Nuevo continente
Rumbo a América
Investigación especial IX
“Los alemanes del Volga que dejaban Rusia tenían decido emigrar al Brasil pero “Jakob Riffel cita en su libro el testimonio del Schulmeister Däning quien sorprendió un comentario del jefe de comedor del barco a otro tripulante. Cuando uno decía al otro, irónicamente, que en esta oportunidad parecía que "el hombre propone y el capitán dispone". Däning quiso rectificarle con el conocido "y Dios dispone". A lo que el personaje replicó: "Muy bien dicho, siempre hay un conductor supremo que os llevará al lugar correcto", todo esto expresado con un sospechoso tono que el Schulmeister recién interpretaría semanas después
Sin advertir, por lo tanto, en qué lugar se encontraban ni mucho menos qué significado tendría este "desvío accidental" en su futuro, desembarcaron en el puerto de Buenos Aires entre el 5 y el 6 de enero de 1878. Con total desconcierto, comprobaron que no había por el momento ninguna posibilidad de ser trasladados al Brasil, excepto por cuenta propia”.
Habiéndose reunido en la ciudad de Saratov mucho más de mil personas, procedentes de las distintas colonias situadas a orillas del Volga y apuradas por emigrar, el gobierno ruso puso a su disposición un tren que aparte de su coche postal y el de carga, llevaba doce vagones de pasajeros. Los viajeros fueron clasificados según las familias y según las colonias, con todos los elementos indispensables para afrontar cualquier eventualidad de un viaje de ocho días, rememora Matías Seitz. Y agrega que la mayoría, principalmente mujeres y niños, veían por primera vez en su vida un tren, razón por la cual quedaban admirados y a la vez temerosos de que pudiera descarrilar o producirse algún choque con otro tren que lo enfrentara. Una abuela, ante la posibilidad de ese peligro, exclamó: "¡Mejor nos hubiéramos quedado en nuestra querida Colonia!". "No hay que temer, replicó el señor Salzmann, porque la mano de Dios nos protege".
Entre recuerdos del hogar abandonado, cantos y las oraciones acostumbradas, pasó la cargosa semana del trayecto. Todas las mañanas se levantaban a las siete y, después de la toilette, el sacristán señor Däning, de potente y agradable voz, tocaba un cencerro convocando a todos los pasajeros a la hora espiritual, la que consistía en entonar himnos, el rezo del Santo Rosario y otras prácticas de piedad.
Al llegar a la estación de Orel, el tren se desvió hacia un costado para dejar libre el acceso porque, dadas las frecuentes guerras de Rusia con Turquía, esperábase la llegada de otros trenes con abundante material bélico.
Oportuna advertencia
En esa situación, el señor Salzmann dirigió un manifiesto a los jóvenes que formaban parte del pasaje. Les dijo: "A ustedes les esperaba en Rusia la misma suerte. Es mejor que la abandonemos cuanto antes". "Sí, señor, replicó uno, no queremos dejarnos fusilar por el Zar’". Otro de los presentes, un anciano, acotó: "Cuan ciertas son las palabras del Señor que dice: Buscad primero el Reino de los Cielos y lo demás se os dará por añadidura’’, y añadió: "Tengo temor de que los colonos que permanecen en Rusia y sobre todo aquéllos que se aprovecharon de nosotros, cuando tuvimos que vender nuestros enseres, sufran grandes contratiempos".
Como si esto hubiera sido un anuncio profetizó, 40 años más tarde irrumpió el comunismo y exterminó a la mayoría de ellos. Los sobrevivientes fueron protegidos por Hitler, cuando invadió Rusia en la guerra, por ser alemanes, pero al ser vencida Alemania, los rusos se vengaron y aniquilaron a los que quedaron, por considerárseles alemanes y católicos.
En la vieja patria
Al séptimo día del viaje se produjo un comentario unánime: "La próxima estación es Eydtkunnen y estaremos en Alemania, la patria de nuestros antepasados, quienes hace 114 años se habían dirigido a Rusia. Ahora nos encontraremos con gentes que hablan nuestro idioma". Los jóvenes y las jóvenes saltaban de alegría. Las músicas más bellas, especialmente las clásicas polquitas alemanas, eran ejecutadas en acordeón (la verdulera) y acompañadas con el canto.
El sacristán entonó con sus cantores el himno de acción de gracias "Grosser Goth, wir loben dich", o sea ’’’gran Dios te alabamos", himno llamado Te Deum, que se canta en nuestros templos en las fechas patrias. Mientras el tren entraba en la estación alemana se oyeron voces emocionadas: "Eydtkunnen, Eydtkunnen, Deutschland, Deutschland...".
Dada la curiosidad que esta noticia había despertado en toda la nación germana, al arribo del primer contingente la estación se llenó de público, ansioso por presenciar las escenas del encuentro. Pronto quedaron llenas todas las dependencias, salas, galerías y otros lugares de espera de la citada estación. Inmediatamente se confundieron viajeros y espectadores, asaltando éstos a los primeros a preguntas, deseosos de saber las aventuras vividas en la lejanía de donde llegaban.
Consejo sobre el nuevo destino
Interrogados hacia dónde se dirigían, replicaron a una voz: "Vamos al Brasil". Entonces, de todos los labios oyeron que la opinión de sus interlocutores era muy distinta. Un señor trajeado elegantemente y que tenía gran conocimiento de Sud América por las agencias noticiosas con las que tenía permanente contacto, les manifestó:
"Mejor harían en ir a la Argentina, porque si en Rusia ustedes se dedicaron a la agricultura, deben ir necesariamente a esa nación, que es también un país que se distingue por las condiciones de sus terrenos y el clima para producir cereales, especialmente el trigo, la principal preocupación que los mueve a realizar este viaje. Brasil no sirve para esas actividades, porque es más bien un país que produce porotos blancos y negros, de los cuales los mejores son los negros, es decir los porotos del café. Pero tampoco esto se produce en todo el país".
