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hilando recuerdos

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Te extraño y no puedo evitarlo

Te extraño y no puedo evitarlo

 

Hace pocos días se cumplieron 18 meses de tu partida…

 

Te extraño y no puedo evitarlo

 

Por Ángela Teresa Grigera

 

Hace pocos días se cumplieron 18 meses de tu partida, como aquel horrible día mi dolor sigue anidado en mi corazón, sé que pasarán muchos soles y muchas lunas y aún estará ese dolor hundido dentro de mi pecho. No hay lágrimas que curen mi herida. Nada me consuela.

 

A simple vista parece que después de que te sepulté, mi amor, se vuelve a reír, que uno sigue con la rutina, que los problemas diarios parece que nos hicieran olvidar… Pero no es cierto, lo que sentimos sigue allí, y el sufrimiento se oculta detrás de una sonrisa porque es imposible vivir llorando: no habría lágrimas suficientes para llorarte cada segundo del tiempo que me queda de vida.

Pero la vida sigue, es hermosa, los dos fuimos unos enamorados de ella. Nunca pensé que algún día la sentiría tan vacía. Siento que mis alas se hubieran cortado, como si mis ojos se hubiesen quedado ciegos, como si mis manos ya fueran dos ramas secas, y mi boca un sauce seco.

¡Cuánto te extraño amor! ¡Cuánta falta me hacen tu voz, tus palabras, tus te quiero! ¡Qué gran vacío me has dejado! Te extraño y no puedo evitarlo. Y cuánto me hace falta el sonar de mi nombre en tu voz.

¿Por qué te fuiste, abuela?

¿Por qué te fuiste, abuela?

Reproche

¿Por qué te fuiste, abuela?

 

¿Por qué te marchaste sin decir adiós? ¿Por qué te moriste sin decirme que te estabas muriendo hacía ya mucho tiempo? Ahora ya no me queda nada, abuela. Ni siquiera el recuerdo de tus últimas palabras. Sólo me queda el amargo dolor de saber que jamás volveré a verte. ¿Por qué te fuiste de mi lado? ¿Por qué me dejaste solo, sin tu ternura, tu afecto, tus caricias, tus abrazos? ¿Por qué, abuela? ¿Por qué? ¿Dónde quedó todo lo que sentías por mí?

Miro hacia el cielo, veo la luna, las estrellas, y pido que una de ellas seas tú. Para que ilumines mi camino, ese camino que de pronto me resulta tan solitario y vacío sin tu presencia.

He llorado tanto pero tanto frente a tu imagen, dormida dentro del ataúd. Todavía no lo puedo creer. ¡Te fuiste sin despedirte! El destino te arrancó de mi lado. Te llevó lejos, muy lejos, para siempre.

Te fuiste sin decir adiós y no me dejaste tus últimas palabras para recordarlas por siempre. Tan sólo me dejaste un dolor inmenso en el alma, un dolor que no logro apaciguar con nada.

¿Por qué te fuiste si prometiste quedarte conmigo para toda la vida? ¿Por qué, abuela? ¿Por qué? ¿Acaso me dejaste de querer? ¿Dónde queda todo lo que decías sentir por mí? ¿Te lo llevaste contigo?

Te fuiste sin decir adiós y ya no me queda nada. Tan sólo me queda el dolor, un dolor inmenso y profundo, que trato de calmar llorando frente a tu tumba.

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Desde el alma

En la casa solariega



Juegan las niñas rayuela,
en el patio de la abuela,
hacen los niños bailar,
su trompo de airosa esfera,

Sueñan las mozas besar,
Por vez primera un mozuelo.
Tejen las niñas núbiles sueños
en torno al brillante ajuar,
que se estrenará este día,
en la boda de la tía.

Sueñan las madres con ver,
La cosecha de sus sueños,
en los retoños que pronto,
sus alas desplegarán,
surcando su propio cielo.

