar con nosotros hasta que acostaba a toda la camada. Fue esa la etapa más dulce de su vida de abeja laboriosa, de una existencia marcada por el sufrimiento, pues el futuro que aguardaba a la muchacha estaba jalonado de buena parte de las injusticias que hoy se denuncian.

A estas alturas de la vida, por tanto, con los deberes ya hechos, a mi abuela sólo le cabe sentarse a reponer fuerzas, a disfrutar del cariño de los suyos, de la satisfacción de saberse artífice en las sombras de sus logros, creadora de un universo familiar en constante expansión.

A veces, sin ganas de urdir a gritos una conversación dificultosa que no va a ningún lado, me limito a observarla en silencio, con mi mano en el estuche rugoso y tibio de las suyas. Y siento un amago de vértigo al ser consciente de que ella ha habitado un tiempo distinto al mío, de que ya existía cuando yo no era nada, tan sólo una remota posibilidad, una hipótesis que se concretó gracias a que mi madre decidió en el último momento acudir a la tienda de un amigo de su hermano, donde alguien le presentaría a mi padre.

Pero sobre todo echo de menos conversar con mi abuela, oírla contar sus historias. Me gustaría que el tiempo le devolviera algo de aquella vitalidad, al menos durante unos minutos, los necesarios para que pudiera volver a contarme cómo una tarde de primavera, en los años oscuros de la guerra, estuvo comiendo sobras sentada en un banco bajo de una ciudad alemana, en cuyo asiento alguien descubrió una granada que nunca llegó a estallar.

Página 18

Fotografías de Pueblo Santa María

Capítulo XCI

 

Recuerdo de la celebración de los 15 años de Rosa Weinbender. Compartieron tan feliz momento: Gladys Weinbender, Marta Raising, Mirta Sánchez, Olga Sánchez, María Elena Sánchez y Nilda Jacobo (Gentileza Olga Sánchez).