La estada en este lugar duró apenas dos horas, que aprovecharon los viajeros para visitar diversos lugares de la ciudad, fronteriza de Alemania y Rusia, en que se hallaban. Mientras tanto, preparábase el trasbordo a otros vehículos que debían conducirlos a través de la capital de Alemania, Berlín, al más próximo puerto alemán, donde debían embarcarse hacia su futuro destino.
Después de las dos horas de espera, en la estación se dio la orden tocando la campana: "¡A Berlín! ¡Todos arriba!". Al ponerse en marcha oyóse la voz atronadora de todos los presentes, que despedían a los viajeros diciendo; "¡Feliz viaje y mucha suerte en el nuevo mundo!". Este saludo fue agradecido con el agitar de manos y blancos pañuelos. En la travesía hubieran deseado contemplar muchas cosas de Alemania, tan caras a su corazón por la sangre que corría por sus venas, pero pronto sobrevino la noche con sus densas tinieblas y al día siguiente ya se encontraban en la ciudad mayor o sea la capital, Berlín. Allí, sin perder tiempo, tuvieron que trasbordar inmediatamente al tren ya preparado y listo para arrancar, el que debía conducirlos a Bremen, puerto más cercano y al cual arribaron al promediar el día siguiente”.
Confabulación entre las compañías navieras alemanas
Aquí es oportuno cerrar con el comentario de Olga Weyne, que en su libro “El último puerto”, revela que una vez en Bremen, los alemanes del Volga “retiraron los pasajes en la empresa Nord-Deutscher Lloyd Bremen”. Y que “allí hizo su aparición el primer indicio de que éste sería un viaje algo accidentado: se les fijaba como lugar de destino Buenos Aires y no Río de Janeiro.
La empresa adujo que, por haber en esos momentos en Río una epidemia de fiebre amarilla, el puerto estaba cerrado pero que serían transportados al mismo desde Buenos aires, en un barco brasileño.
El viaje marítimo fue realizado en dos vapores: el Salier, con 800 inmigrantes a bordo y el Montevideo con los restantes.
Los historiadores consultados no coinciden en cuanto al número de pasajeros ni en lo que hace al nombre de los vapores pero Popp y Dening sugieren que la apreciación de Riffel, que acá se sigue, es la más acertada.
El confuso cambio de destino originado en Bremen no es la única referencia a una supuesta "confabulación" existente entre las compañías navieras alemanas y los agentes argentinos de colonización, destinada a reorientar los contingentes hacia Buenos Aires.
Jakob Riffel cita en su libro el testimonio del Schulmeister Däning quien sorprendió un comentario del jefe de comedor del barco a otro tripulante. Cuando uno decía al otro, irónicamente, que en esta oportunidad parecía que "el hombre propone y el capitán dispone", Däning quiso rectificarle con el conocido "y Dios dispone". A lo que el personaje replicó: "Muy bien dicho, siempre hay un conductor supremo que os llevara al lugar correcto", todo esto expresado con un sospechoso tono que el Schulmeister recién interpretaría semanas después
Sin advertir, por lo tanto, en qué lugar se encontraban ni mucho menos qué significado tendría este "desvío accidental" en su futuro, desembarcaron en el puerto de Buenos Aires entre el 5 y el 6 de enero de 1878. Con total desconcierto, comprobaron que no había por el momento ninguna posibilidad de ser trasladados al Brasil, excepto por cuenta propia.
Según los relatos tomados como fuentes, al hacer escala el vapor Montevideo en Río, subió al mismo el agente Andreas Basgall quien siguió con ellos hasta Buenos Aires. Parece que su intervención fue decisiva ya que cuando se produjeron algunos roces con las autoridades aduaneras argentinas su palabra persuasiva convenció al grupo para aceptar su nuevo e inesperado destino”.
Por último, Jakob Riffel, que aparte de ser el historiador que redactó la historia de los alemanes del Volga mediante fuentes ya existentes y también conforme a sus propias investigaciones obtenidas de viajeros que aún vivían antes de 1928, sostiene, después de un exhaustivo análisis, que los primeros inmigrantes alemanes que se establecieron en la Provincia de Entre Ríos, llegaron al puerto de Buenos Aires en las fechas siguientes: el Salier, con 800 inmigrantes entre el 5 y el 6 de enero de 1878, y el Montevideo, con 175 inmigrantes a bordo, entre el 8 y el 9 de enero del mismo año; se estima que el número de este segundo contingente puede haber superado los doscientos. Este último barco, por haber ingresado a puertos brasileños, fue demorado unos días en razón de la fiebre amarilla producida en dicho país en esa época.
Pero este numeroso grupo de alemanes del Volga no fue el primero en pisar suelo argentino, sino que el 24 de diciembre de 1877 habían llegado, procedentes del Estado do Paraná (Brasil), un reducido grupo de ocho familias y tres solteros que el 5 de enero de 1878 fundaron lo que hoy constituye la colonia madre de Hinojo, en las cercanías de Olavarría, provincia de Buenos Aires. Mientras tanto las restantes más de mil familias arribadas, como ya citamos, el 5 y 6 de enero de 1878 y entre el 8 y 9 del mismo mes, se dirigieron a la provincia de Entre Ríos, iniciando allí una enorme y próspera colonización, que con el correr de los años dejaría un saldo de varias aldeas y colonias fundadas.
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