Sueña la abuela con ver,
la casa llena de hijos,
nietos, bisnietos, sobrinos,
parientes y conocidos,
bailando el vals al amparo,
de la casa solariega.

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A mi abuelita con amor

A mi abuelita con amor

 

Nunca te olvidaré

A mi abuelita con amor

 

Ya son tres años y parece que fue ayer cuando lloraba su ausencia, cuando me resultaba imposible vivir sin su presencia, cuando las sonrisas me parecían absurdas de una manera perversa y el corazón se anclaba en un abismo sin tregua.

El tiempo pasa, las cosas cambian, el amor sigue y el dolor ya no es dolor ahora. Las heridas se han curado, los recuerdos se han quedado y con el pasar de los momentos el corazón ha ganado.

La extraño y la recuerdo todo el tiempo; cuando recorro las calles sin rumbo, en los momentos ajenos, en las distancias.

Le dedico mis sonrisas y mis llantos, los éxitos y también los fracasos, porque sé que en esos momentos ella estaba a mi lado.

Ya son tres años y ahora recuerdo con cariño su inocencia, ya me es posible vivir la vida sin molestia. Las sonrisas volvieron a parecerme sinceras y el corazón hoy vuela con su recuerdo anclado en la esperanza firme de un mañana que vale la pena, siempre con ella convertida en un bello recuerdo.

Recuerdo de mi abuela

Recuerdo de mi abuela

 

 

Tristezas y alegrías

Recuerdo de mi abuela

 

En mis mejores recuerdos de la infancia siempre está presente mi abuela Ana. En cómo me cuidaba, me mimaba, me peinaba y vestía. Cuando pienso en ella ni siquiera puedo citar un momento concreto de felicidad,  porque son tantos y tan bellos que cada día que pasa la extraño más y más. La necesito a mi lado. Si ella estuviera aquí, todo sería diferente. Sé que me cuida desde el cielo; pero eso no es lo mismo. Porque el cielo está demasiado lejos y es inalcanzable.

Cuando pienso en los momentos hermosos que vivimos juntos, su imagen se empaña con el instante más amargo que compartimos: el segundo en que se fue para siempre. Viene a mí su respiración forzada, su agonía y su miedo al comprender que se acercaba el final. Ojalá pudiera borrar esas horas de sufrimiento de mi mente, esa dura imagen que siempre empaña los recuerdos bonitos que tengo de ella. ¿Por qué tuve que presenciarlos? ¿Por qué tuve que verla morir en mis brazos? ¿Por qué? Es una pregunta que nunca tendrá respuesta.

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Desde el alma

 

Abuelita

Mi abuelita es tan bella
como la aurora.
Cuando llega el ocaso
retorna a casa

enciende la lumbre,
el pan amasa
y asará su comida
sobre las brasas.

Mi abuelita a la cama
se va tranquila.
Para dormir serena
no toma tilas.

Nadie sabe qué sueña
pero es seguro
que su sueño es tranquilo
feliz y puro.

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¡Oh dulce infancia cuánto me has dado!

 

Todos los recuerdos, anécdotas y situaciones vividas en el pasado, nos sirven para tener herramientas para construir un futuro mejor, más justo e igualitario.

 

¡Oh dulce infancia cuánto me has dado!

Colaboración

de Juan Roth

 

Para los que tenemos suerte de volver a las colonias, al hogar donde nacimos… para los que tenemos memoria de lugares, olores, vivencias… tenemos la suerte de ser un poco más felices porque llevamos en el alma las raíces del pasado y el motivo secreto que le da sentido a nuestras vidas.

 

 

En los momentos de soledad y reflexión me pasan por la mente lugares de otros tiempos, allá lejos, vividos en las colonias, cuando era apenas un niño, en los que no había autos, ni celulares. Lugares en los que algunas de las fiestas más esperadas eran las de Pascua, con la llegada del Conejito y Navidad, con el Pelznickel y el Chriskindie recorriendo las calles, repartiendo las deseadas golosinas que solamente saboreábamos en esos días especiales.

Era una época en que las naranjas eran naranjas de verdad, porque los niños las arrancábamos de las quintas de los abuelos, cuando dormían la siesta.

Y mi abuela Mary cocinaba ricos Wicknel Nudel, Klees, Maultasche, Kraut und Brei… Y desayunábamos café con leche acompañado de manteca, miel, chorizo casero, jamón y mil delicias más.

No había luz eléctrica pero parecía no importar. El farol a kerosén suplía eso. Era suficiente para que abuela tejiera, mamá remendara la ropa, los hombres jugaran a los naipes y nosotros jugáramos con los Koser.

Hoy, al volver a los lugares que recorrí cuando era chico, que me parecían enormes, me siento tan grande, y me duele tanto el recuerdo de los momentos felices, que me resulta imposible no llorar de emoción y nostalgia.

No había tecnología pero tampoco consumo desenfrenado y nada de envidia, nada de maldad. Las personas se respetaban y amaban unos a otros.

¡Qué lástima que ese bello tiempo se haya ido para no volver jamás y las colonias hayan perdido ese bello encanto de aldeas sencillas y de corazón simple!

Personajes de los pueblos alemanes

Personajes de los pueblos alemanes

“Tomar el tiempo y contemplar la vida, es recrear y fortalecer el espíritu de amor a nuestra tierra”.

Personajes de los pueblos alemanes

 

En cada localidad existen personajes que de alguna manera identifican su tierra y hasta le dan sello de individualidad. Algunos de ellos trascienden la historia porque poseen algo especial en sus gestos, en sus actitudes, que los convierte en verdaderos mitos del lugar.

 

La historia de las pequeñas localidades se refleja a través de sus habitantes. Allí escondidos hay inventores, poetas, escritores, verduleros, panaderos, soderos… y personas anónimas que viven una existencia plagada de anécdotas, que el transcurrir del tiempo y la memoria colectiva transforma en mito o leyenda.

Estos personajes singulares pasan a ser parte de la cultura de la comunidad y sus recuerdos son en nuestros recuerdos. Si los recordamos, ellos se recuerdan; si lo olvidamos ellos se pierden en su mismo existir en el pasado, siguiendo las huellas del olvido.

Y esos personajes sobreviven a su propia muerte, porque identifican su tierra y le dan sello de individualidad. Trascienden la historia lugareña porque poseen algo especial en sus gestos, en sus actitudes, en su existir, que los convierte en verdaderos mitos del lugar.

Y a pesar que el paisaje se va transformando y el progreso avanza a pasos agigantados, en el futuro los habitantes de esos pueblos siguen regalando las historias de esos sujetos que parecen detenidos en el tiempo y que aportan la cuota de idiosincrasia propia a cada localidad.

Y los pueblos alemanes no están ajenos a esta simpática regla. Su historia, su vida y la de todos los días ha estado –y está- poblada de estos personajes que, el paso del tiempo y la costumbre de verlos a diario convierte en parte del paisaje urbano, con sus vivencias, anécdotas e historias de vida. En suma, son seres entrañables que se hacen merecedores de nuestro respeto y afecto.

Epígrafe foto:

Alfredo Urban es una persona que se ha convertido a través de los años, y su singular trabajo de continuar comercializando los productos de almacén como lo hacían nuestros ancestros, en un clásico referente de los pueblos alemanes. (Fotografía de Fernando Berón).

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Las amas de casa alemanas del Volga

Las amas de casa alemanas del Volga

              Las madres de los pueblos alemanes solamente viven por y para su familias

         Nuestras madres alemanes del Volga son un ejemplo de amas de casa. Nadie puede explicar con exactitud cómo hacen con el tiempo; pero lo aprovechan al máximo, trabajan y trabajan todo el día: lavan, planchan, cosen, barren, limpian, cocinan, bañan a sus hijos, hacen camas, amasan, educan, llevan los chicos a la escuela…

 

El día les resulta corto. Ni siquiera tienen tiempo para pensar en sí mismas. Aunque a veces sueñan con otro mundo para sus hijos y para sí mismas, las horas no les alcanzan para luchar por él. La familia las necesita. Saben que el hambre de los hijos y el esposo no espera, que cuando los niños vuelvan de la escuela y el marido del trabajo, la comida tiene que estar lista y sobre la mesa: rica, sabrosa y humeante. No hay lugar ni espacio para las dudas ni los miedos. Presienten que si les sucede algo nadie va a poder suplantarlas y hacer todo lo que ellas hacen. Ese es su mandato: dedicarse a la familia. El sacerdote les ha dicho, el día de casarse, que se deben a su esposo y los futuros hijos, en suma a la familia, a la que anteponen su propio yo. Y eso es lo que hacen durante toda su vida, hasta el momento de su muerte.

 

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Madres de antaño

 

Testimonios de nietos que admiran y honran la memoria de sus abuelas

 

“Mi abuela, era una mujer bonachona, con unos ojos celestes preciosos. Recuerdo el olor a tierra húmeda, el pan recién horneado por la mañana temprano, su voz alegre cantando canciones lejanas. Toda su ropa y la de su familia olían siempre a limpio. Y ese amor inmenso que le profesaba a su marido, mi abuelo, a través de gestos que siempre tenían que ver con el trabajo y el sacrificio”.

 

Laura Denk

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“Mi abuela era una persona de armas tomar, tenía mucho temperamento, tuvo 7 hijos, y en su casa se respiraba orden como en un regimiento. Todo debía estar en su lugar. Ella sola sacó adelante a sus hijos pequeños cuando mi abuelo murió a los 35 años de tuberculosis”.

 

Sonia Gottfriedt

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“Mi abuela era una mujer pequeñita pero de gran corazón, que se pasaba el día inmersa en sus recuerdos. Contaba los años que había pasado criando quince hijos, viviendo en el campo, ordeñando vacas, haciendo quinta, ayudando al marido a arar, sembrar, cosechar, en una época en que todo se hacía con caballos. Por eso sus manos estaban llenas de arrugas y eran ásperas. Sin embargo nos regalaba tanta ternura y amor”.

 

Celeste Bauer

 

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              “Mi abuela sigue en la casa donde vivió siempre, pese a que murió hace varios años. Todavía sobrevive su voz, que ronda las habitaciones, canturreando una canción en alemán. Cuando la visitó, pues allí viven mis tíos, parece que todavía la veo, lava que te lava la ropa. Cocinando, planchando, cociendo pan en el horno de barro…”.

 

Juan Strevensky

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¿Recuerdan a los vendedores ambulantes?

¿Recuerdan a los vendedores ambulantes?

De puerta en puerta, de casa en casa

 

 

Antiguamente los vendedores ambulantes pasaban por las calles de los pueblos alemanes ofertando sus mercancías vociferando los productos que vendían. Como por ejemplo un inmigrante que llegaba todos los meses, llamado “El turco”, que pregonaba: “Vendo toballa barata… Jabones de olor o “Turco vende barato y bonito”. Era un personaje que ya formaba parte de la fisonomía de las colonias. Las amas de casa salían a recibirlo en chancletas y vestidas de entrecasa para proveerse de una infinidad de enseres que “El turco” cargaba consigo.

 

“El turco” (no se hacía demasiada distinción si era de origen sirio, libanés, etc), vendía toallas, toallones, repasadores, delantales de cocina, artículos de tocador, hilos de coser, agujas y muchos otros artículos.

Era un hombre bajo y rechoncho. Llegaba todos los meses, hiciera frío o calor. Parecía no importarle. Pasaba casi siempre al mediodía, a la hora de almorzar.

Lo oíamos llegar con su pregón que repetía una y otra vez: “Vendo toballa barata… Jabones de olor…”.

Los chicos más traviesos de la colonia lo seguían haciéndole corito con cierto grado de inocente malicia: “Jabones, jabonetas… para lavarse las tet… (completen ustedes la frase, no es tan difícil)”.

Las vecinas le compraban, además de lo ya citado: peines, ropas de cama, colchas, sábanas, frazadas, manteles, repasadores… y lo que no traía, lo conseguía.

Si alguien compraba algo, lo mostraba en la casa siguiente y a las pocas horas las amas de casa de la colonia que visitaba caían en la cuenta que todas, para no ser menos, habían comprado lo mismo.

“El turco”, como nuestros abuelos y muchos otros extranjeros, formó parte de esos inmigrantes que llegaron al país con la cultura del trabajo. Una cultura que construyó un gran país que sus descendientes dilapidaron en años de haraganería y corrupción.

Según pasan los años…

Según pasan los años…

Los músicos de antaño

 

Antiguamente ser músico constituía toda una distinción y el que tenía estos conocimientos y virtudes artísticas era considerado como un personaje importante que sobresalía sobre el común de la gente.

 

Esto ocurría por el tiempo en que en las casas de la gran aldea polvorienta, que eran las colonias, en la mayoría de los hogares había un Schnerorgillie (acordeón tradicional de los alemanes del Volga), traídos desde las lejanas y remotas tierras de la lejana Rusia.

Cuando surgían espontáneos encuentros familiares, los acordeones salían a relucir con su melodía de notas melancólicas llorando su tristeza acompañando la voz de un inmigrante que le cantaba a amores imposibles y a la añoranza de una aldea lejana. Y lo hacía entre relatos sobre hechos ocurridos durante el día o noticias que habían llegado de familiares que quedaron en el Volga; mientras se bailaba o se jugaba a los naipes.

El músico, el auténtico ejecutante, el que había estudiado y a quien no solamente le gustaba arrancar melodías a un instrumento, era un personaje en sí mismo. Era alegre y dicharachero aunque escondiendo cierta tristeza que solamente era perceptible en la mirada apagada. Apegado a las fiestas y al buen beber, era divertido y chistoso.

También existían los músicos espontáneos, esos que aprendían sorpresivamente a tocar armoniosamente un instrumento sin haber estudiado los secretos del pentagrama y el uso e interpretación de negras, blancas, corcheas y semicorcheas. Surgían estos imprevistamente y se destacaban sobre todos los músicos "normales", especialmente en la ejecución del acordeón.

Hubo ejecutantes de "oído", como solía llamárseles, que hacían las delicias de las reuniones familiares, en las noches tibias de los veranos de los pueblos alemanes de aquellos años de antaño.

Lástima que luego la radio, la victrola y la televisión los fueron desplazando del espacio que ocupaban, relegándolos a la silenciosa y oscura vastedad del olvido.

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Cuando seres extraños invadían las cabezas de los niños

Cuando seres extraños invadían las cabezas de los niños

“¡Socorro, nos comen los piojos!”

 

Colaboración especial

de Agüeda Gallinger

 

Vuelvo la mirada al pasado y regreso a la época en que tenía 8 años y me veo con el cabello largo, muy largo: un montón de pelo que mi madre sufría para peinar todas las mañanas. Un día, cuando estaba en tercer grado, mi mamá descubrió que tenía piojos en mi hermosa cabellera rubia. Preocupada no tuvo mejor idea que ponerme un polvito blanco.

-¿Pero, qué es eso mama? ¿Qué ponés en mi cabeza? -pregunté yo, sin saber nada de nada.

El polvo mágico resultó ser uno de esos productos que por aquellos años se usaba en el campo para exterminar las pulgas de los perros. Sí, eso pusieron en mi cabeza. Pero, si esto no fuera suficiente para horrorizar a cualquier lector… ¿no saben con qué lavaron después mi cabello al darse cuenta que los piojos no sólo no desaparecían sino que parecían reproducirse más y más? ¡¡¡Con kerosén!!! Si, kerosén. Aunque ustedes no lo crean. ¡Un fósforo  y mi linda cabecita se convertía en antorcha!

 

 

Las hermanas religiosas en las escuelas parroquiales nos enseñaron que “los piojos no vuelan ni saltan. Se trasmiten a través del contacto directo, cabeza con cabeza, o por compartir peines, gorros, de personas contagiadas. Prefieren a los niños y las zonas más calientitas de su pequeña cabeza (la nuca y detrás de las orejas). Chupan pequeñas cantidades de sangre y tras la picadura dejan saliva que es la que genera el escozor en el cuero cabelludo”.

Nos explicaban, siempre serias y autoritarias, para que aprendiéramos la lección de un pecado que no habíamos cometido: “Cuando los niños de la casa ya tienen piojos lo mejor es seguir un tratamiento con un producto adecuado y peinar constantemente con un peine apropiado.

“El tratamiento requiere paciencia y constancia” –recalcaban para no dejar dudas-. “Eso hay que hacerlo manualmente, como monitos” –agregaban-.

También nos explicaban que “Una forma de desprender las liendres, que son los huevos de los “piojos”, del cabello es mezclando vinagre blanco con agua y poner esa preparación, a modo de masaje,  en el cabello”.

En aquel tiempo se declaró una guerra sin cuartel para exterminar todos los piojos de las colonias. Pues nadie se salvaba de tenerlos como huéspedes aunque más no fuera una vez al año. Lo malo era que muy pocas familias tenían dinero suficiente para comprar los productos adecuados para combatirlos, por lo que la mayoría recurría a preparaciones caseras que resultaban, además de un tormento y muy olorosos, un peligro para nosotros, los niños.

Sin embargo comprendo a mis padres. Eran otros tiempos, otras épocas, en los que se hacía lo que se podía y en la mayoría de las veces lo que se podía era demasiado poco porque no solamente no se tenía real consciencia de lo que se hacía sino porque el poder adquisitivo no permitía hacer otra cosa. ¡Todos éramos tan pobres!

 

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¿Cómo combatían los piojos nuestras abuelas?

 

“Mi madre nos empapaba la cabeza con kerosén embebido en algodón y nos envolvía la cabeza con una bolsa de nylon para que –según decía- se mueran todos los piojos. Los piojos se morían, es cierto, pero quedábamos con un olor a taller mecánico que nos “perseguía” durante semanas. Permanecíamos inmunizadas por tres o cuatro años al menos”.

 

Margarita Schechtel

 

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 “Mi mamá nos lavaba la cabeza con vinagre blanco y los piojos quedaban flotando en el agua de la palangana. Parecían náufragos desesperados por escapar vaya uno a saber adónde”.

 

Abuela Schwab

 

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“Mi madre picaba bolitas de naftalina para convertirlas en polvo. Ese polvo blanco lo colocaba luego sobre nuestras cabezas durante horas. Los piojos morían, es cierto… pero no se nos acercaba una polilla durante meses”.

 

Rosa Stremel

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 Recetas caseras para eliminar los piojos

 

Para preparar el “remedio” con el que se va a combatir los piojos tomar una taza de vinagre, colocar dos o tres cucharadas de azúcar, revolver, y aplicar directamente esta preparación sobre el cabello, masajeando y procurando que llegue bien al cuero cabelludo. Luego cubrir la cabeza durante media hora para que el preparado vaya haciendo efecto. Posteriormente lavar y enjuagar el cabello, pasando un peine fino para extraer los piojos que quedaron adheridos.

 

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Otro de los interesantes remedios naturales para los piojos es una buena combinación de eucalipto y limón. Tomar unas cuantas hojas de la planta y hervirlas durante 15 minutos en un litro de agua, añadiendo al final el zumo de un limón. Luego aplicar en el pelo, haciendo masajes. Dejar que esta “loción” actúe por media hora. Después enjuagar y lavar el cabello normalmente.

 

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Otras recetas, más comunes y mucho más drásticas, incluían kerosén, naftalina, vinagre blanco, entre otros productos que podían resultan peligrosos para el niño y que es preferible no reproducir.

Por lo que damos por concluido el recuadro con las “Recetas caseras de las abuelas para eliminar los piojos”.

Historias de vida que nadie quisiera contar

Historias de vida que nadie quisiera contar

Cuando el Estado asesina sin piedad

Colaboración especial

de  Prof. Desiderio Walter

 

Para dar vida a esta macabra historia que sucedió en la década del setenta teniendo como protagonista a dos jóvenes cuyos abuelos nacieron en una localidad del Distrito de Coronel Suárez y se mudaron a la Capital Federal entre los años 1945 y 1950, se adaptó el relato de Víctor Montoya (porque creemos que describe con fidelidad lo acontecido a estos jóvenes que fueron víctima y victimario de la época más terrífica que vivió el pueblo argentino: el terrorismo de Estado de la última Dictadura Militar).

Por supuesto que, por una cuestión de respeto hacia la persona que nos contó esta historia aún inédita, no revelamos nombres ni apellidos de los protagonistas. Más aún teniendo en cuenta que la que nos narró el suceso es la madre del personaje principal  y teme represalias si se llega a conocerse su identidad.

 

El encapuchado

 

Cuando José entró en la cámara de torturas, donde estaba el preso colgado de una viga, un oficial cerró la puerta de un puntapié y dijo:

-¡Torturar es un oficio y un deber!

José, consciente de que su oficio estaba en contra de su voluntad, no sabía si empezar hablando o golpeando como otras veces. Se acercó a las gavetas de la mesa, se quitó el cinturón ribeteado de balas y bebió varios sorbos de agua en una botella. Limpió el gollete con una mano, mientras con la otra acariciaba la cacha de su revólver.

Paseó alrededor del encapuchado, mirándolo sin mirarlo. Y, a medida que se desabrochaba la camisa, recordaba el día en que fue sorprendido forcejeando a una muchacha en el sótano del colegio, la mirada inquisidora del profesor y esos pechos similares a cántaros de miel.

-¡Está expulsado! -le increpó el profesor.

José, al cabo de aflojarse la camisa a la altura del tórax, fijó los ojos en el encapuchado, quien pendía con las manos esposadas, las ropas desgarradas y empapadas por el agua.

-¿Dónde están los otros? -inquirió, respirándole muy cerca.

El encapuchado, consternado por la voz que le parecía conocida, se limitó a negar con la cabeza, poco antes de que un puñetazo retumbara en su pecho y reventara sus huesos.

-¿Dónde están los otros? -insistió José, exhalando suspiros profundos, justo cuando sus energías comenzaban a languidecer.

Más tarde dejó errar la mirada por doquier, hasta que gotas escarlata le cruzaron por los ojos. Levantó la cabeza hacia el torturado y le sacó la capucha, despavorido por la muerte que se cargaba toda la información por la maldita suerte de haber empuñado la mano en un momento de furor.

Cuando la capucha cayó al agua, la víctima se había ido ya en un vómito de sangre, y, en su rostro pálido como la luz de la luna, José no encontró más que los ojos desorbitados de su mejor amigo de infancia, cuyos abuelos, al igual que los suyos, eran oriundos de una conocida localidad del Distrito de Coronel Suárez.

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 El pasado que nunca debemos olvidar

 

La dictadura militar

24 de marzo de 1976 - 10 de diciembre de 1983

 

El 24 de marzo de 1976 Isabel Perón fue detenida y trasladada a Neuquén. La Junta de Comandantes asumió el poder, integrada por el Teniente Gral. Jorge Rafael Videla, el Almirante Eduardo Emilio Massera y el Brigadier Gral. Orlando R. Agosti. Designó como presidente de facto a Jorge Rafael Videla. Comenzó el audodenominado "Proceso de Reorganización Nacional".

José Martínez de Hoz fue designado ministro de Economía y, el 2 de abril, anunció su plan para contener la inflación, detener la especulación y estimular las inversiones extranjeras.

La gestión de Martínez de Hoz, en el contexto de la dictadura en que se desenvolvió, fue totalmente coherente con los objetivos que los militares se propusieron.

Durante este período, la deuda empresaria y las deudas externas pública y privada se duplicaron. La deuda privada pronto se estatizó, cercenando aún más la capacidad de regulación estatal.

El régimen militar puso en marcha una represión implacable sobre todas las fuerzas democráticas: políticas, sociales y sindicales, con el objetivo de someter a la población mediante el terror de Estado para instaurar terror en la población y así imponer el "orden", sin ninguna voz disidente. Se inauguró el proceso autoritario más sangriento que registra la historia de nuestro país. Estudiantes, sindicalistas, intelectuales, profesionales y otros fueron secuestrados, asesinados y "desaparecieron".

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Hoy es el día de tu cumpleaños…

Hoy es el día de tu cumpleaños…

Sin festejos pero con bellos recuerdos

 

Por Ángela Teresa Grigera

 

El tiempo pasa de forma apresurada, llega el invierno, las hojas caen precipitadas y las calles se cubren de sus cuerpos ocres, secos, arrugados,  que debajo de nuestros pasos cantan la canción del invierno.

 

La vereda de nuestra casa se alfombra con las hojas del nogal, mientras se desnuda imponente con sus brazos elevados al cielo y se estira cada temporada un poco más. ¡Ay amor! Si parece que fue ayer que lo plantaste en el cantero, era pequeño, no sé si llegaba a un poco más de un metro de altura… ¿Te acordás con que alegría me mostraste sus primeras nueces? Como no recordarlo, si de tus manos se produjo el milagro. Otro invierno, otro año más para este árbol que está cada día más alto y tupido.

Pero el tiempo amor, pasa sin detenerse y aunque todo parece igual, no lo es. Hoy estoy sola. Te extraño, y en estos días cercanos al invierno frío, tu ausencia se hace insoportable. Cuando miro por la ventana, es como si viera una postal, como si el tiempo estuviese detenido, como si fuera una imagen donde todo está en el mismo lugar… Pero dentro de la casa nada es igual, todo cambió y yo debo acostumbrarme a este nuevo estado de las cosas.

Odio mucho más el frío, el invierno. ¿Será porque nuestra cama no guardó tu calor y cuando me acuesto no me espera la tibieza de tu cuerpo? Mis pies recurren a una bolsa de agua caliente para templarse; pero ese calor no sirve para mi alma desolada.

Hoy, 9 de mayo cumplirías años, tus 88 años. Ya no podremos festejarlos. No pudiste cumplirme la promesa de acompañarme hasta que tuvieras 99 como tu abuelo; pero como todos los días desde que decidimos caminar por esta vida juntos, estarás dentro de mi corazón. Prometo tratar al menos de no llorar. Es tu cumpleaños. Trataré de estar en paz, de besar tu recuerdo con una sonrisa y recordarte con esa alegría de vivir que siempre te acompañó. Seguramente bailarás en esos recuerdos, te reirás, te escucharé hablar con vehemencia como lo hacías cuando algo te apasionaba; volveré a recordarte en el patio, bajo las plantas, hundiendo las manos en la tierra y disfrutando de sentir su contacto. Te imaginaré cantando algún tango y sentiré al cerrar los ojos un suave beso y un silencioso te amo. Estarás a mi lado y te sentiré cerca. Porque no te has ido, porque no te irás.

El nogal pasará este invierno y otros y seguirá creciendo aunque no estés ya para cuidarlo; pero en él cada vez que lo miro también te veo, porque de él se desprende vida, y de vos, de tus manos, de tus cuidados también se desprendía vida y alegría de vivir.